Mauricio Wiesenthal
Edhasa, 2010
ISBN: 8435018806
256 pág.
7,95 euros
Alejandro Luque
Quienes se hayan regalado el intenso y prolongado placer de leer el Libro de réquiems de Mauricio Wiesenthal recordarán entre sus páginas más felices las dedicadas a Tólstoi bajo el título Poema de amor en Rusia. Con motivo del centenario de la muerte del maestro ruso, la editorial Edhasa pidió a Wiesenthal que reuniera sus escritos tolstoianos en un volumen. Y éste, muy poco amigo de los refritos, decidió componer un nuevo libro, aunque lógicamente incluye los textos ya conocidos. El resultado es este hermoso, en fondo y forma, El viejo León. Tolstoi, un retrato literario.
El título no engaña: un retrato no es una biografía, sino la representación, necesariamente subjetiva, de un individuo. Pero además se trata de un retrato literario, es decir, un ejercicio en el que la recreación es tan legítima como la información contrastada. Ello explica que Wiesenthal introduzca, por ejemplo, pasajes de su monumental novela Luz de vísperas para ilustrar episodios de la vida de Tolstoi, o que describa las relaciones de la familia como si él mismo hubiera ocupado una silla en su despacho, mientras el viejo León escribía.
Un libro como el que nos ocupa está precedido, desde luego, de muchas horas de atenta lectura, pero sobre todo es el testimonio de alguien que ha vivido a Tolstoi. Vale la pena incidir en este hecho, porque los lectores de hoy, a los que a duras penas se nos concede tiempo para leer aprisa, rara vez sentimos el lujo de vivir la literatura. Y si pudiéramos hacerlo, habría que ver qué escritores merecen la pena ser vividos, pero ése es otro cantar...
Con su estilo suave y florido, que por momentos se desliza hacia la prosa poética, “con pasión y con soltura” como él mismo reconoce, Wiesenthal salta de sus peregrinaciones a la finca de Iasnaia Poliana a desgranar el pensamiento de Tolstoi, de su sintonía con la naturaleza a su militancia a favor de la no violencia activa, de su solidaridad con los desfavorecidos a las relaciones con su esposa y sus hijas, no siempre armoniosas, o con los otros escritores de su tiempo, como Turgueniev o Dostoievski, al tiempo que trata de desentrañar el alma rusa entre las miles de páginas que constituyen el portentoso legado tolstoiano.
No obstante, lo que hace el escritor barcelonés es lo más distante del consabido ejercicio de quitar el polvo que quepa imaginar. Para Wiesenthal no parece haber escritor más vivo y vigente que Tolstoi, y lo invoca como un potente foco para que se abra paso entre las tinieblas del tiempo presente. No sólo como gigantesco narrador, sino como “autoridad moral”. O mejor dicho, cómo símbolo de la destrucción de nuestros referentes morales, a los que hemos arrumbado en el armario de los trastos viejos para entregarnos a los magos del entretenimiento, a los vendedores de humo y pompas de jabón que inundan el mercado: “No nos respetamos a nosotros mismos –diría Tolstoi– y por eso no sabemos amar... (...) Hemos creado un mundo capaz de globalizar una enorme riqueza material, pero somos incapaces de globalizar la infinita riqueza moral y espiritual que tenemos en nuestra ciencia y en nuestra cultura”.
No quisiera terminar esta reseña sin incidir en un detalle: el modo en que Wiesenthal consigue siempre hacerse presente a lo largo y ancho de su narración, sin incurrir en el exceso de modestia que hace desaparecer al yo ni en la grosería de disputarle espacio al verdadero protagonista. Ese difícil equilibrio es el resultado de un estilo muy rico y trabajado, que hacen de este autor -dicho sea sin un ápice de exageración- una de las escasísimas voces únicas de la actual literatura en español.
Quienes se hayan regalado el intenso y prolongado placer de leer el Libro de réquiems de Mauricio Wiesenthal recordarán entre sus páginas más felices las dedicadas a Tólstoi bajo el título Poema de amor en Rusia. Con motivo del centenario de la muerte del maestro ruso, la editorial Edhasa pidió a Wiesenthal que reuniera sus escritos tolstoianos en un volumen. Y éste, muy poco amigo de los refritos, decidió componer un nuevo libro, aunque lógicamente incluye los textos ya conocidos. El resultado es este hermoso, en fondo y forma, El viejo León. Tolstoi, un retrato literario.
El título no engaña: un retrato no es una biografía, sino la representación, necesariamente subjetiva, de un individuo. Pero además se trata de un retrato literario, es decir, un ejercicio en el que la recreación es tan legítima como la información contrastada. Ello explica que Wiesenthal introduzca, por ejemplo, pasajes de su monumental novela Luz de vísperas para ilustrar episodios de la vida de Tolstoi, o que describa las relaciones de la familia como si él mismo hubiera ocupado una silla en su despacho, mientras el viejo León escribía.
Un libro como el que nos ocupa está precedido, desde luego, de muchas horas de atenta lectura, pero sobre todo es el testimonio de alguien que ha vivido a Tolstoi. Vale la pena incidir en este hecho, porque los lectores de hoy, a los que a duras penas se nos concede tiempo para leer aprisa, rara vez sentimos el lujo de vivir la literatura. Y si pudiéramos hacerlo, habría que ver qué escritores merecen la pena ser vividos, pero ése es otro cantar...
Con su estilo suave y florido, que por momentos se desliza hacia la prosa poética, “con pasión y con soltura” como él mismo reconoce, Wiesenthal salta de sus peregrinaciones a la finca de Iasnaia Poliana a desgranar el pensamiento de Tolstoi, de su sintonía con la naturaleza a su militancia a favor de la no violencia activa, de su solidaridad con los desfavorecidos a las relaciones con su esposa y sus hijas, no siempre armoniosas, o con los otros escritores de su tiempo, como Turgueniev o Dostoievski, al tiempo que trata de desentrañar el alma rusa entre las miles de páginas que constituyen el portentoso legado tolstoiano.
No obstante, lo que hace el escritor barcelonés es lo más distante del consabido ejercicio de quitar el polvo que quepa imaginar. Para Wiesenthal no parece haber escritor más vivo y vigente que Tolstoi, y lo invoca como un potente foco para que se abra paso entre las tinieblas del tiempo presente. No sólo como gigantesco narrador, sino como “autoridad moral”. O mejor dicho, cómo símbolo de la destrucción de nuestros referentes morales, a los que hemos arrumbado en el armario de los trastos viejos para entregarnos a los magos del entretenimiento, a los vendedores de humo y pompas de jabón que inundan el mercado: “No nos respetamos a nosotros mismos –diría Tolstoi– y por eso no sabemos amar... (...) Hemos creado un mundo capaz de globalizar una enorme riqueza material, pero somos incapaces de globalizar la infinita riqueza moral y espiritual que tenemos en nuestra ciencia y en nuestra cultura”.
No quisiera terminar esta reseña sin incidir en un detalle: el modo en que Wiesenthal consigue siempre hacerse presente a lo largo y ancho de su narración, sin incurrir en el exceso de modestia que hace desaparecer al yo ni en la grosería de disputarle espacio al verdadero protagonista. Ese difícil equilibrio es el resultado de un estilo muy rico y trabajado, que hacen de este autor -dicho sea sin un ápice de exageración- una de las escasísimas voces únicas de la actual literatura en español.
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