24 enero 2013

Un gran poder conlleva una gran responsabilidad


Tan lejos de Krypton

Daniel Ruiz García

Onuba, 2012

ISBN: 978-84-936977-9-2

313 páginas

20 €

Premio Onuba 2012



Fran G. Matute

Quizá no sea necesario llegar tan lejos como hicieron Tom y Matt Morris en su espléndido compendio Los superhéroes y la filosofía (2001), pero qué duda cabe que el cómic de superhéroes encierra numerosos interrogantes que bien merecen que se les dé una vuelta o dos. Nos podemos fijar, por ejemplo, en la ya famosa frase que principia esta reseña, adjudicada al tío de Spiderman, Ben (o, lo que es lo mismo, a Stan Lee), pero que puede tener su origen en Sócrates, o en el Evangelio de Lucas o, incluso, en Voltaire… ya que no parece existir un consenso al respecto. En cualquier caso, se trata de una frase lapidaria que ha alcanzado la inmortalidad y que, vista en perspectiva, rivaliza con otros axiomas del entendimiento humano del estilo “Sólo sé que no sé nada” y demás perogrulladas filosóficas. Lo cual posiciona a Spiderman como uno de los grandes pensadores del siglo XX.

Traemos a colación esta reflexión porque queremos dejar constancia de la impronta que el cómic dejó en determinadas generaciones que perdieron el respeto por el academicismo y abrazaron otras formas, más populares, de entretenimiento pero sin renunciar al entendimiento. Lo anterior abrió las puertas a una nueva sensibilidad cultural que caló profundo en los jóvenes y a la que Daniel Ruiz García homenajea en su última novela, Tan lejos de Krypton. Y ojo que la palabra clave aquí es “sensibilidad”.

Daniel propone en Tan lejos de Krypton una intensa reflexión sobre la humanidad de los superpoderes y la inocula en la mente de un niño de 10 años. Daniel encuentra en esa mirada infante el punto exacto de inocencia carnal y madurez verbal para poder plantear, en firme, la existencia de superhéroes en nuestro mundo sin tener que acudir a ningún artificio fantasioso más allá de la infinita capacidad de imaginación con la que cuenta el ser humano y de constatar la putrefacta naturaleza del mismo. Porque si el sueño de la razón produce monstruos, ¿por qué no pueden surgir superhéroes que los combatan? Y así, de los horrores de la infancia, Daniel crea una poética de la aventura, de la esperanza y de la evasión, en definitiva, tornando la visceralidad temática que protagonizaba sus obras anteriores en una visceralidad emocional.

Pero a pesar de la contundencia de la propuesta, Daniel ha querido ir más allá desde un punto de vista estético, pues para dotar de voluntad de prosa a esa mirada infantil recurre a un escorzo narrativo tremendamente arriesgado y del que sale plenamente victorioso, aunque no sin rasguños. Porque con independencia de que el narrador de Tan lejos de Krypton sea un niño de 10 años, Daniel no ha querido renunciar a su expresividad como escritor para lo cual idea una suerte de ‘flashback’ de la memoria y se introduce en la versión adulta de ese niño al que las circunstancias obligan a rememorar su infancia con inusitada nostalgia. De esta forma, Daniel se permite el lujo, en un equilibrio estilístico complejo pero muy evocador, de mantener el nivel estético de su prosa adaptándola a una mentalidad infante. Este arriesgado artificio podría haberse quedado en un ejercicio pueril y haber condicionado toda la novela. Y sin embargo Daniel lo convierte en la esencia de Tan lejos de Krypton.

Para dar forma a un narrador de estas características, Daniel simula, como técnica descriptiva, el método de razonamiento de un chaval de esa edad: ese ir a mil por hora, ese saltar de un tema a otro sin ánimo de continuidad incapaz de concentrarse en una sola cosa… pero también ese saboreo del tebeo, ese gusto por el sentido y la coherencia de las palabras, en definitiva, esa impresionabilidad ante lo desconocido. Qué duda cabe que la expresividad de la prosa de Daniel se ve sacrificada en los pasajes en los que el niño habla. Pero el ejercicio consiste en transformar esa expresividad para encontrar la fluidez del discurso más que la metáfora certera, como cuando el niño discurre que “estar escamado imagino que  tiene que ver algo con las escamas, que es la piel plateada de los peces que yo miro y toco cuando mamá trae pescado a casa y que parece como muchas pesetas brillantes puestas unas al lado de otras”. Y sin embargo, en el marco de esta expresividad naif, también encontramos momentos de auténtica brillantez estética como cuando el niño comienza su proceso de enamoramiento y esos nuevos y potentes sentimientos se adaptan a las posibilidades descriptivas del chaval: “(…) y miro a Celia, que está terminándose una rodaja de melón y que me mira, no sé si sonríe pero tiene los ojos brillantes, y otra vez siento como si me tomara un vaso de refresco de naranja de un buche”.

