Tan lejos de Krypton
Daniel Ruiz García
Onuba, 2012
ISBN: 978-84-936977-9-2
313 páginas
20 €
Premio Onuba 2012
Fran G. Matute
Quizá no sea necesario llegar tan
lejos como hicieron Tom y Matt Morris en su espléndido compendio Los superhéroes y la filosofía (2001), pero qué
duda cabe que el cómic de superhéroes encierra numerosos interrogantes que bien
merecen que se les dé una vuelta o dos. Nos podemos fijar, por ejemplo, en la
ya famosa frase que principia esta reseña, adjudicada al tío de Spiderman, Ben (o, lo que es
lo mismo, a Stan Lee), pero que puede
tener su origen en Sócrates, o en el
Evangelio de Lucas o, incluso, en Voltaire… ya que no parece existir un
consenso al respecto. En cualquier caso, se trata de una frase lapidaria que ha
alcanzado la inmortalidad y que, vista en perspectiva, rivaliza con otros
axiomas del entendimiento humano del estilo “Sólo sé que no sé nada” y demás perogrulladas
filosóficas. Lo cual posiciona a Spiderman como uno de los grandes pensadores del
siglo XX.
Traemos a colación esta reflexión
porque queremos dejar constancia de la impronta que el cómic dejó en
determinadas generaciones que perdieron el respeto por el academicismo y
abrazaron otras formas, más populares, de entretenimiento pero sin renunciar al
entendimiento. Lo anterior abrió las puertas a una nueva sensibilidad cultural
que caló profundo en los jóvenes y a la que Daniel Ruiz García homenajea en su última novela, Tan lejos de Krypton. Y ojo que la
palabra clave aquí es “sensibilidad”.
Daniel propone en Tan lejos de Krypton una intensa
reflexión sobre la humanidad de los superpoderes y la inocula en la mente de un
niño de 10 años. Daniel encuentra en esa mirada infante el punto exacto de inocencia
carnal y madurez verbal para poder plantear, en firme, la existencia de
superhéroes en nuestro mundo sin tener que acudir a ningún artificio fantasioso
más allá de la infinita capacidad de imaginación con la que cuenta el ser
humano y de constatar la putrefacta naturaleza del mismo. Porque si el sueño de
la razón produce monstruos, ¿por qué no pueden surgir superhéroes que los
combatan? Y así, de los horrores de la infancia, Daniel crea una poética de la
aventura, de la esperanza y de la evasión, en definitiva, tornando la
visceralidad temática que protagonizaba sus obras anteriores en una visceralidad
emocional.
Pero a pesar de la contundencia
de la propuesta, Daniel ha querido ir más allá desde un punto de vista estético,
pues para dotar de voluntad de prosa a esa mirada infantil recurre a un escorzo
narrativo tremendamente arriesgado y del que sale plenamente victorioso, aunque
no sin rasguños. Porque con independencia de que el narrador de Tan lejos de Krypton sea un niño de 10 años, Daniel no ha querido
renunciar a su expresividad como escritor para lo cual idea una suerte de ‘flashback’
de la memoria y se introduce en la versión adulta de ese niño al que las
circunstancias obligan a rememorar su infancia con inusitada nostalgia. De esta
forma, Daniel se permite el lujo, en un equilibrio estilístico complejo pero
muy evocador, de mantener el nivel estético de su prosa adaptándola a una
mentalidad infante. Este arriesgado artificio podría haberse quedado en un
ejercicio pueril y haber condicionado toda la novela. Y sin embargo Daniel lo
convierte en la esencia de Tan lejos de
Krypton.
Para dar forma a un narrador de
estas características, Daniel simula, como técnica descriptiva, el método de razonamiento
de un chaval de esa edad: ese ir a mil por hora, ese saltar de un tema a otro
sin ánimo de continuidad incapaz de concentrarse en una sola cosa… pero también
ese saboreo del tebeo, ese gusto por el sentido y la coherencia de las palabras, en definitiva,
esa impresionabilidad ante lo desconocido. Qué duda cabe que la expresividad de
la prosa de Daniel se ve sacrificada en los pasajes en los que el niño
habla. Pero el ejercicio consiste en transformar esa expresividad para encontrar
la fluidez del discurso más que la metáfora certera, como cuando el niño
discurre que “estar escamado imagino
que tiene que ver algo con las escamas,
que es la piel plateada de los peces que yo miro y toco cuando mamá trae
pescado a casa y que parece como muchas pesetas brillantes puestas unas al lado
de otras”. Y sin embargo, en el marco de esta expresividad naif, también encontramos
momentos de auténtica brillantez estética como cuando el niño comienza su proceso de
enamoramiento y esos nuevos y potentes sentimientos se adaptan a las
posibilidades descriptivas del chaval: “(…)
y miro a Celia, que está terminándose una rodaja de melón y que me mira, no sé
si sonríe pero tiene los ojos brillantes, y otra vez siento como si me tomara
un vaso de refresco de naranja de un buche”.
