02 enero 2013

Desde Rusia con amor


Me hallará la muerte

Juan Manuel de Prada

Destino, 2012. Colección "Áncora & Delfín"

ISBN: 978-84-233-3921-1

592 páginas

22,50 €





Antonio Rivero Taravillo

El de Juan Manuel de Prada es un caso curioso. Estando dotado como muy pocos novelistas de su generación, su abierta confesionalidad, su señalada pertenencia a una ideología -más reaccionaria que conservadora-, le resta el aplauso crítico y aún de buena parte del público. A ese desapego contribuye en parte él mismo mediante el despliegue de un estilo apabullante, en el que un amplísimo léxico, rescatado en sus maestros y aliado con un regusto arcaizante, se vuelve a veces excesivo. Esto sucede, como veremos, en no pocas páginas de Me hallará la muerte, la novela con la que se confirma en el género y que, con Las máscaras del héroe es, a mi juicio, la mejor suya. Como en la primera, aparece en el telón de fondo la atractiva figura de José Antonio Primo de Rivera, ya no visto por los ojos acanallados de Pedro Luis de Gálvez sino ahora a través de algunos seguidores suyos. A nadie se le escapará que el título procede del tercer verso del Cara al sol, el himno falangista, una suerte de "renga" en la que intervinieron varios escritores próximos a José Antonio (esta estrofa, en concreto, fue obra del propio hijo del dictador, más Agustín de Foxá y José María Alfaro), y como comprobará el lector de la novela de Prada se trata de un lema nada gratuitamente escogido, a tenor de la trama.

La obra, como la Galia de César, se halla dividida en tres partes o actos de un drama en el que intervienen varias ideas motrices, a saber: si es posible alcanzar un bien mediante la realización de un mal o incluso de muchos; el juego de las identidades y los fingimientos; la lealtad a los ideales y la transacción vergonzante con lo práctico, haciendo dejación de los escrúpulos.

Reúne muchos registros la novela, esta amplia novela moral, desde los rasgos picarescos de la pareja protagonista de la primera parte, que se desarrolla en el Madrid de la posguerra, al relato bélico de la segunda (con pasajes que remiten a las narraciones también ambientadas en el Frente del Este del recién desaparecido Sven Hassel) o al folletín o la novela bizantina que se despliega, con lances de contrabando y crímenes, tesoros escondidos y 'quêtes' en su región más extensa, desarrollada cronológicamente a mediados de los años cincuenta.

Creo que no hay autor de prosa que escriba ahora en España con una capacidad como la de Prada para forjar el símil, tender la comparación y mostrar la epifanía de la metáfora. Sucede, sin embargo, que a veces se sobrepasa, como llevado por un prurito de iluminar con no menos de una frase brillante cada párrafo. Y está, además, el lastre de ciertas reiteraciones que parecen decir: “una vez recuperada esta palabra infrecuente, voy a emplearla a discreción, como para amortizarla”. Lo que sucede es que entonces el autor deja de ser discreto y se permite el abuso, lo mismo de voces que en esas comparaciones que continuamente está elaborando con pasmosa facilidad. Ahí está la recurrencia de “tiparraco”, “ricacho”, “bofia”, “tabuco”, o el dichoso “corazón autónomo” que es la mancha en el rostro de uno de los personajes, el falangista Cifuentes, junto con el también alistado en la División Azul Mendoza, islas de integridad en esta historia… Pero son leves manchas en una prosa llena de enjundia, que se manifiesta sin desmayo, como cuando al referirse al Palacio de Invierno de Leningrado (la antigua San Petersburgo) escribe: “aún conservaba su aire augusto y solemne, como una marquesa arruinada que se abanica los sofocos con las papeletas de desahucio”. Destellos expresivos como este los hay a puñados.

Peca a veces de maniqueísmo, incluso cuando lo denuncia: un traidor llamado Camacho monta entre los divisionarios prisioneros un “Grupo Artístico Español” que representaba “farsas teatrales” “protagonizadas por capitalistas sacamantecas y obispos inquisitoriales en proterva alianza por la opresión del proletariado y la desfloración de tiernas doncellas” (aquí, tal vez Prada esté pensando más que en aquellas “piezas repescadas del repertorio de alguna de las compañías que recorrían el frente republicano durante la Guerra Civil” simplemente en el cine español de las últimas décadas, más algunas series televisivas que cojeaban del mismo pie).

