Pleno
verano. Poesía selecta
Derek
Walcott
Vaso
Roto, 2012. Colección "Esenciales"
ISBN:
978-84-15168-39-3
488
páginas
25
€
Traducción
de José Luis Rivas
Antonio Rivero Taravillo
Veinte
años después de que la Academia Sueca reconociera la obra de Derek Walcott con el Premio Nobel de
Literatura, Vaso Roto, una de las editoriales que más atención presta a la
poesía internacional en México o España (ambos países acogen sus raíces), nos
entrega esta amplia antología del caribeño. Va de suyo que se trata de un libro
magnífico, desde su presentación formal a la cuidada traducción, que brinda la
quintaesencia de un poeta imprescindible que, como Seamus Heaney o Joseph
Brodsky, amigos suyos, ha venido a representar la periferia de una
tradición poética, la del idioma inglés, que hace mucho tiempo que no es
solamente británica o estadounidense, sino de un amplio arco que va de África
al subcontinente indio y todas las trazas de su mapa colonial, sin olvidar la
feraz siempre en poesía Irlanda o a los exiliados de otros ámbitos y lenguas como
el citado Brodsky o el también asentado en los EE.UU. Charles Simic.
Walcott
nació en 1930 en Santa Lucía (conocida por sus habitantes como la Helena del
Oeste, por su belleza y por haber cambiado tanto de manos, como la de Troya), una
isla antillana que, como queda de manifiesto en su poesía, pasó del dominio
francés al británico. Publicó, sufragados por su madre, la mer que es mar y madre en francés criollo (nos recuerda él mismo en
algunos versos), sus dos primeras colecciones antes de cumplir los veinte años.
Desde entonces ha ido compaginando la escritura lírica (no ajena a la épica)
con la dramática, así como esta faceta doble creativa (triple si incluimos la
pintura) con la de profesor en universidades norteamericanas o británicas tras
estudiar en Jamaica y Trinidad.
Pese
al marbete que a veces minusvalora a Walcott, relegando su condición de gran
poeta universal a una insularidad exótica y un estatus de aventajado discípulo
de la literatura que se hace en la metrópoli, no todos sus poemas son de
ambientación caribeña, ni mucho menos; no lo son los excelentes "Un mapa
de Europa", "Estrella" o los que hilvana la secuencia
"España". Ni tantos otros. Y lo que abunda siempre es un dominio
espléndido del lenguaje. Walcott está muy bien dotado para la imagen plástica,
como en estos versos: "Una carroza
de negra noche, espesa y adornada con borlas, / tiraba en el cementerio de una
tarde de humo azul, / cual una vieja corona fúnebre, el cortejo se deshizo /
para inclinarse sobre flores sobre veteadas lápidas y leer las fechas."
O "el delgado espectro de un
buque-tanque que arrastra tras de sí / el horizonte con la baba oleosa y
plateada de un caracol." En otro poema escribe que "Las carreteras
son largas como lamentos" o que "Los
campos de caña se dividen en estrofas." Y en otro más: "El relámpago, vara de zahorí que echa
ramas". No falta la meditación, como esta reflexión tan desnudamente
borgeana: "Uno podría abandonar la
escritura / por seguir las señales de los grandes / que lentas se consumen y
ser, en cambio, / su lector ideal, meditativo / y voraz, anteponiendo el amor
por las obras maestras / al intento de repetirlas / o superarlas, / y ser así
el más grande lector del mundo." El género elegíaco anda, por su
parte, bien servido con piezas como la estupenda "Juncos de mar", que
comienza con "La mitad de mis amigos
están muertos. / Te daré otros nuevos, dijo la tierra. / No, en vez de eso
devuélvemelos como eran, / con sus defectos y todo, grité." O el
primer poema de La gracia, dedicado a
su madre muerta, donde la poesía embrida el sentimiento y consigue un texto tan
complejo como emotivo, para mí una de las cumbres de su obra. Uno de sus
tercetos declara: "No hay cambios
ya, ciclos de primavera, otoño, invierno, / ni el perpetuo verano de las islas;
ella se llevó el tiempo consigo; / no hay clima, ni calendario salvo para este
día generoso."
