Color carne.
Erika Martínez.
Editorial Pre-textos, Poesía.
Valencia, 2009.
8 Euros.
ISBN: 978-84-8191-956-I
Juan Carlos Sierra
Cuando conocí a Erika Martínez en un curso de verano de El Escorial en 2003, nada me hacía sospechar que aquella muchacha con un discurso claramente desinhibido y alejado de prejuicios feministas y femeninos se convertiría a la vuelta de unos años en una nueva poeta en el panorama lírico español más joven, avalada por un premio de nueva creación y con un libro, Color carne, que en muchos aspectos también apuesta por una mirada y una voz desinhibida de prejuicios feministas y femeninos.
Color carne, el libro con el que se estrena Erika Martínez en el vicio solitario de hacer versos –y publicarlos-, se estructura en tres secciones, de las que la primera, ‘Marionetas’, es la que más me recuerda a la Erika con la que felizmente coincidí en aquel verano de 2003 y la que me convence de que, como en otros momentos he negado, sí existe una literatura femenina, que contempla el mundo y lo escribe desde una perspectiva diferente a la del escritor. Esa diferencia entre la voz masculina y la femenina, en el caso de Erika Martínez creo que se halla en el tono reivindicativo del conjunto de los poemas que componen esta sección.
Comienza ‘Marionetas’ con una especie de declaración de principios. Si Ángel González nos hablaba de que para que él se llamara Ángel González fueron necesarios “hombres de todo mar y toda tierra,/ fértiles vientres de mujeres, y cuerpos/ y más cuerpos, fundiéndose incesantes/ en otro nuevo cuerpo”, para Erika Martínez en ‘Genealogía’ lo que importa sobre todo es la presencia de las mujeres de la familia, las únicas capaces, por lo leído, de entender y soportar el dolor de otra mujer, es decir, de construir al personaje poético que toma la voz en Color carne.
A partir de aquí, el resto de los dieciséis poemas que conforman esta primera parte buscan el espacio femenino en este universo patriarcal “tan ruin, tan puñetero” (‘Mujer con puñal’) desde la infancia (‘La deslenguada’ y ‘Canción de Laura’), desde el lenguaje y la propia escritura (‘La tartamuda’ y ‘Escritura’), desde la maternidad (‘Perverso polimorfo’), desde lo público (‘Beata Illa’ e ‘Ingeniería civil’) y, finalmente, desde el papel que juega dentro de este nuevo universo poético femenino el amor y el sexo (sobre todo ‘Cruces’, ‘Amor’, ‘Caramelos’ y ‘Nieve’).
En las últimas décadas han surgido algunas poetas que generacionalmente se hallan en muchos sentidos en la órbita de estas inquietudes de construcción de un nuevo discurso femenino –Miriam Reyes, Elena Medel, Alejandra Vanessa,…-, pero Erika Martínez es quizá, hasta el momento, la que con más solidez y coherencia ha hilvanado los pespuntes de la reivindicación de un espacio y un lenguaje femenino diferentes. ‘Marionetas’, la primera parte de Color carne, así lo atestigua, pero también algunos otros poemas dispersos en ‘Combustión’ (principalmente ‘Anillo de humo’, ‘Observador internacional’, ‘Paraíso’ o ‘Visión del refugio’) y ‘El bosque interior’, las otras dos secciones del estreno poético de Erika Martínez.
Color carne es, no obstante, algo más que todo esto. En un proceso de adelgazamiento del número de poemas y de la extensión de estos, y a la vez de cierto hermetismo desde la narratividad al impresionismo –especialmente en ‘El bosque interior’-, las otras dos secciones del libro apuntan hacia temáticas algo diferentes, pero en ocasiones no muy alejadas de ‘Marionetas’. En ‘Combustión’ se observa un recorrido desde la memoria de los lugares sentimentales de la infancia, propia y ajena, hasta la huella que ese proceso deja en el presente: “El conflicto es mi única verdad,/ la memoria una sombra que me guía (…) Es mía esta palabra a la deriva” (‘A la deriva’). A esta sección pertenece uno de los mejores poemas del libro de Erika Martínez, ‘El edificio’, que parece transmitirnos una preocupante asunción del aislamiento como ordenamiento social que desemboca en el principio de productividad.
Finalmente, ‘El bosque interior’ apunta, con un hábil manejo en ocasiones de cierta imaginería surrealista, a un replanteamiento de la validez de todo el discurso mantenido hasta el momento en el libro, a la desconfianza en la memoria (‘Espiral’), a la fragilidad del presente (‘Ocaso’), a la apuesta por el poema (‘Amerizaje’) que nos salva de la inconsistencia de lo que creíamos firme y sólido (‘Humus’ y ‘Móviles’).
Después de este recorrido por la primera obra de Erika Martínez, la conclusión a la que uno puede llegar es que, mientras ‘Combustión’ y ‘El bosque interior’, con sus virtudes, continúan la línea de cierta poesía última española, ‘Marionetas’ indaga en un terreno más novedoso e interesante, más personal y rico, que por sí mismo justificaría la publicación de Color carne. La otra conclusión evidente tras la lectura del libro de Erika Martínez es que nos hallamos ante el inicio más que prometedor de una carrera poética –en el mejor sentido de la expresión- que hay que seguir con interés.
Erika Martínez.
Editorial Pre-textos, Poesía.
Valencia, 2009.
