S. Yizhar
Minúscula, 2009
ISBN: 978-84-955-8748-0
127 páginas
12 €
Traducción de Ana María Bejarano
Alejandro Luque
A menudo olvidamos que el ejército, cualquier ejército, descansa sobre el principio elemental de obediencia. Demasiadas novelas de quiosco y películas de hazañas bélicas nos han distraído de esta evidencia, negando que el soldado, cualquier soldado es, por definición, un señor o señora que recibe órdenes y las ejecuta sin chistar. Presumir que éstas puedan ser objeto de reflexión, detenerse a discutir las instrucciones de un superior, sería poco menos que dinamitar la propia naturaleza de la institución castrense. Pero si un militar, uno solo, se parara un instante a considerar qué está haciendo junto con sus compañeros; y si, yendo más lejos, se decidiera a poner sus consideraciones por escrito, entonces tendríamos un problema muy parecido al que provocó S. Yizhar en 1949 con la aparición de Hirbet Hiza.
Parlamentario israelí desde aquel año hasta 1966, Yizhar fue antes soldado en la Guerra de la Independencia. En este breve pero estremecedor relato narra la incursión de su patrulla en un pueblo palestino, con objeto de desalojar a todos sus habitantes y enviarlos, cabe suponer, a un campo de refugiados. Con un estilo sobrio pero muy efectivo, el autor desarrolla un minucioso panorama de la violencia sin necesidad, como suele decirse, de disparar un solo tiro. La agresividad la pone el clima hostil, la impaciencia de los soldados, el silencio opresivo (“llega un día en el que esos pueblos vacíos empiezan a clamar”), pero sobre todo la angustiosa sensación de extrañeza ante los otros, quienes son distintos en creencias y rasgos físicos, con los que a duras penas se comunican, y de los cuales parece separarles un abismo insalvable, hasta el punto de llegar a cuestionar su naturaleza humana. Hay pasajes muy crudos que subrayan estas ideas, como el hallazgo de dos ancianas moribundas, abandonadas, que les hacen preguntarse: “¿Qué podía uno hacer con ellas, más que escupir asqueado, esquivarlas, no mirar y escapar de allí cuanto antes en medio de un escalofrío?”.
Pero allí donde no alivia el cinismo o la indiferencia, sale al rescate el patriotismo y su sentido de la justicia. Aunque a veces no sea del todo suficiente: “Me pasé por delante de los ojos hasta la saciedad todas las maldades y tropelías que los árabes habían cometido contra nosotros. Me repetí los nombres de Hebrón, Safed, Beer-Tuviah y Hulda; me agarré también a la necesidad de creer (...) que cuando todo volviera a ir bien, también esto sería reparado. Pero al volver a mirar al grupo de gente que susurraba allí a mis pies no hallé reposo”.
Sin embargo, no sólo fue la salida a la luz de una novela, ni la adaptación televisiva de la que fue objeto en 1978, lo que conmocionó al recién creado Estado. Lo que sacudió tan fuertemente a la sociedad israelí fue descubrir el sencillo paralelismo de su ejército, desnudo de toda épica a lo largo de un centenar de páginas, dando un trato tan degradante (“Como bestias, pensé, como ganado”) y expulsando de sus casas a quienes no son como ellos, con la persecución nazi y la propia idea de diáspora que sustenta el imaginario cultural judío. El autor es explícito al respecto: “Nuestra cuenta pendiente con el mundo: ¡el exilio! Eso lo he mamado, por lo visto en la leche de mi madre. ¿Qué es lo que hemos hecho hoy aquí, en realidad? Nosotros, los judíos, hemos expulsado a estas gentes y las hemos enviado al exilio”.
Novela necesaria como pocas, Hirbet Hiza es, también, un símbolo del fracaso, como lo son todos los esfuerzos llevados a cabo hasta ahora para resolver el conflicto árabe-israelí. Ignoramos si otros soldados han plasmado sus experiencias en la zona en los 60 años transcurridos desde entonces, pero nos tememos que no han debido de ser legión. Tampoco sabemos, es verdad, si hay casos similares entre las milicias palestinas. Eso sí, la perfecta vigencia de esta narración, y ahí reside buena parte de su valor, es perfectamente exportable a muchos otros ejércitos y enfrentamientos armados de todo el mundo, donde supuestas víctimas encuentran ocasión y legitimidad para convertirse en aquello que más temen y detestan, para proclamarse verdugos.
2 comentarios:
Magnífica reseña, Alejandro, y supongo que magnífico libro. ¡¡Que rule!!
Yo lo pondría de lectura obligada en los coles de varios continentes. Gracias y abrazos, amigo.
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