Siberia blues
Néstor Sánchez
RBA, 2012
ISBN:
978-84-9006-157-2
267 páginas
22 €
Prólogo de J. Ernesto Ayala-Dip
Sara Mesa
A la búsqueda de
un autor distinto, de esos que van quedando aparcados en las cunetas de la
historia literaria, una se encuentra a veces con rarezas como estas dos
novelas, Nosotros dos y Siberia blues, reeditadas ahora en un
solo volumen por RBA con faja elogiosa de Enrique
Vila-Matas.
Su autor, Néstor Sánchez (Buenos Aires,
1935-2003) es, muy probablemente, uno de los más olvidados de su país y
generación, a pesar de la encendida defensa de Cortázar, de su aura de autor de culto y del éxito inicial que
obtuvo con estas dos novelas, escritas en 1964 y 1967 respectivamente. Después
vino la indiferencia, producto no solo de la dificultad de su obra (una
propuesta narrativa radicalmente diferente a la fórmula del 'boom' hispanoamericano), sino también a
causa de la propia trayectoria vital del escritor, que emprendió un exilio
continuado por Europa y Estados Unidos, huyendo de lo que venimos a llamar
“mundillo literario”, y que llegó incluso a subsistir mendigando en las calles
de San Francisco y Nueva York. Se cuenta que algunos de sus primeros amigos
argentinos quisieron homenajearlo pensando que estaba muerto. Pero no. Vivía.
Lo único que pasaba, explicó luego, es que “se
le acabó la épica”. En este afán de desaparecer Néstor Sánchez se nos
revela también muy vilamatiano.
“Nunca en mis libros inventé una historia”, dijo
en una entrevista. “Todo ha sido en base
a mi vida presente o pasada”. A impulsos de esta conciencia creadora, estas
dos novelas, en gran parte autobiográficas, recogen el mundo de Sánchez, sus
vivencias, su percepción de las cosas; también sus intereses: la música -el
jazz, el tango-, el juego, la prostitución, la vida marginal del lumpen, porque
lo no marginal, afirmaba, le parecía “de
una pobreza sobrecogedora”. Roberto
Arlt estuvo, cómo no, entre sus referentes literarios.
Bajo el paraguas
de Cortázar, la prosa de Néstor Sánchez avanza varios pasos más allá en su
alejamiento del realismo y de la novelística tradicional. Esta prosa, que no se
puede considerar simplemente como narrativa, tiene en realidad una textura más
propia de la poesía. No en vano sus novelas fueron calificadas de poemáticas
por su capacidad evocadora, la ausencia de acción, el detenimiento en
sensaciones y recuerdos, lo débil de la anécdota.
Su primera
novela, Nosotros dos, funciona como
un poema de amor y nostalgia, un largo monólogo emprendido por un personaje que
recuerda una historia pasada y que se dirige a la mujer que amó -y que se quedó
en un andén de tren, con el hijo en brazos- para contarle su pasado y explicar,
o tratar de explicar, su presente. Pero las referencias se pierden, los planos
se mezclan, poco se saca en claro. El mismo narrador lo reconoce: “Clara, la literatura enferma, nos cerca
tanto papel y la idea de la muerte…”.
Situada en un
ambiente prostibulario, marcada por la atmósfera del alcohol y del baile -el
propio Sánchez fue bailador de tango profesional-, y con personajes tan
extravagantes como el chulo Santana, el dramaturgo filósofo Eliseo o la Polaca,
la novela resulta compleja, en ocasiones inabarcable. Hay tramas que tardan en
cerrarse, sugerencias esquivas, agramaticalidades propias del fluir de
conciencia. No es, por tanto, una lectura fácil ni que pueda ser interrumpida y
retomada arbitrariamente: el fraseo, extremadamente musical, tiene una cadencia
que no debe perderse. La organización textual (capítulos breves) parece pensada
para marcar el modo de lectura (o de relectura). Según ha contado recientemente
Vila-Matas, esta novela fue el detonante de su propia escritura: “Leí la novela ‘Nosotros dos’, de Néstor
Sánchez, a finales de los setenta en una edición de Seix Barral que me animó a
tratar de escribir mi primer relato. ¿Será de verdad que en el fondo la mejor
literatura es aquella que mueve a crear? Sea como fuere, ‘Nosotros dos’ fue un
libro decisivo para mí…”.
Siberia blues profundiza por esta senda, aunque esta
vez son las improvisaciones del jazz las que prestan la condición errática a la
prosa, que quizá se complica aún más con escenas congeladas, superpuestas,
imágenes sin apoyo referencial. En este caso el narrador, en un recuerdo de su
propia educación sentimental, describe el ambiente marginal del barrio de Villa
Urquiza en los años 40, la Siberia de sus protagonistas, que acabará convertido
en un aburguesado barrio obrero. La novela ofrece un 'collage' de materiales, y también cuatro finales posibles, a cada
cual más escurridizo. No hay costumbrismo, sino plena vanguardia, y una
experimentación radical con el lenguaje. Valga como ejemplo este fragmento,
mezcla de planos temporales, que va a ilustrar bastante bien de qué tipo de
prosa estamos hablando:
“¿De qué sirve entonces que por mi parte
nunca salté ese alambre ni probé una papa del puchero de cola?: cierta lentitud
marica en un puerto donde por otros motivos le cambiarán la voz con el vino, se
le subirá el alcohol a la cabeza. Hacia la mitad de cada tarde terminarán boca
arriba la fruta que el chico tiró desde esos árboles para enseguida dedicarse a
la olla, un ligero ruido a chupadas que Ventura no escucha, a carozo postre
todavía entre los dientes hasta que empezará otra vez la afonía raspante, nada
sería igual al momento anterior, todo cambia…”.