8 Euros.
ISBN: 978-84-8191-956-I
Juan Carlos Sierra
Cuando conocí a Erika Martínez en un curso de verano de El Escorial en 2003, nada me hacía sospechar que aquella muchacha con un discurso claramente desinhibido y alejado de prejuicios feministas y femeninos se convertiría a la vuelta de unos años en una nueva poeta en el panorama lírico español más joven, avalada por un premio de nueva creación y con un libro, Color carne, que en muchos aspectos también apuesta por una mirada y una voz desinhibida de prejuicios feministas y femeninos.
Color carne, el libro con el que se estrena Erika Martínez en el vicio solitario de hacer versos –y publicarlos-, se estructura en tres secciones, de las que la primera, ‘Marionetas’, es la que más me recuerda a la Erika con la que felizmente coincidí en aquel verano de 2003 y la que me convence de que, como en otros momentos he negado, sí existe una literatura femenina, que contempla el mundo y lo escribe desde una perspectiva diferente a la del escritor. Esa diferencia entre la voz masculina y la femenina, en el caso de Erika Martínez creo que se halla en el tono reivindicativo del conjunto de los poemas que componen esta sección.
Comienza ‘Marionetas’ con una especie de declaración de principios. Si Ángel González nos hablaba de que para que él se llamara Ángel González fueron necesarios “hombres de todo mar y toda tierra,/ fértiles vientres de mujeres, y cuerpos/ y más cuerpos, fundiéndose incesantes/ en otro nuevo cuerpo”, para Erika Martínez en ‘Genealogía’ lo que importa sobre todo es la presencia de las mujeres de la familia, las únicas capaces, por lo leído, de entender y soportar el dolor de otra mujer, es decir, de construir al personaje poético que toma la voz en Color carne.
A partir de aquí, el resto de los dieciséis poemas que conforman esta primera parte buscan el espacio femenino en este universo patriarcal “tan ruin, tan puñetero” (‘Mujer con puñal’) desde la infancia (‘La deslenguada’ y ‘Canción de Laura’), desde el lenguaje y la propia escritura (‘La tartamuda’ y ‘Escritura’), desde la maternidad (‘Perverso polimorfo’), desde lo público (‘Beata Illa’ e ‘Ingeniería civil’) y, finalmente, desde el papel que juega dentro de este nuevo universo poético femenino el amor y el sexo (sobre todo ‘Cruces’, ‘Amor’, ‘Caramelos’ y ‘Nieve’).
En las últimas décadas han surgido algunas poetas que generacionalmente se hallan en muchos sentidos en la órbita de estas inquietudes de construcción de un nuevo discurso femenino –Miriam Reyes, Elena Medel, Alejandra Vanessa,…-, pero Erika Martínez es quizá, hasta el momento, la que con más solidez y coherencia ha hilvanado los pespuntes de la reivindicación de un espacio y un lenguaje femenino diferentes. ‘Marionetas’, la primera parte de Color carne, así lo atestigua, pero también algunos otros poemas dispersos en ‘Combustión’ (principalmente ‘Anillo de humo’, ‘Observador internacional’, ‘Paraíso’ o ‘Visión del refugio’) y ‘El bosque interior’, las otras dos secciones del estreno poético de Erika Martínez.
Color carne es, no obstante, algo más que todo esto. En un proceso de adelgazamiento del número de poemas y de la extensión de estos, y a la vez de cierto hermetismo desde la narratividad al impresionismo –especialmente en ‘El bosque interior’-, las otras dos secciones del libro apuntan hacia temáticas algo diferentes, pero en ocasiones no muy alejadas de ‘Marionetas’. En ‘Combustión’ se observa un recorrido desde la memoria de los lugares sentimentales de la infancia, propia y ajena, hasta la huella que ese proceso deja en el presente: “El conflicto es mi única verdad,/ la memoria una sombra que me guía (…) Es mía esta palabra a la deriva” (‘A la deriva’). A esta sección pertenece uno de los mejores poemas del libro de Erika Martínez, ‘El edificio’, que parece transmitirnos una preocupante asunción del aislamiento como ordenamiento social que desemboca en el principio de productividad.
Finalmente, ‘El bosque interior’ apunta, con un hábil manejo en ocasiones de cierta imaginería surrealista, a un replanteamiento de la validez de todo el discurso mantenido hasta el momento en el libro, a la desconfianza en la memoria (‘Espiral’), a la fragilidad del presente (‘Ocaso’), a la apuesta por el poema (‘Amerizaje’) que nos salva de la inconsistencia de lo que creíamos firme y sólido (‘Humus’ y ‘Móviles’).
Después de este recorrido por la primera obra de Erika Martínez, la conclusión a la que uno puede llegar es que, mientras ‘Combustión’ y ‘El bosque interior’, con sus virtudes, continúan la línea de cierta poesía última española, ‘Marionetas’ indaga en un terreno más novedoso e interesante, más personal y rico, que por sí mismo justificaría la publicación de Color carne. La otra conclusión evidente tras la lectura del libro de Erika Martínez es que nos hallamos ante el inicio más que prometedor de una carrera poética –en el mejor sentido de la expresión- que hay que seguir con interés.
1 comentario:
Bravo Juan Carlos, animar a la poesía no es una tarea fácil y son reseñas animadas como esta las que me dan prisas por ir a buscar la librería más próxima... ya te digo cuando lo lea.
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