Subte
Rafael
Pinedo
Salto
de página, 2012
ISBN:
978-84-15065-29-6
92
páginas
13
€
Sara Mesa
Estos
no son tiempos para la literatura optimista o evasiva. Las distopías, o las
utopías perversas, están de moda. Mundos desolados, destrucción, caos, lucha
por la supervivencia… una atmósfera narrativa ante la que hoy estamos quizá más
receptivos que nunca (¿o es que antes andábamos dormidos y ciegos?). La
cuestión es que esto no es nada nuevo. El argentino Rafael Pinedo, desaparecido prematuramente en 2006, dejó tras de sí
una trilogía estremecedora (de la “destrucción de la cultura”, la calificó), de
la que Subte es su tercera entrega. Plop, Frío y Subte, títulos
contundentes como puñetazos. Estas tres novelas cortas han sido publicadas por
Salto de Página y están siendo leídas con entusiasmo: demasiados elementos
cercanos a nuestra actualidad, a pesar del barniz de ciencia ficción. Otra vez
volvemos al debate sobre los límites del realismo: ¿acaso no hay en estas
novelas mucha más realidad que en otras pretendidamente “realistas”?
Hace
unos días, leyendo la Ética de la
crueldad de José Ovejero,
pensaba en Rafael Pinedo como claro representante de lo que Ovejero denomina
literatura cruel. Ya aquí se habló de esta etiqueta, pero resumiremos:
se trata de una narrativa caracterizada por grandes dosis de brutalidad,
retratos implacables del salvajismo y la ferocidad de la vida, historias que
nos remueven cimientos, visiones inquietantemente próximas a pesar de su
innegable deformación estética. Según todo esto, Pinedo es un autor cruel.
Valientemente cruel.
Subte empieza fuerte, a saco. Una mujer embaraza de ocho meses
(casi una niña) huye de los lobos a través de un mundo sin asideros ni
compasión. No sabemos de dónde parte, por qué está sola. Solo sabemos que no
hay más opciones que huir o morir. Lo terrible viene cuando vemos que la
posibilidad de su salvación nace del sacrificio de otro: un niño de seis años
(“de apenas seis marcas”) que cae en
un túnel. Ni siquiera hay misericordia final, no una muerte rápida que ahorre
el sufrimiento: “ella decidió que vivo le
iba a dar más tiempo que muerto”. Así entramos en la historia, sin
consuelo.
Este
comienzo no es gratuito, ningún elemento de violencia en Subte lo es: la supervivencia es el concepto clave que define la
actuación de unos personajes marcados por su entorno hostil, desalmado y
brutal. Personajes acorralados, desprovistos de las garantías de un pacto
social: únicamente sobreviven los más fuertes, los más astutos o los más
ambiciosos. ¿Qué pasó con el mundo anterior, con “nuestro” mundo? No lo
sabemos. Quedan vestigios apenas reconocibles (el ascensor), algún testigo ya
próximo a la muerte (el viejo Birm), pero poco más. El pasado se diluye, el
futuro no existe: solo el presente se extiende ante nuestros ojos, un presente
baldío, sin esperanzas, regido por reglas rudimentarias y supersticiones
salvajes. Pero también hay otra lectura: ¿no es esa representación de un mundo
futuro, en el fondo, una relectura del actual? La cultura anterior ha sido
destruida, ya ni siquiera permanece el recuerdo, pero ha sido sustituida por
otra que, en apariencia cruel, quizá es simplemente diferente, o al menos no
mucho peor que la anterior. También en ella hay reglas, normas, afectos humanos,
creencias y religiones, transgresiones. En Subte
vuelven a aparecer las tribus: los sordos por un lado y los ciegos por otro,
los que viven sobre tierra y los que viven bajo ella, cada uno con sus
ritualidades y sus propias ceremonias. Los ciegos consideran sordos a los que
no son capaces de apreciar los susurros: ¿acaso no hay en esa noción una forma
de cultura, o de relación entre culturas? Mientras los ciegos miden el tiempo
con sonidos, los sordos lo hacen con marcas visuales, cada grupo tiene una sexualidad
distinta con tabúes distintos, y sin embargo pueden llegar a alcanzar una
amistad, como sucede entre la protagonista, Proc, y su compañera de desventuras
Ish.
