El arte de desgranar alubias
Wieslaw Mysliwski
451 Editores, 2011
ISBN: 978-84-9289-115-3
600 páginas21,50 €
Traducción de Francisco Javier Villaverde
José
M. López
Cuando algún amigo intenta convencerme
de que lea tal o cual novela o de que vea tal o cual película argumentando que
cuenta una buena historia, siempre suelto la misma frase: se puede hablar de la
separación de un matrimonio a través de un 'telefilm' de sobremesa de Antena
Tres, o bien a través de una obra maestra como Kramer contra Kramer. Con esta
pullita intento explicar que lo que hace que una obra me atraiga o me conmueva
no es su argumento, sino el tejido de la misma, la forma original y única en
que un autor transmite, gracias a su dominio del lenguaje (cinematográfico,
gramatical, visual…), desde la anécdota más vana hasta el sentimiento más
trascendente.
El arte de desgranar alubias es la última
novela del Wieslaw Mysliwski (Dwikozy,
1932), escritor polaco de enorme prestigio en su país. En ella partimos de una
idea, en principio, original: un viejo guardia que vive solo junto a un lago
recibe la visita de un desconocido con la excusa de pedirle unas alubias. Este
encuentro sirve como excusa para, mientras ambos se disponen a desgranar las vainas
de dicha legumbre, el guardia se disponga a contar la historia de su vida de
manera arbitraria y desordenada: su infancia, la escuela, sus primeros trabajos
y amores, las secuelas de la guerra. Debido a la fragilidad de la memoria del
viejo, el resultado es un sentido retrato de su propia vida, a la vez que un
deshilachado cuadro de la Polonia surgida tras la Segunda Guerra Mundial.
Sinceramente, ni siquiera tras las más de quinientas páginas que tiene la
novela llego a interesarme casi lo más mínimo por las penurias de este Lázaro
nacido a las orillas del Warta, que va sufriendo infortunios y superando
vicisitudes a través de las enseñanzas de diferentes “amos” que le cobijan bajo
su ala. Tengo que reconocer que si en algún momento he llegado a emocionarme a
lo largo del libro ha sido con la aparición de algunos de estos personajes
endurecidos por las horas pasadas tras las trincheras, seres de carne y hueso
descritos con sincera emoción contenida. Sin embargo, y lo digo como virtud, la
guerra nunca cobra un protagonismo real en la novela, jamás aparece en primer
plano ni descrita claramente. Es, más bien, un personaje de fondo, una oscura
tela que cuelga sobre el escenario y enmarca cada anécdota, y que se atisba
como una sombra desoladora tras la mirada da todos y cada uno de los
personajes. El paisaje emocional e ideológico descrito en la novela es el
clásico para épocas de posguerra, el 'pack' ya lo conocemos: pobreza y miseria
moral, nihilismo, el sexo como refugio, la omnipresencia de una violencia a
veces latente…
¿Pero cuál es realmente el problema del
libro? Como obra picaresca, la historia está contada desde dentro, a través de
un narrador intradiegético (el guarda) que relata lo ocurrido en primera
persona. A demás de esto, el autor opta narrativamente por seguir un estilo
eminentemente dialógico y conversacional, tomando
como excusa el relato que el anciano cuenta a su invitado (narratario) mientras
ambos realizan la tarea descrita en el título del libro. Las continuas
alusiones a este interlocutor interno (“como usted sabrá”, “se lo voy a contar
de nuevo”, “¿no le he dicho ya…?”) así como el supuesto estilo coloquializante
(cambios entonativos abruptos, frases entrecortadas, digresiones
incoherentes, tediosas perífrasis…) no hacen más que entorpecer el relato, y
dan como resultado un discurso adulterado y falsamente conversacional.
Seguramente el autor, al seleccionar dicho registro, intenta que la historia
transmita una mayor carga de realismo, pero su escasa pericia a la hora de
plasmar los rasgos de una supuesta charla hace que el lector se distancie del
relato, y se pierda entre tantas reiteraciones e incongruencias fingidas. No me llegan, no me “pegan el pellizco”, por
tanto, las batallitas de este pobre viejo que llega a recordarme al abuelo
Simpson atrapando a Bart o a Lisa para darle otra vez la chapa y soltarle
anécdotas de su juventud. A pesar de ello sigo leyendo, y las hojas pasan cada vez más lentamente, en una
procesión interminable hasta la ansiada página final. Y me doy cuenta de que
ese inocente vecino que hace ya más de cuatrocientas páginas llamó a la puerta
del anciano soy yo, y me veo atrapado, sin saber cómo, desgranando alubias y
aguantando una soporífera perorata acerca del bien y del mal. Y deseo de una
vez por todas, aunque sin llegar a atreverme, buscar una excusa y dejar la
jodida vaina de alubias sobre la mesa, salir de la casa de este triste anciano
y no volver a verlo nunca. Pero soy de carácter débil, y, como no suelo dejar a
la gente mayor con la palabra en la boca, sigo leyendo, resignado, hasta el
final.
5 comentarios:
Gracias por esta entrada, José Manuel! Piensa que tú lo has leído para que nosotros no tengamos que hacerlo.
José Manuel:
Coincido plenamente con el Sr. Moraga. Es más, ¿existe alguna recompensa por ello?
Por otro lado, tu primer párrafo es una verdad como un templo.
Don CalcetínRelleno
Las opiniones, ya se sabe, las hay para todos los gustos. El que un autor como Mysliwski tenga tantísimo prestigio dentro y fuera de su país, que haya ganado tantos y tan importantes premios nacionales e internacionales y que esté siempre en la lista de candidatos al premio Nobel de literatura, no significa absolutamente nada, eso es cierto. Pero, sinceramente, mejor habría sido que dejaras la novela a medias, dado que en ningún momento te ha enganchado, porque está clarísimo que no te has enterado de nada de lo que has leído, empezando por el hecho de que no existe ningún visitante ni ninguna conversación, y que nadie está desgranando alubias. Prueba con Stieg Larsson, creo que es fácil de leer. A Cortázar mejor ni te acerques.
Creo que lo interesante de la novela es el relato de una serie de acontecimientos que marcaron la vida del protagonista, idepndientemente de si este va dirigido a un interlocutor real - como yo, y otros tantos lectores y críticos han interpretado- o ficticio. De todas formas, tiene usted razón, señor anónimo, en que debería haber dejado de leer el libro a la mitad: el enorme sopor que me estaba insuflando me estaba dejando medio conmocionado. Nada que ver, en absoluto, con el estilo hipnótico e inteligente con el que Julio Cortázar, autor al que he admirado desde los 17 años, profundiza en lo enigmático de nuestra realidad cotidiana. Un saludo, y gracias por leer Estado Crítico.
De nada, hombre, si para eso estamos, para echar una mano cuando alguien lo necesita.
Señor Anónimo.
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