
Louis Begley
Editorial Alba, 2009.
ISBN: 978-84-8428-475-8
240 páginas.
21 euros.
Traducción de Ignacio Villaro.
Javier Mije
Javier Puebla
Leonard Woolf, por si alguien no lo sabe, es el marido de Virginia Woolf, ambos componentes del célebre círculo de Bloomsbury, en el que también destacan Forster y James Joyce.
De las parejas compuestas por escritores, ésta es la única, al menos que yo recuerde, donde la fama de ella ha eclipsado la de él, aunque ella lleve el apellido de él.
El título inglés, The wise virgins, se refiere a la famosa y misteriosa parábola evangélica de las vírgenes prudentes y las vírgenes necias, referencia que aparece varias veces en la novela. El traductor, sin embargo, ha optado por traducir “wise” por sabias y no por “prudentes” como es la tradición, supongo que para evitar interferencias con el autor de esta reseña, que ya había publicado en español una novela titulada Las vírgenes prudentes.
Esta novela es un retrato ácido de la sociedad inglesa de principios de siglo. La protagonista femenina Camilla, que a los ojos del lector resulta encantadora, es trasunto de Virginia, como Harry lo es del autor. Es una novela que causó gran revuelo en la familia del autor, que no estaba de acuerdo con la imagen satírica que él muestra de ella, como si quisiera hacerse perdonar sus orígenes judíos. Virginia sufrió una de sus crisis nerviosas durante su lectura (pues sufría lo que hoy se denomina trastorno bipolar).
Lo mejor de la novela son los ingeniosos diálogos, cargados de ironía e inteligencia y muy reveladores del alma de los personajes. En esos diálogos y encuentros, padres, madres, hermanas, párrocos, hijos y vecinas aparecen atrapados por rígidas convenciones y por una moral puritana que les impiden hacer, decir e incluso desear lo que realmente quieren. Harry, el protagonista, quiere escapar de eso y busca la plenitud en el amor y en el arte; ejerce de un apóstol, por así decir, de la libertad y de la audacia, pero ni sabe bien lo que quiere ni con ello ayuda a nadie y, al final, acaba acatando esa moral que tanto desprecia e incluso colaborando con ella.
Otro mérito del libro es el análisis de los sentimientos. Se trata de un análisis en vivo, con cierta empatía, sin esa frialdad del entomólogo. Gracias a la pluma fina y ágil del autor, deseo, desdén , excitación, complejos y miedos se enredan y se confunden bellamente en el corazón de los personajes cuando se quedan solos, cuando buscan el amor, la amistad o simplemente el prestigio social.
Salvando las distancias, esta novela recuerda en tema e intención a Orgullo y prejucio de Jane Austen. Ambas reflejan muy bien los temores y esperanzas del alma femenina, que vive en el corsé de férreas convenciones, y los complejos y prejuicios de los unos contra los otros. Pero mientras que Jane Austen es más bien crítica y, a la postre, optimista, Woolf es más bien ácido y pesimista.
Una novela, pues, inteligente y amena, bien editada, y con el aliciente de nuestra querida Virginia.
Varios autores
Alpha Decay, 2009
ISBN 978-84-937269-5-9
304 páginas
19 euros
Carolina León
Dos de los personajes más activos -uno, en el trabajo editorial, el otro, en la crónica negra periodística- de la Barcelona de hoy se han arremangado las batas de trabajo y han entrado al trapo con los muertos. Los muertos de la historia criminal reciente de la ciudad de Barcelona. Ana S. Pareja, quien fuera editora del volumen Odio Barcelona (Melusina, 2008) escribe junto a Jordi Corominas un nuevo capítulo de una virtual trilogía en la que pretenden descorrer el velo de la ciudad moderna, hastiada de cosmopolitismo, oportunidades falsas y espejismos.
Si en Odio Barcelona sus autores -un plantel tan alternativo como atractivo- relataban desde el yo la decepción y el sentimiento de fracaso, Matar en Barcelona va más lejos para ir en busca de las víctimas de ese fracaso: las víctimas de la crónica negra catalana del último siglo (y poco más). La modernidad que fundó, según él mismo dejó dicho, Jack el Destripador, aterriza en la ciudad condal con gargarismos, hablando catalán, pero también gallego, árabe o español con varios acentos; escribiendo una historia a través de estos doce relatos que hace abrir la boca de pasmo. Pero también de verdad.
Los doce autores aquí reunidos no han sido elegidos siguiendo más criterio que el de poder/querer enfrentarse a un relato cuya base es totalmente real. Los testimonios y los hechos detrás; la ficción delante. El diálogo se establece, vuelca sentidos a un lado y al otro, el autor ocasional recrea un fragmento, un punto de vista, un antes o un después -no todos se revuelcan en la sangre- y la lectura se hace “deleitosa”.
Lo digo así, entre comillas, porque en cada relato la carga de morbosidad se va haciendo más espesa, y sin embargo el placer que se saca de ellos es más y más grande. Porque sí, porque también es moderno (lo enseñaron Lovecraft, Ballard, King y tantos) disfrutar del horror.
Cada cual podrá escoger sus favoritos: más asépticos (Francesc Serés con "Morir en Barcelona") o más descacharrantes (Manuel Vilas en "Control"); montados en juegos intelectuales, sin dejar de producir inquietud en el centro de la espina dorsal (Javier Calvo); apegados al discurso del sentimiento o las emociones (el de Llucía Ramis, por ejemplo); el interesante monólogo interior, bien cincelado de "Me siento haciendo un NoDo" (Antonio Luque), la narración casi tranquila en la que se abren inesperados vacíos ("Nuestras hijas", de Elena Medel). Sin complejos, de aquí y de allí, aficionados a la literatura de oscuro color, o simples invitados.
El resultado es grande. Coherente, bien atado, con ritmo y estribillos pegadizos, pero también con disonancias sorprendentes (Mara Faye Lethem): esas partes, a veces, largas y aburridas que convierten a cualquier canción de pop alternativo en una gran canción de cualquier género.
Los cuentos de Matar en Barcelona podrían funcionar cada uno por separado pero, juntos, al hilo, conforman un álbum fotográfico de una modernidad a la que casi nunca miramos a la cara, pero que está radicalmente ahí. Porque la deformación, el aliento del fracaso y las respuestas violentas no han de formar parte del mundo de gimnasios y desodorantes. Pero existen. Pues exactamente igual que el pop alternativo.