Antonio Zamora
Hipálage, 2010
ISBN: 978-84-96919-31-0
260 páginas
15 euros
Jesús Cotta
Ya había reseñado yo aquí un libro suyo titulado La venganza de Evaristo Cubista, un libro breve que contaba una historia tan terrible y tan bien contada, que sólo le eché en cara la ausencia de un lenguaje más apasionado: con todo lo que le pasaba al prota, pegaba soltar al menos alguna palabrota, perder a veces los nervios, dar un puñetazo en la mesa.
Pero con esta segunda obra el autor se ha superado. El lenguaje de Arcadio Talavera, que es quien narra toda la historia, es el de un poeta in pectore, en lo oscuro, pero con muchos cojones, con mucho deseo de amor, confinado en las sombras de una guerra inútil, larga, que es toda desierto y sangre.
No recuerdo ahora mismo ninguna novela que trate nuestra triste guerra de Marruecos, que es un episodio que la gente olvida o que no interesa, pero donde se derramó mucha sangre joven que había nacido para sembrar campos y amar mujeres, y no para empapar la arena de unas tierras que nunca nos trajeron nada bueno.
Sin patrioterismo, pero sin antipatriotismo, sin pacifismo, pero sin belicismo, sin sentimentalismos, pero con el corazón, el protagonista nos muestra su universo desde dos planos: el de la guerra en tierra extraña y el de los recuerdos en tierra propia. En el primero encontramos un hombre, que había nacido para el amor, el hogar y la libertad de los hombres buenos y sencillos, pero que se ve arrojado a la matanza, la servidumbre y el odio de una guerra donde lo peor del hombre triunfa porque, si no, moriría el hombre entero y él lo sabe y se deja arrastrar, pero no le gusta. En el segundo encontramos al joven apasionado que no soporta la chulería del señorito, el servilismo de su padre, y que conoce el amor que lo puede rescatar de sí mismo, aunque su pasión y su orgullo lo malogren y le hagan expiar sus culpas.
Estos dos planos, que se alternan durante toda la novela, son igualmente interesantes, son dos espejos que reflejan a dos hombres distintos que son el mismo en diferentes circunstancias. En otras novelas donde los planos también se alternan, suele ocurrir que uno está más conseguido que otro, pero en esta novela la voz rotunda y sin componendas del protagonista les presta a ambos mucho interés. Y me parece que esta novela podría haber ganado perfectamente un premio. Desde luego, si yo fuera uno del jurado, se lo daría.
Nunca he visto tan claro como en esta novela que, cuanto más sórdido y cruel es lo que nos rodea, más patente y desesperada es nuestra vocación de amor y salvación.
Vale la pena oír la voz de un hombre desnuda en el desierto del Rif, que desgrana recuerdos para no convertirse en un monstruo ni olvidar que fue nuestro abuelo cuando era novio y soldado, lejos del amor y de la patria.
No sólo la Guerra Civil nos explica. También está esa guerra que nadie quiere recordar.
Pero con esta segunda obra el autor se ha superado. El lenguaje de Arcadio Talavera, que es quien narra toda la historia, es el de un poeta in pectore, en lo oscuro, pero con muchos cojones, con mucho deseo de amor, confinado en las sombras de una guerra inútil, larga, que es toda desierto y sangre.
No recuerdo ahora mismo ninguna novela que trate nuestra triste guerra de Marruecos, que es un episodio que la gente olvida o que no interesa, pero donde se derramó mucha sangre joven que había nacido para sembrar campos y amar mujeres, y no para empapar la arena de unas tierras que nunca nos trajeron nada bueno.
Sin patrioterismo, pero sin antipatriotismo, sin pacifismo, pero sin belicismo, sin sentimentalismos, pero con el corazón, el protagonista nos muestra su universo desde dos planos: el de la guerra en tierra extraña y el de los recuerdos en tierra propia. En el primero encontramos un hombre, que había nacido para el amor, el hogar y la libertad de los hombres buenos y sencillos, pero que se ve arrojado a la matanza, la servidumbre y el odio de una guerra donde lo peor del hombre triunfa porque, si no, moriría el hombre entero y él lo sabe y se deja arrastrar, pero no le gusta. En el segundo encontramos al joven apasionado que no soporta la chulería del señorito, el servilismo de su padre, y que conoce el amor que lo puede rescatar de sí mismo, aunque su pasión y su orgullo lo malogren y le hagan expiar sus culpas.
Estos dos planos, que se alternan durante toda la novela, son igualmente interesantes, son dos espejos que reflejan a dos hombres distintos que son el mismo en diferentes circunstancias. En otras novelas donde los planos también se alternan, suele ocurrir que uno está más conseguido que otro, pero en esta novela la voz rotunda y sin componendas del protagonista les presta a ambos mucho interés. Y me parece que esta novela podría haber ganado perfectamente un premio. Desde luego, si yo fuera uno del jurado, se lo daría.
Nunca he visto tan claro como en esta novela que, cuanto más sórdido y cruel es lo que nos rodea, más patente y desesperada es nuestra vocación de amor y salvación.
Vale la pena oír la voz de un hombre desnuda en el desierto del Rif, que desgrana recuerdos para no convertirse en un monstruo ni olvidar que fue nuestro abuelo cuando era novio y soldado, lejos del amor y de la patria.
No sólo la Guerra Civil nos explica. También está esa guerra que nadie quiere recordar.
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