Humo. Arizona.
Juan Carlos Rubio
Editorial Fundamentos, 2009
ISBN: 978-84-245-1179-1
158 páginas.
8, 65 €
Joaquín Blanes
Juan Carlos Rubio pertenece a la nueva hornada de autores dramáticos que con inteligencia y oficio están mostrando a la crítica más tradicional que sigue habiendo vida escénica en nuestro país después de Valle-Inclán, Buero Vallejo, Alonso de Santos o Sinisterra. Por supuesto no podemos hablar de una generación, porque sería incluir estilos muy diversos en una faltriquera cultural; de eso se encargará la crítica dentro de unos años. Desde luego no es lo mismo ver Caricias de Sergi Belbel, que Animales nocturnos de Juan Mayorga, aunque tengan una violencia verbal y física parecida. No creo en lo generacional, salvo por el hecho de que los autores hayan nacido en un periodo relativamente próximo y haber compartido ciertas modas culturales del momento.
En absoluto es igual ver una puesta en escena de una obra de Rodrigo García frente a una de Juan Carlos Rubio. El primero trata de agredir, de alguna manera, la conciencia burguesa, es el clásico ejemplo vanguardista de épater le bourgeois, mientras que el segundo se acerca más al teatro tradicional en su concepción de puesta en escena, arropándola con un toque poético, como demuestra Las heridas del viento, la primera de las obras que recopila este libro. Una obra que con sólo dos personajes es capaz de mantener la atención del lector/espectador. Su puesta en escena ha sido un éxito en Miami y en el offside de Nueva York bajo un montaje de Juan Manuel Cifuentes.
El punto de partida no es nuevo, pero sigue siendo interesante este tipo de incidente incitador. Tras la muerte de su padre, el protagonista, David, descubre entre sus pertenencias unas cartas de amor escritas por otro hombre y dirigidas a su progenitor. Desde ese momento, David decide buscar la verdad sobre la figura de su padre. Pero lo que aparentemente parece obvio para el lector/espectador en realidad no lo es, de ahí la riqueza de la trama que construye Juan Carlos Rubio en esta obra, llena de poética en los discursos vitalistas, aunque en el fondo agotados y amargos, del otro protagonista: Juan, el hombre que le escribía cartas de amor al padre de David. El final es insospechado y deja una sensación desoladora porque buscar la verdad de alguien extinto puede ser un problema.
La segunda obra es, seguramente, la más exitosa de Rubio, gracias a un plantel de actores que participaron en su estreno: Juan Luis Galiardo y Kiti Manver, un acierto en la elección de estos dos actores para los papeles protagonistas.
La historia recuerda en cierto modo a San Manuel Bueno Mártir, alguien que predica algo en lo que no cree, es el caso de Jack. Esta obra tiene un juego de diálogos muy ingeniosos en réplicas y contra-réplicas, así como una historia que se basa en el secreto dramático.
El secreto dramático es uno de los elementos esenciales en el teatro del siglo XX, podría decirse que es un como un McGuffin, haciendo una vaga analogía con el cine. Existe un secreto que silencian los personajes al espectador, un secreto del que no quieren hablar, pero que se respira en el fondo. Como el secreto de Willy Loman, el viajante de Arthur Miller, el de Tío Vania de Chéjov, etc. Los secretos van dejando de serlo poco a poco y tienen mucho que ver con el sentimiento de culpa, con el psicoanálisis, con Freud y con sus reminiscencias oníricas.
La obra que cierra el libro es Arizona, una obra corta, de nuevo con dos únicos personajes (George y Magaret) donde se habla del miedo hacia el otro, hacia el inmigrante. En Arizona se habla del devastador desierto, una de las puertas de entrada de los emigrantes, concurrida y trágica. En lo que llevamos de 2009 han fallecido 161 personas intentando alcanzar un sueño que ciertamente no se logra nada más llegar, cruzar la frontera es sólo el comienzo de una vida ardua y maltrecha. Esta obra es una alegoría sobre la defensa de nuestras tierras de la llegada del otro, ese otro que, decimos, nos quita el trabajo, el dinero y a nuestras mujeres. Es una diatriba contra las fronteras. Breve e intensa, directa y sincera, dramática.
Como ya dijimos en la reseña del libro de Rodrigo García, publicar teatro es un acto de valentía, de otro modo, es difícil acceder a nuevos textos dramáticos. Por eso creo necesario el reconocimiento de editoriales como Fundamentos en su colección Espiral/teatro, Ñaque o la tan denostada SGAE, que publica obras de teatro a un precio más que asequible. Este libro nos da a conocer a un autor que comienza a ser de obligado seguimiento.
1 comentario:
Hacer crítica de libros teatrales es también una labor encomiable, aunque el paradigma vigente hace tiempo que desbancó, probablemente con buenas razones, a la palabra del centro de la escena. Yo agradezco este seguimiento de lo dramático en estas páginas.
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