Omeros,
tan extenso, recrea desvaídamente la historia y los personajes de la Ilíada y la Odisea en la geografía antillana, y se puede leer como una narración
(así sucedía con sus fuentes griegas) en la que comparecen los símbolos y los
arquetipos, a veces de un modo proteico. Al lector interesado en los avatares
de la Ilíada adaptada a otra isla, le
recomendaría los poemas del irlandés Michael
Longley, que la utiliza como trasunto de la sangrienta turbulencia del
Ulster. También -nunca
me canso de citarlo-,
el soneto de Patrick Kavanagh
"Épica".
Walcott
ha empleado a veces el pareado, que él relaciona con el calipso, curioso nombre
en labios del trasladador libre de Homero,
quien ya presentara a la diosa Calipso en los cantos V y VII de la Odisea. Y en Omeros y otros poemas se sirve de "un tipo de homenaje al
hexámetro homérico" y también a la "terza
rima" de Dante. Hay igualmente homenajes a James Joyce, a John Clare
o a William Blake: "a aquellos que conciben el nacimiento
de blancas ciudades en una gota de lluvia / y la aniquilación de razas en el
prisma de rocío." Magnífico es el dedicado a Jean Rhys, la autora caribeña de Ancho mar de los sargazos, esa precuela de Jane Eyre, en el que hay introspección psicológica además de un
despliegue de metáforas poderosas.
Pleno verano
no llega a incluir Garcetas blancas (libro
de 2010 con el que obtuvo el T. S. Eliot Poetry Award y disponible en Bartleby
Editores), pero recoge una muestra más que representativa de su obra desde los
primeros libros, incluidos en En una
noche verde (1962), hasta El hijo
pródigo (2004). Juntos conforman una obra recurrente y que se desarrolla en
espiral sobre las mismas preocupaciones, exigente, brillante, conmovedora.
Debo
cerrar ya con unas palabras sobre la traducción. El lector español debe saber
que quien vierte estos poemas es un poeta mexicano, y que giros y palabras de
allí aparecen de continuo en las versiones. Lo cual, lejos de ser un
inconveniente, debería tomarse como una ventaja, pues hace más genuina la
traslación de los poemas, cuyo original no es de un nativo de la 'City' londinense (si es que hay tal cosa; nativos de allí, digo, que al monstruo
financiero lo padecemos todos), sino un mulato antillano, eso sí, conocedor como
pocos de la tradición literaria de su lengua, como supo reconocer Robert Graves. José Luis Rivas (Veracruz, 1950), ese poeta traductor, ha recibido
los premios Xavier Villaurrutia y Carlos Pellicer y dirigió la Gaceta del Fondo
de Cultura Económica y la editorial de la Universidad Veracruzana (sí, donde se
publicó la tercera edición de Ocnos
de Luis Cernuda horas después de
morir este). Rivas, frente al mar de Walcott desde su Estado del golfo de
México, que junto con el de Sonora aparece mencionado en el poema "Música
de cantina" de este libro, ha traducido también a otros poetas caribeños,
como Aimé Césaire y Saint-John Perse. Ya publicó una
traducción completa y exenta de Omeros
(Anagrama) y ha realizado aquí un excelente trabajo: el resultado se lee como
auténtica poesía. Y a veces incluso mejora un verso: "el viento hojea páginas en blanco" no es "Blank pages turn in the wind",
pero sí una metáfora más poderosa, con su prosopopeya. Lo que no debe impedir
que quien se sienta con las fuerzas necesarias lea también, u ojee al menos,
los originales de esta edición bilingüe. La musicalidad, el virtuosismo formal
de Walcott, por ejemplo en los muchísimos tercetos encadenados, son de los que
hacen época.
2 comentarios:
Gran reseña. Este libro ha sido un auto-regalo navideño y también lo recomiendo encarecidamente.
Extraordinaria reseña.
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