La literatura
enferma, dijo Néstor Sánchez, pero no como adjetivo, sino como verbo: “enferma, nos cerca tanto el papel…”.
Posiblemente él mismo cayó enfermo de su propia propuesta literaria, de esa
necesidad de nadar contracorriente e indagar en el lenguaje hasta el fondo, sin
temer la incomprensión de los lectores ni de los colegas. Onetti no le perdonó el excesivo intelectualismo y lo consideró un
mero epígono de Cortázar que no aportaba nada nuevo a lo ya dicho. Esa etiqueta
lo persiguió durante años. No iría yo tan lejos, pero tampoco me convence el
excesivo entusiasmo vilamatiano. Es cierto que la lectura de estas novelas
compensa el esfuerzo empleado precisamente por su innegable rareza, ese estar
fuera de lo acostumbrado, pero me deja también un poco fría. Pesa demasiado, en
mi opinión, el tono trascendente, en ocasiones egocéntrico. La sensación final
es de haber leído algo peculiar, insólito. Muy peculiar, sin duda. Pero es eso
lo único que prevalece cuando pasan los días. Que no es poco, está claro, pero
tampoco, quizá, es suficiente.
10 comentarios:
"Onetti no le perdonó el excesivo intelectualismo y lo consideró un mero epígono de Cortázar que no aportaba nada nuevo a lo ya dicho."
Bueno, yo siempre he considerado a Onetti un mero epígono de Faulkner que no aportaba nada nuevo a lo escrito por el de Oxford, Mississippi ;)
Un cordial saludo
Noooo...
Lo dices en broma, ¿no?
Gran Onetti, creo que fue injusto con Sánchez... pero yo reconozco que leyendo "Nosotros dos" me acordaba de "Rayuela" todo el tiempo.
Un abrazo.
Me ha gustado mucho la reseña, al margen de que, además, esté de acuerdo con la valoración de la obra de Néstor Sánchez.
Pues si, lo lamento –porque seguro que ahora tendrás una opinión mucho peor de mí-, pero la verdad es que tengo clasificado a Onetti en mi lista de autores que “copian a Faulkner y lo vuelven un coñazo”, lista que incluye a Toni Morrison, Juan Benet, Juan José Saer, el recientemente difunto Carlos Fuentes y algún otro. Digo “lo vuelven” porque, naturalmente, Faulkner me parece el mayor novelista del siglo pasado (y uno de los mejores cuentistas) y ninguno de sus libros me parece un coñazo –bueno, quizás Una fábula si-, sino todo lo contrario. Abrazos.
Hola!
Escribo desde Buenos Aires, Argentina. ¡Qué placer leer una reseña de Sánchez! Adoro a este escritor. Nosotros dos fue lo primero que leí de él. Me pasó un poco como a vos, Sara: me acordaba de Rayuela todo el tiempo. Pero me parece bastante lógico. Primera novela...De todas maneras me encantó. Y hasta me parece mejor. "Mi inclinación secular a la tristeza..." escribe Sánchez. Cuánta belleza hay en cada una de sus frases. Lo releí muchas veces. Me emocionó todas las veces. Luego su escritura se complejizó. Me costó leer sus otras producciones y debo decir que, al día de hoy, no se si terminé de encontrarle el ritmo. Creo que es un trabajo que se hace de lectura en lectura.Lo importante es no dejarse ganar por el texto. Volver, volver y volver.Lo vale. Eso sí, pasa un poco como con Céline: una vez que lo leíste, no querés volver más a los demás escritores.
Me encanta el blog.
Muchos saludos desde este lado del mundo.
Gracias, Virginia, por tus palabras y el entusiasmo. Desde aquí tratamos de estar abiertos a todo eso que pasa "a ese lado del mundo", como tú dices.
En cuanto a Onetti, querido José, cierto que la influencia de Faulkner está ahí. Pero hay más. Yo soy ferviente amante de Faulkner, que es enorme, pero no hay que negar que Onetti no se limitó a recoger su testigo, sino que le imprimió un sello muy personal y valioso. La melancolía, el tedio y la atmósfera de abandono que hay en las novelas y cuentos de Onetti no se encuentra en la narrativa de Faulkner, más visceral y violenta. También el humor, quizá. Faulkner es impresionante, qué duda cabe, pero qué buenos discípulos tuvo si hablamos de Onetti o de Benet. De Saer escribiré algo más adelante. En cualquier caso, nada de tener malas opiniones por diferir en estas cosas: al revés, me encanta hablarlas.
Estáis todos loquitos por la bella Sara Mesa. Es escribir ella una reseña y amontonarse los comentarios a la misma. Es previsible como la vieja ciencia de las matemáticas. Dos más dos cuatro. Reseña de Sara comentarios elogiosos con reparos usted perdone. Del blog como campo de batalla para la seducción y el "eh, eh, aquí estoy, existo".
Uno que no viene aquí a ligar.
Teniendo en cuenta que los comentarios de la reseña son de un servidor –para hacer un comentario jocoso sobre Faulkner- y de una lectora allá del Río de la Plata, veo que su anónimo comentario corresponde más bien al vetusto arte de la estupidez. Un cordial saludo.
Sr. Anónimo: se equivoca. Soy yo la que está loquita por los comentaristas. Por todos, incluso por usted. De hecho, escribo en este blog para tener muchos comentaristas. Cómo me iba a interesar a mí hablar de libros, qué cosa absurda. Y qué interés puede tener para nadie lo que yo diga sobre libros. Dos más dos son cuatro, ¿no?
Anda, se pica...
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