Subte es una novela breve, quizá demasiado breve, inarticulada,
construida con un lenguaje descarnado, mínimo, que excluye casi por completo la
introspección en los personajes. En esto, como en las anteriores Plop y Frío, el lector se encuentra también sin asideros ni descansos,
sumergido en una prosa abrupta y difícil que debe reconstruir como si lo que
estuviese leyendo fuese solo un borrador formado por súbitos fogonazos. Pero en
Subte hay además complicaciones
añadidas: como su propio título indica, la acción sucede en la oscuridad, en
túneles, en un mundo subterráneo donde los pocos referentes que le quedaban a
la protagonista también se disuelven, incluido el del paso del tiempo. En ese
escenario claustrofóbico la acción avanza solo a través de sensaciones
táctiles, sonoras y olfativas, ocasionalmente de sus recuerdos. Alimentarse de
ratas crudas no es una concesión a lo gore:
es simplemente lo que permite el contexto. La lógica se altera, o es sustituida
por otra lógica. Únicamente subsisten las nociones más primarias: el dolor, el
hambre, el miedo y, cómo no, la supervivencia, la necesidad de seguir viviendo,
y también, sobre todo, la necesidad de perpetuación: no olvidemos que nuestra
protagonista está embarazada.
El
principal tema de Subte es
precisamente el de la maternidad. Ya a Plop lo vimos nacer de la manera más
primitiva posible (su nombre recoge el sonido de su cuerpo al caer en un
charco), pero ahora se explora más a fondo qué significa eso de perpetuarse, e
incluso se indaga en la resbaladiza noción de amor maternal. En el mundo de Subte, la maternidad supone una entrega
del alma y del nombre al recién nacido a través de la muerte de la madre: pura
tierra quemada. Lo diferente, el parto natural y el amamantamiento, es
considerado animal, más propio de las perras que de las mujeres. La historia de
esta chica embarazada que lucha contrarreloj contra su propia naturaleza resulta,
dentro de la dureza del relato, una hermosa fábula dotada de una simbología poderosa.
Por eso no es cierto que Pinedo se limite a narrar con asepsia. Su narración
seca y desapegada en realidad está pidiendo la colaboración al lector. La pide
casi como en un grito agónico. Y es en esa zona de diálogo, o de
reconstrucción, donde se halla siempre el sentido de la fábula. Y ahí también
su hondo mensaje ético.
Después
de todo esto, ¿qué más decir? ¿Es una buena opción leer a Rafael Pinedo en
verano? ¿Y por qué no? ¿Demasiado deprimente? Bueno, al fin y al cabo este
verano se nos presenta más que movido. Mucho mejor entonces si nos pilla sobre
aviso.
5 comentarios:
Wonderfulísimo.
¿Cuál de las tres novelas es mejor? Creo que se insinúa que Subte es sólo para fans de Pinedo.
No, yo no insinúo eso, aunque es cierto que Plop me parece la mejor. Subte tiene unos elementos simbólicos muy potentes, y es magnífica también, pero si le pusiera una pega sería su extensión: quizá, como digo, demasiado corta. En realidad, insisto, la editorial debería plantearse una edición conjunta de las tres novelas, al modo en que El Aleph ha hecho con las de Agota Kristof, Antonio di Benedetto o Juan José Saer.
Saludos.
No,yo no insinúo eso, aunque es cierto que Plop me parece la mejor de la trilogía. Subte tiene una simbología muy poderosa y la única pega que le pondría es que resulta es demasiado corta; hay momentos en que parece más un borrador que un texto finalizado. Lo que sería deseable, insisto, es que algún día se editasen las tres novelas juntas, del mismo modo que El Aleph ha hecho con las de Agota Kristof o las de Antonio di Benedetto.
Saludos.
No,yo no insinúo eso, aunque es cierto que Plop me parece la mejor de la trilogía. Subte tiene una simbología muy poderosa y la única pega que le pondría es que resulta es demasiado corta; hay momentos en que parece más un borrador que un texto finalizado. Lo que sería deseable, insisto, es que algún día se editasen las tres novelas juntas, del mismo modo que El Aleph ha hecho con las de Agota Kristof o las de Antonio di Benedetto.
Saludos.
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