Pero hablábamos antes de rasguños y, en la obsesión por validar esta postura estética del narrador infante, consideramos que el equilibrio de la estructura de la novela se ve comprometido por culpa de ese, a nuestro juicio, titubeante inicio que muestra al narrador en su absurda adultez. Y que conste que no es en sí el 'flashback' lo que nos incomoda sino el espacio excesivo que ocupan esas primeras odiosas 40 páginas que preparan el terreno antes de que el Capitán Alaska irrumpa en la escena con fuerza y nos agarre por las solapas en este largo y sentido viaje al fondo de la memoria.

Con todo, Tan lejos de Krypton es hasta la fecha el mayor hallazgo literario de Daniel Ruiz García, su obra más compleja y arriesgada y, curiosamente, una vuelta de tuerca a su célebre Perrera (2009). Pues ambas obras comparten, desde puntos de vista equidistantes, esa reflexión por la juventud y por el dolor que acompaña la extrañeza de dicho período vital, con sus decepciones, sus incomprensiones, sus injusticias manifiestas. Pero si Perrera se encargó de los bajos fondos, Tan lejos de Krypton lo hace desde la perspectiva del chico que, sin excesos, tuvo una infancia plena y feliz, una voluptuosidad que se ve también reflejada en la época en la que está ambientada, con ese imaginario colectivo tan afectivo como fueron los años 80 y sus distintos símbolos, que aparecen constantemente a lo largo de la novela, como los propios cómics de superhéroes, las películas de acción, las series familiares televisivas, los concursos o esos juguetes inmortales que se fabricaban entonces. No es casualidad, por tanto, que hablando de superhéroes no encontremos mejor comparación para estas obras que la dicotomía que ofrecía una película como El protegido (M. Night Shyamalan, 2000), siendo Perrera el equivalente al personaje de Samuel L. Jackson y este Tan lejos de Krypton el de Bruce Willis.

La cuestión final es que Daniel recupera en esta novela lugares de la infancia a los que no se debería volver nunca, porque son dolorosos tanto en su pureza como en su crueldad. Por eso la lectura de Tan lejos de Krypton -este extraño híbrido que recuerda por igual a Matar a un ruiseñor (1960) de Harper Lee y a Los príncipes valientes (2007) de Javier Pérez Andújar- es emocionalmente desasosegante si se pertenece a la misma generación que el autor, ya que es imposible no encontrar paralelismos. Pues esa solemnización de la infancia como lugar sagrado de la memoria que propone esta obra te incita, en multitud de ocasiones, a la tristeza, a la pena. Sobre todo cuando, al terminar su lectura, despiertas y te das cuenta de que una obra tan deliciosa no va a poder, atendiendo a las circunstancias de su publicación, ser leída por casi nadie. No se me lo vaya a tomar a mal la voluntariosa editorial, pero ya se sabe que un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Y esta obra que tienen en sus manos es pura kryptonita.

9 comentarios:

Mariluz dijo...

Estimado reseñista Matute, sospecho por sus palabras que no llegaré a catar tal manjar literario. Alicante queda demasiado lejos de Krypton y de Onuba. Por una entrevista digital y algunos comentarios en foros versados en lo literario-culinario, sé que el autor es aficionado a las "papas aliñás". A la espera de que llegue algún ejemplar de su obra a mis manos, me someteré a una dieta estricta de tan delicioso plato. Salud.

Papelote dijo...

Mariluz nunca defrauda. Enhorabuena a Daniel por su nuevo libro, y al reseñista, que ha hecho una lectura que incita a devorarlo.

La amnigüedad del Papelote dijo...

A devorar al libro, no al reseñista ;-)

La torpeza del Papelote dijo...

Ambigüedad

Fran G. Matute dijo...

Sepa usted, Papelote, que me acabo de echar el vaso de refresco de naranja por la cabeza... ;)

Anónimo dijo...

Seis todo unos sinvergüenza.

Mawito.

La elegancia del papelote (y del erizo) dijo...

A mí me gustaría que Papelote escribiera alguna reseña. Se le ve sueltecico en el digno oficio de las letras. Le doy de gratis el nombre para un futuro blog:
"Críptica literaria"

A usted.

Anónimo dijo...

Estoy a punto de enamorarme de Mariluz. Si al menos pudiéramos chatear...

Anónimo dijo...

Lo decía en serio, Mariluz.