Valérie Mréjen
Periférica, 2009
ISBN: 978-84-936926-8-1
89 páginas.
12 euros.
Traducción de Sonia Hernández Ortega.
Juan Carlos Sierra
A Valérie Mréjen, en su faceta literaria –pues también se dedica al arte visual-, se le conoce por estas tierras gracias fundamentalmente a la labor de la más que interesante editorial extremeña Periférica. El agrio es, de hecho, el segundo título de la escritora francesa que coloca en las librerías españolas Julián Rodríguez Marcos, director de Periférica, tras el aplaudido Mi abuelo.
De uno a otro libro van unos cuantos años en su publicación francesa, pero solo unos meses en su versión castellana, lo cual habla bien a las claras de la decidida apuesta de Periférica por una autora que se encuentra entre las voces más interesantes de la narrativa europea actual. Esta última afirmación por repetida no es gratuita, pues se sustenta básicamente en la peculiaridad de la prosa de Valérie Mréjen: directa, seca en ocasiones, sin concesiones, como latigazos narrativos estructurados en secuencias o fotogramas que apuntan directamente a la retina del lector.
En este sentido, se podría decir que Valérie Mréjen trabaja con una prosa muy al filo de los días y de las sensibilidades modernas o posmodernas. El peso descriptivo es más que liviano dejando todo el protagonismo narrativo a la acción en sí, a la agilidad del transcurso de los sucesos, para lo que la estructuración tradicional en capítulos sirve más bien poco y por lo que, como ya hemos apuntado más arriba, el andamiaje que ofrece la secuencia es mucho más productivo.
Hasta aquí lo que une a Mi abuelo y El agrio, los dos títulos de Valérie Mréjen que por el momento se han vertido al español. En cuanto a lo que los diferencia, se podría hablar de la temática, al asunto que cada uno de los libros trata. Sin embargo, si trascendemos la anécdota de cada uno de ellos, hallamos algunos puntos en común que tienen que ver sobre todo con la construcción de una nueva sentimentalidad, la que se deriva de las circunstancias particulares que conforman la intimidad en el ocaso del siglo XX y los albores del XXI.
Si en Mi abuelo el tema fundamental es la familia, en El agrio, el libro que reseñamos, se trata de las relaciones de pareja, que por supuesto se alejan en cierto sentido de las convenciones literarias y televisivas al uso. Para no destripar la novela, diremos simplemente que El agrio narra en primera persona las peripecias amorosas de la protagonista femenina con Bruno, conocido con el sobrenombre de El Agrio. Como el amor tiene su punto de enfermedad mental, en el libro de Valérie Mréjen observamos cómo la protagonista, que quizá para su desgracia se ha enamorado perdidamente de Bruno, se arrastra detrás de un individuo por el que la mayoría, en su sano y desenamorado juicio, no daría ni un paso adelante.
Con este material narrativo y con las herramientas a caballo entre la novela y el vídeo, Valérie Mréjen construye su artefacto, El agrio, que para algunos de los que se aventuren en él se convertirá en espejo en el que reconocerse o que romper por lo enfermizo y en ocasiones degradante del retrato amoroso. Pero en cualquier caso, El agrio, novela y personaje, no dejará indiferente a nadie.
A Valérie Mréjen, en su faceta literaria –pues también se dedica al arte visual-, se le conoce por estas tierras gracias fundamentalmente a la labor de la más que interesante editorial extremeña Periférica. El agrio es, de hecho, el segundo título de la escritora francesa que coloca en las librerías españolas Julián Rodríguez Marcos, director de Periférica, tras el aplaudido Mi abuelo.
De uno a otro libro van unos cuantos años en su publicación francesa, pero solo unos meses en su versión castellana, lo cual habla bien a las claras de la decidida apuesta de Periférica por una autora que se encuentra entre las voces más interesantes de la narrativa europea actual. Esta última afirmación por repetida no es gratuita, pues se sustenta básicamente en la peculiaridad de la prosa de Valérie Mréjen: directa, seca en ocasiones, sin concesiones, como latigazos narrativos estructurados en secuencias o fotogramas que apuntan directamente a la retina del lector.
En este sentido, se podría decir que Valérie Mréjen trabaja con una prosa muy al filo de los días y de las sensibilidades modernas o posmodernas. El peso descriptivo es más que liviano dejando todo el protagonismo narrativo a la acción en sí, a la agilidad del transcurso de los sucesos, para lo que la estructuración tradicional en capítulos sirve más bien poco y por lo que, como ya hemos apuntado más arriba, el andamiaje que ofrece la secuencia es mucho más productivo.
Hasta aquí lo que une a Mi abuelo y El agrio, los dos títulos de Valérie Mréjen que por el momento se han vertido al español. En cuanto a lo que los diferencia, se podría hablar de la temática, al asunto que cada uno de los libros trata. Sin embargo, si trascendemos la anécdota de cada uno de ellos, hallamos algunos puntos en común que tienen que ver sobre todo con la construcción de una nueva sentimentalidad, la que se deriva de las circunstancias particulares que conforman la intimidad en el ocaso del siglo XX y los albores del XXI.
Si en Mi abuelo el tema fundamental es la familia, en El agrio, el libro que reseñamos, se trata de las relaciones de pareja, que por supuesto se alejan en cierto sentido de las convenciones literarias y televisivas al uso. Para no destripar la novela, diremos simplemente que El agrio narra en primera persona las peripecias amorosas de la protagonista femenina con Bruno, conocido con el sobrenombre de El Agrio. Como el amor tiene su punto de enfermedad mental, en el libro de Valérie Mréjen observamos cómo la protagonista, que quizá para su desgracia se ha enamorado perdidamente de Bruno, se arrastra detrás de un individuo por el que la mayoría, en su sano y desenamorado juicio, no daría ni un paso adelante.
Con este material narrativo y con las herramientas a caballo entre la novela y el vídeo, Valérie Mréjen construye su artefacto, El agrio, que para algunos de los que se aventuren en él se convertirá en espejo en el que reconocerse o que romper por lo enfermizo y en ocasiones degradante del retrato amoroso. Pero en cualquier caso, El agrio, novela y personaje, no dejará indiferente a nadie.
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