Pero hablábamos antes de rasguños
y, en la obsesión por validar esta postura estética del narrador infante,
consideramos que el equilibrio de la estructura de la novela se ve comprometido
por culpa de ese, a nuestro juicio, titubeante inicio que
muestra al narrador en su absurda adultez. Y que conste que no es en sí el 'flashback' lo que nos incomoda sino el espacio excesivo que ocupan esas primeras odiosas 40 páginas que preparan el terreno antes de que el Capitán Alaska irrumpa en la escena con fuerza y nos agarre por las solapas en este largo y sentido viaje al fondo de la memoria.
Con todo, Tan lejos de Krypton es hasta la fecha el mayor hallazgo literario
de Daniel Ruiz García, su obra más compleja y arriesgada y, curiosamente, una
vuelta de tuerca a su célebre Perrera
(2009). Pues ambas obras comparten, desde puntos de vista equidistantes, esa
reflexión por la juventud y por el dolor que acompaña la extrañeza de dicho
período vital, con sus decepciones, sus incomprensiones, sus injusticias
manifiestas. Pero si Perrera se
encargó de los bajos fondos, Tan lejos de
Krypton lo hace desde la perspectiva del chico que, sin excesos, tuvo una
infancia plena y feliz, una voluptuosidad que se ve también reflejada en la
época en la que está ambientada, con ese imaginario colectivo tan afectivo como
fueron los años 80 y sus distintos símbolos, que aparecen constantemente a lo
largo de la novela, como los propios cómics de superhéroes, las películas de acción, las series familiares televisivas, los concursos o esos juguetes inmortales que se fabricaban entonces. No es casualidad, por tanto, que hablando de superhéroes no
encontremos mejor comparación para estas obras que la dicotomía que ofrecía una
película como El protegido (M. Night Shyamalan, 2000), siendo Perrera el equivalente al personaje de Samuel L. Jackson y este Tan lejos de Krypton el de Bruce Willis.
La cuestión final es que Daniel
recupera en esta novela lugares de la infancia a los que no se debería volver
nunca, porque son dolorosos tanto en su pureza como en su crueldad. Por eso la
lectura de Tan lejos de Krypton -este
extraño híbrido que recuerda por igual a Matar
a un ruiseñor (1960) de Harper Lee y a Los príncipes valientes (2007) de Javier Pérez Andújar- es emocionalmente
desasosegante si se pertenece a la misma generación que el autor, ya que es imposible
no encontrar paralelismos. Pues esa solemnización de la infancia como lugar sagrado de la memoria que propone esta obra te incita, en multitud de ocasiones, a la
tristeza, a la pena. Sobre todo cuando, al terminar su lectura, despiertas y te
das cuenta de que una obra tan deliciosa no va a poder, atendiendo a las circunstancias de su publicación, ser leída
por casi nadie. No se me lo vaya a tomar a mal la voluntariosa editorial, pero ya se sabe que un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Y esta obra que tienen en sus manos es pura kryptonita.
9 comentarios:
Estimado reseñista Matute, sospecho por sus palabras que no llegaré a catar tal manjar literario. Alicante queda demasiado lejos de Krypton y de Onuba. Por una entrevista digital y algunos comentarios en foros versados en lo literario-culinario, sé que el autor es aficionado a las "papas aliñás". A la espera de que llegue algún ejemplar de su obra a mis manos, me someteré a una dieta estricta de tan delicioso plato. Salud.
Mariluz nunca defrauda. Enhorabuena a Daniel por su nuevo libro, y al reseñista, que ha hecho una lectura que incita a devorarlo.
A devorar al libro, no al reseñista ;-)
Ambigüedad
Sepa usted, Papelote, que me acabo de echar el vaso de refresco de naranja por la cabeza... ;)
Seis todo unos sinvergüenza.
Mawito.
A mí me gustaría que Papelote escribiera alguna reseña. Se le ve sueltecico en el digno oficio de las letras. Le doy de gratis el nombre para un futuro blog:
"Críptica literaria"
A usted.
Estoy a punto de enamorarme de Mariluz. Si al menos pudiéramos chatear...
Lo decía en serio, Mariluz.
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