14 julio 2009

El síndrome de Don Quijote

La hormiga que quiso ser astronauta

Félix J. Palma

Madrid, Alamut, 2009

ISBN: 978-84-9889-027-3

256 páginas.

18,95 €


Luis Manuel Ruiz


Hasta fecha relativamente reciente, la bibliografía de Félix J. Palma registraba una única novela, aparecida en 2001 en las prensas de una famosa librería de Cádiz que esporádicamente incurre en la práctica editorial, y que solía presentarse en las pestañas y los currículos de los periódicos con el sospechoso apelativo de novela juvenil. Al recorrer ahora dicho título, La hormiga que quiso ser astronauta, meticulosamente reeditado por Alamut, uno comprende y no comprende la precaución del adjetivo. Comprende: porque muchos de los guiños, o clichés, o motores de la acción parecen ir dirigidos a un lector de tipo adolescente, de los que aún atesoran granos sin secar en las mejillas, y ello porque se trata, en fin, de lo que los críticos gustan de tildar de novela de iniciación o formación, o, si impostamos la voz, Bildungsroman. No comprende: porque nos hallamos ante una novela plenamente adulta, cerrada, planeada con escrúpulo y sentido de la orientación, donde aparecen reconocibles por completo y en fase de ignición todas las constantes de la obra de su autor, estilo, obsesiones, manías y actitud general tanto frente a la labor de creación como a la realidad que trata de completar o a la que da réplica.

En sus dos novelas posteriores, Las corrientes oceánicas (Algaida, 2006) y El mapa del tiempo (ibídem, 2008), Palma ha explorado los limites de la literatura de género aportando sus particulares ingredientes de ironía, introspección y miniaturismo estilístico. La hormiga, sin embargo, discurre por cauces diferentes y más afines, tal vez, a sus cuentos, sobre todo los de la primera hornada, los incluidos en El vigilante de la salamandra y Métodos de supervivencia. Igual que en estas dos recopilaciones inaugurales, el protagonista del texto que nos ocupa es una especie de adulto retardado que a pesar de la fecha que rubrica su carné de identidad se empeña en contemplar el universo a través de las antiparras de la niñez, lo que es decir la metáfora o la fantasía más desenfrenada: ese síndrome de Don Quijote le permite manejar su vida, en especial los sucesos más escabrosos, con una despreocupación de que no gozan el resto de personas que le rodean, pero también le impide hacerse cargo de las distancias reales que le separan (o unen) de todos ellos, en especial esa larga lista de amantes que se va ampliando con cada nueva letra del abecedario (Artemisa, Blanca, Coral…). Los continuos préstamos librescos, a menudo en clave de parodia (el inicio del cuarto capítulo se burla de La metamorfosis de Kafka; el del décimo, de Nabokov; el capítulo tercero contiene una versión llena de acrimonia de la magdalena de Proust) parecen apuntar en la misma dirección: la imaginación (o la literatura) es una especie de resfriado del que la mayoría se cura al vestir el primer pantalón largo, pero que en ciertos individuos se alarga molestamente impidiéndoles llevar una vida normal, al menos todo lo normal que lo consideran los ministerios y las agencias financieras. La hormiga que quiso ser astronauta es la descripción de dicha enfermedad y su proceso de sanación en un pobre soñador que podría ser cualquiera de nosotros y que, quizá, guarda ambiguas similitudes con el propio autor. La vida es sueño, reveló cierto clásico de mármol de nuestras letras, y Palma añade: por favor, no den portazos.

1 comentario:

Alejandro Luque dijo...

Creo que mientras el Félix cuentista parecía extraordinariamente maduro desde 'El vigilante', el novelista ha ido creciendo más progresivamente, tal vez como corresponde al género. Después de aquella novelita de ci-fi que él mismo descartó, 'La hormiga' dio un paso adelante, 'Las corrientes' marcaron una considerable diferencia, y todo apunta a que 'El mapa del tiempo' (que aún tengo pendiente, ay) es su confirmación definitiva. Brindo por ello, y por el reseñista.