Hay homenajes a las obras de otros escritores, como ese Madrid, “ciudad que era un cementerio con un millón de muertos”, en eco manifiesto de Dámaso Alonso. Pero lo que en verdad hay es un constante aroma shakespeareano, que brota en varias alusiones a Macbeth y, aunque no se la cite, a La comedia de los errores, con la que comparte el tema de la confusión, del pasar uno por otro, en un elaborado enredo.

Prada ha sabido reflejar muy bien la España de los casi tres lustros que abarca la novela: los fogosos camisas viejas falangistas; los acomodaticios arrimados al Movimiento; los alistados a la División Azul, en los que había muchos idealistas pero también otros poco menos que indigentes y -como en la Legión- tipos que querían dejar atrás un pasado (así, el Antonio Expósito protagonista); los blandos democristianos; los chupópteros del régimen que también querían hacerse olvidar su pasado de flirteos con el Eje; las “mujeres del partido”, los herederos del estraperlo y la riqueza turbia.

La novela está muy bien construida, con minuciosa atención al detalle, al ensamblaje de piezas, para que ninguna quede huérfana al final de la composición del rompecabezas. Salvo por esas indulgencias que el mismo Juan Manuel de Prada se concede, es una novela espléndidamente escrita y, no obstante, entretenida, comercial, de suspense, de amor y deseo, de guerra, culpa e infortunios. Tiene su tesis religiosa, sí, pero no es necesario frecuentar las iglesias para disfrutarla: basta ser amigo de librerías y bibliotecas.

9 comentarios:

Rafael Hidalgo dijo...

De Prada le debe, al menos, un libro. Ha conseguido despertar mi curiosidad y probablemente lo pida a los Reyes Magos.

Anónimo dijo...

A veces me pregunto qué habría sido de Prada si le hubiese dado por ser progre. Sospecho que sería el número 1 de nuestra literatura. Para mí, desde luego lo es. Y esta novela lo testimonia. Feliz año a todos.

gonzalo dijo...

Después de "coños" y de "el silencio del patinador" (maravillosas) su petulancia, su pose exagerada, su militancia en la España católica y rancia que detesto me ha apartado visceralmente (como él) de sus lecturas.

Sofia Alberoni dijo...

A mi, particularmente, lo que me resulta insufrible de De Prada no es su ideología, que me resulta indiferente, sino su estilo grandilocuente y repetitivo, así que como su incapacidad -en lo que he leído suyo, que no es mucho- de crear un personaje que no actué como un tópico andante. Comprendo que lo que a mí me horroriza a otros les agrade, no obstante, pero, vamos, que yo personalmente no lo aguanto.

Molina de Tirso dijo...

A mí, lo del "millón de muertos" me recuerda a Gironella. También me pega mucho más. Quiero decir que me imagino a Prada citando a Gironella pero a Dámaso Alonso... como que no.

Anónimo dijo...

Acabo de leer esta novela, apasionante, lo mejor que he leído en varios años. Supongo que al llevar muchos añós viviendo fuera de España no padezco los prejuicios cainitas de ustedes. Lo de que los personajes de Prada actúan como "topicos andantes" me parece especialmente grotesco.

Anónimo dijo...

Cainita hablando del autor de la novela es la definición más acertada que se le puede dar. Si Ud vive fuera y ha disfrutado de la novela, mejor. Al fin y al cabo es un libro (y el chico escribe bien). Pero este pavo es el adalid del cainismo. Por cierto le recomiendo una novela sobre el cainismo, maravillosa y antigua. A lo mejor vivía Id. por aquí. "Abel Sánchez" de Unamuno.

gonzalo dijo...

Se trata de saber si es posible desligar las ideas políticas o comportamientos detestables (Celine, Cela, Borges, Alberti) de la producción artística. A veces no es tan fácil.

Fran G. Matute dijo...

Es cierto que no es fácil desligarse la persona del escritor, pero creo que es absolutamente necesario hacerlo.

Mira, por ejemplo, a Fernando Vallejo. Un tío al que le gusta acostarse con jovenzuelos y es uno de los más grandes escritores en castellano que existen hoy día... Yo no pienso dejar de leerlo por lo que haga en la intimidad de su alcoba.