01 julio 2009

Trilogía de la lujuria

Vitaliano Brancati

Tríptico siciliano

Lumen, 2009
ISBN: 978-84-264-1657-5

842 pág.
26,90 euros.

Traducción de Roberto Falcó Miramontes, Ángel Sánchez-Gijón y Rosa Marcela Pericás

Alejandro Luque.


Primero fue Verga, luego Vittorini. Ahora –ya estaba tardando– le toca el turno a Brancati. Ignoro a qué responde la coincidencia de que se reediten en España, en muy poco tiempo, las principales obras de tres maestros sicilianos del siglo XX casi olvidados, pero en cualquier caso se trata de una excelente noticia para los lectores. Y en el caso de Vitaliano Brancati (1907-1954), del que acaba de ver la luz este corpulento Tríptico siciliano, bien podemos hablar de pequeño acontecimiento.
Pero, ¿quién fue, quién es Brancati? Como los dos novelistas antes citados, este autor nació en la costa oriental de la isla, muy cerca de Siracusa. En su juventud se definió a sí mismo como “fascista hasta la médula”, y dedicó sus primeras obras a cantar las bondades de Mussolini y su régimen. Trasladado a Roma, su amistad con personalidades como Benedetto Croce fue abriéndole los ojos y permitiéndole tomar distancia del fascismo, periodo que siempre recordó como el de los años perdidos, y a su militancia como “borrachera de estupidez”. A este momento seguirá el comienzo de su fructífera colaboración con el semanario L'Omnibus de Leo Longanesi, así como el desarrollo de un estilo muy particular, ácido, socarrón, a ratos desopilante.
A esta línea responde nuestro Tríptico siciliano, que bien podría haberse titulado Trilogía de la lujuria, y que contiene, por este orden, un clásico, un rescate y una sorpresa. Los tres giran en torno los obsesivos misterios del sexo, y están protagonizados por una burguesía bovina y frívola en el marco de la Italia de los años 30, es decir, del apogeo mussoliniano. De hecho, como señaló en su día Sciascia, Brancati vincula eficazmente el erotismo y el fascismo como fenómenos trágicos en la vida de su país, escenarios en los que elementos como la privacidad o la libertad individual son fatalmente sacrificados. Para los cinéfilos, diríamos que sus personajes, tan reprimidos como obstinados, están entre el mundo de adolescentes onanistas y adultos bravucones de las películas de Tornatore y el imaginario grotesco de un Álvaro Vitale y su Jaimito.
El clásico es sin duda la novela Don Juan en Sicilia, que si no me equivoco estaba fuera del alcance de los lectores españoles desde la edición de Quarderns Crema, de hace 15 años. Su protagonista, Giovanni Percolla, ha hecho de la mujer el objeto de todo su pensamiento y el pretexto de todas sus acciones. Uno de sus amigos, igualmente contagiado de esta satiriasis, llega a afirmar que a su muerte quiere ser sepultado en la playa de Abbazia, sólo para que le pasen por encima las mujeres más bellas del mundo. Pero, lejos de emprender conquista alguna, todas las fuerzas se les van en mirar a los toros desde la barrera.
Con 40 años cumplidos, Percolla vive colmado de atenciones por tres hermanas que son como tres madres, hasta que se casa y se muda a Lombardía. Allí su vida dará un cambio notable, conocerá el éxito social, pero sospechamos que cambiaría su sueño cumplido por volver a aquellos años de holgazanería y cachondeo. Sátira despiadada del machismo en general y del donjuanismo en particular, la novela fue llevada al cine por Alberto Lattuada.
Como contrapunto a la figura del gallo siciliano se propone El guapo Antonio, el rescate de la trilogía, pues no veía la luz en nuestro idioma desde 1973, con Planeta. Si en el Don Juan el tema central es la conquista, aquí lo que planea es el terrible fantasma de la impotencia. A Antonio, “el más guapo de los sicilianos”, se lo rifan todas las mujeres, pero dista mucho de ser ese paradigma de virilidad que todos creen. También adaptada a la pantalla grande por Bolognini, con Marcello Mastroianni y Claudia Cardinale en los créditos, El guapo Antonio es también una caricatura del sentido del honor y una desmitificación del macho italiano como un modo de desenmascarar la grosera jactancia nacionalsocialista.
La sorpresa, por último, viene de la mano de Los placeres de Paolo -aunque tal vez la traducción más adecuada sería Paolo el caliente [Paolo il caldo]-, la novela póstuma e inconclusa de Brancati que hasta hoy permanecía inédita en español. Menos jocosa que las anteriores, se plantea como una sucesión de recuerdos personales de juventud encarnados en un personaje de ficción, Paolo Castorini, inmerso en un mundo de fiebres lúbricas, orgullos precarios e inconsolables ataques de celos, que Giancarlo Giannini y Ornella Mutti defendieron en el cine.
Leonardo Sciascia, que conoció a Brancati como profesor de su colegio, reconocía en él a un maestro –“Pensaba: así hay que escribir, así quiero escribir”- tanto por su estilo seco y punzante, preciso y sin excesivo gasto en florituras, como por su capacidad de penetración en la realidad y de vivisección de sus vecinos. La misma sociedad forjada entre la siesta con pijama y la bravata de barra de bar que, como señaló otro gran lector, Vincenzo Consolo, “había dado el poder al fascismo y en el fascismo había hallado su identidad”. Claro que tal vez resulte Brancati más actual de lo que sospechamos: ¿Es posible disociar esa vergüenza colectiva de la Italia de hoy, un país donde son más llamativas las entradas y salidas con jovencitas de un presidente apodado Papi que sus turbios negocios, sus escandalosas leyes, su abusivo control y su descaro a la hora de eludir a la justicia?

1 comentario:

María dijo...

Más de una "borrachera de estupidez" hay por ahí en este absurdo panorama político que tenemos. Se completa el círculo de este estado crítico, y Luque estrena de la mano de un autor siciliano, no podía ser de otra forma. ¡Felicidades Alejandro!