Gabriel Chevallier
Acantilado, 2009
ISBN: 978-84-92649-02-0
361 pág.
22 €
Traducción: José Ramón Monreal
Carolina León
Ser Gabriel Chevallier no tiene que haber sido fácil. Vivo la Primera Guerra Mundial (no olvidemos que se conocía como Gran Guerra antes de todas las que vinieron después) y escribo un documento desde mis más horribles experiencias. No lo lee (casi) nadie, y me veo obligado a editarlo casi quince años después, cuando otra guerra está en el horizonte, llamando con sus tambores; en 1939, con mi editor acordamos suspender su venta: “Cuando la guerra está ahí, a no es el momento de avisar a la gente de que se trata de una siniestra aventura de consecuencias imprevisibles”. Pero yo he escrito esta novela para que esto no vuelva a suceder, para que los muchachos de dieciocho años no quieran ir a la guerra, a “conocer el espectáculo de su tiempo”.
Para Chevallier, que vivió la guerra, no existen ninguna de las dos cosas. Chevallier habla de la guerra como si la escribiera yo misma. Una persona en un contexto de dilatada paz, de bonanzas económicas, de burguesía profesional, se embarca en el acontecimiento del siglo para conocerlo desde dentro -podría ser yo, periodista, si las guerras llevaran treinta años sin acercarse a nuestros confines, pero tal concepto ya no es posible-. Jean Dartemont es Gabriel Chevallier, ni siquiera puede considerarse un alter ego, de tantísima cercanía como destila su primera persona.
Un niño, casi, se enfrenta como un auténtico pelele al “acontecimiento” y nos hace ver que peleles eran todos. El primer episodio, aquel en el que Dartemont es todavía civil y ve cómo la guerra se inmiscuye en la vida cotidiana de París, da la clave de todo lo que van a contarnos a continuación. Lo colocan en cierto puesto, ha de cumplir órdenes que no entiende, ha de comportarse como se espera de la función asignada, es herido, retirado, llega una supuesta calma mientras se recupera en el hospital -que Chevallier aprovecha para hacer las mejores digresiones, dictadas por la época y el contexto, sobre lo que le tocó vivir-, vuelve a las trincheras cuando la guerra ya está madura y son de todos conocidos -aunque silenciados- los sacrificios humanos inútiles y absurdos del Chemin des Dames y otros; y va aguantando día tras día, tan sólo tratando de salvar la vida.
El personaje-narrador de Chevallier se va haciendo un poco más antipático, más cretino, más correoso, conforme va avanzando el relato. Pero no deja de encontrar el momento oportuno para buscar al niño que era cuando ingresó a filas, y sentir -haciéndonos sentir- una y otra vez el Miedo. La novedad, creo que muy bien resuelta, de esta novela, es la de enfrentar al “héroe” a un universo de decisiones y poder en el que no tiene voz ni voto, y aún así dejarle argumentar en sus páginas como se merece todo ser humano.
El miedo de Gabriel Chevallier importa menos como documento de la guerra -no deja de ser inquietante lo plástico de las descripciones de artillerías, estallidos, obuses...- y mucho más como alegato que casi no puede llamarse pacifista, sino más bien humanista: yo diría que le importa al autor mucho más que el hombre pueda darse a sí mismo sentido, frente al absurdo del poder jerárquico, que dejarlo vivir eternamente en tiempos de paz.
Insisto: qué pocas reseñas tuvo un libro sobre "El Miedo" en nuestra prensa, siendo como es una novela de un contexto determinado pero con un enfoque tremendamente universal. ¿Por qué?
4 comentarios:
La felicito a usted por su debut en estas páginas. Recuerdo que Babelia sí reseñó el libro, en un amplio reportaje donde figuraban otros que trataban el mismo asunto de la guerra. Yo creo que lo mejor que he leído sobre la Gran Guerra son los primeros capítulos de “Viaje al fin de la noche”. Habrá que hacer un ejercicio comparativo con este que usted reseña.
Me lo voy a buscar, señor anónimo. De todas formas, recomiendo mucho éste. Sí recuerdo el reportaje de Babelia, y yo misma publiqué otra crítica en un medio literario; pero, en fin, quizá soy muy exigente.
Saludos.
Feliz estreno, Carolink.
¡Gracias!
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