El mundo de Juan Lobón
Luis Berenguer
Algaida, 2009
ISBN: 9788498771640
12 euros
360 páginas
Ilya U. Topper
“La ley nueva la pusieron contra nosotros, los cazadores. Por eso tenemos que cazar sin ley, porque la ley es mala”. Quien habla así es Juan Lobón, cazador, furtivo, rebelde con mucha causa. Anarquista, diría uno, aunque por supuesto en el mundo de Juan Lobón, el mundo del monte y las zarzas, los jabalíes y el hambre de la posguerra no entran este tipo de calificativos políticos. Juan dice, simplemente, que está casado con su escopeta. Porque no se casa con nadie, añade el lector. Es ésta la conciencia del hombre solo contra el mundo, un mundo injusto de leyes y guardias civiles y caciques locales. Contra el mundo porque el mundo se le ha vuelto contra él, porque el orden que defendía y al que contribuía con su escopeta ya no existe. Sorprende que precisamente un militar de carrera como Berenguer -cuya narrativa completa acaba por fin de ser reeditada- se haga abogado de la rebeldía que no reconoce otra ley que la propia.
Cabe leer la novela como un excelente esbozo de la España rural de mitades del siglo XX, la Andalucía de la posguerra, el hambre y ese miedo que es fruto de una larga humillación. Quien busca el costumbrismo en esta novela, lo encontrará. Pero quien busca un perfil del hombre frente a su conciencia, frente al reto de ser quien elige ser o de doblegarse ante las circunstancias, las fuerzas ajenas, escuchará el trasfondo épico tras las palabras del furtivo. No sólo se mantiene inflexible ante los golpes de los poderosos o el cebo de los billetes fáciles de ganar, sino también ante el amor, que siempre es más duro: “Ella no era conforme con mi vida, y como no era conforme con mi vida no era conforme conmigo”. Si bien añade: “Si alguno vez me dolió no ser como los otros, fue entonces”. Pocas palabras para dejar plasmada un postura ética rotunda.
Luis Berenguer (El Ferrol, 1923 - San Fernando, 1979) ha sabido crear un personaje comparable al capitán Ahab de Melville o el Lord Jim de Conrad, eso sí - y no es un mérito menor - con mucho menos palabrería que aquéllos y con un lenguaje infinitamente más sencillo, un lenguaje de pueblo en el mejor sentido de la palabra, escrito en la “fonética al uso, no la de los tos y los nas”, como aclara el autor en una breve nota: aunque “la gente de esta tierra tiene el buen gusto de abreviar cuanto sobra a las palabras”, “no se puede llevar al papel sin ponerle al lado un pentagrama”. Habría que esperar a otro inmenso escritor gaditano para encontrar diálogos andaluces que parecen musicados: Fernando Quiñones. Quizás echemos en falta en Berenguer este toque amable, humorista, esa capacidad de risa, que caracteriza los personajes Quiñones: los diálogos de Juan Lobón nos recuerdan mucho más la dureza, la sequedad y la soledad humana de los personajes más castellanos de Cela, otro gran retratista gallego. No hay brisa marina en las zarzas que atraviesa el furtivo Lobón.
Luis Berenguer
Algaida, 2009
ISBN: 9788498771640
12 euros
360 páginas
Ilya U. Topper
“La ley nueva la pusieron contra nosotros, los cazadores. Por eso tenemos que cazar sin ley, porque la ley es mala”. Quien habla así es Juan Lobón, cazador, furtivo, rebelde con mucha causa. Anarquista, diría uno, aunque por supuesto en el mundo de Juan Lobón, el mundo del monte y las zarzas, los jabalíes y el hambre de la posguerra no entran este tipo de calificativos políticos. Juan dice, simplemente, que está casado con su escopeta. Porque no se casa con nadie, añade el lector. Es ésta la conciencia del hombre solo contra el mundo, un mundo injusto de leyes y guardias civiles y caciques locales. Contra el mundo porque el mundo se le ha vuelto contra él, porque el orden que defendía y al que contribuía con su escopeta ya no existe. Sorprende que precisamente un militar de carrera como Berenguer -cuya narrativa completa acaba por fin de ser reeditada- se haga abogado de la rebeldía que no reconoce otra ley que la propia.
Cabe leer la novela como un excelente esbozo de la España rural de mitades del siglo XX, la Andalucía de la posguerra, el hambre y ese miedo que es fruto de una larga humillación. Quien busca el costumbrismo en esta novela, lo encontrará. Pero quien busca un perfil del hombre frente a su conciencia, frente al reto de ser quien elige ser o de doblegarse ante las circunstancias, las fuerzas ajenas, escuchará el trasfondo épico tras las palabras del furtivo. No sólo se mantiene inflexible ante los golpes de los poderosos o el cebo de los billetes fáciles de ganar, sino también ante el amor, que siempre es más duro: “Ella no era conforme con mi vida, y como no era conforme con mi vida no era conforme conmigo”. Si bien añade: “Si alguno vez me dolió no ser como los otros, fue entonces”. Pocas palabras para dejar plasmada un postura ética rotunda.
Luis Berenguer (El Ferrol, 1923 - San Fernando, 1979) ha sabido crear un personaje comparable al capitán Ahab de Melville o el Lord Jim de Conrad, eso sí - y no es un mérito menor - con mucho menos palabrería que aquéllos y con un lenguaje infinitamente más sencillo, un lenguaje de pueblo en el mejor sentido de la palabra, escrito en la “fonética al uso, no la de los tos y los nas”, como aclara el autor en una breve nota: aunque “la gente de esta tierra tiene el buen gusto de abreviar cuanto sobra a las palabras”, “no se puede llevar al papel sin ponerle al lado un pentagrama”. Habría que esperar a otro inmenso escritor gaditano para encontrar diálogos andaluces que parecen musicados: Fernando Quiñones. Quizás echemos en falta en Berenguer este toque amable, humorista, esa capacidad de risa, que caracteriza los personajes Quiñones: los diálogos de Juan Lobón nos recuerdan mucho más la dureza, la sequedad y la soledad humana de los personajes más castellanos de Cela, otro gran retratista gallego. No hay brisa marina en las zarzas que atraviesa el furtivo Lobón.
1 comentario:
Completamente de acuerdo con la grandeza de Berenguer, y en concreto del 'Juan Lobón', que me parece muy superior a sus obras más 'faulknerianas', como 'Marea escorada' o 'Leña verde', que han envejecido francamente peor. Pero ojo también con el humorismo de Quiñones, que como buen gaditano pone una sonrisa en personajes y situaciones -Cantueso, Hortensia- muy duras. Felicidades por la entrada.
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