Travesti
John Hawkes
meettok, 2012
ISBN: 978-84-937619-8-1
140 páginas
15 €
Traducción y posfacio de Jon Bilbao
Fran G. Matute
No deja de sorprendernos este
John Hawkes. Tras la traducción de El caníbal (1949) y La pata del escarabajo (1951),
Jon Bilbao sigue indagando en su
obra (y esperemos que no se aburra pronto, porque nos está haciendo pasar muy
buenos ratos) y nos entrega ahora -otra vez de la mano de la editorial meettok- una nueva referencia de este autor tan complejo y, sin embargo, tan gratificante
de leer. Se trata de Travesti (1976),
una obra pequeña, en envergadura, que cunde tanto o más que uno de esos
novelones con cientos de páginas y eso que, en esencia, estamos ante un simple monólogo
pero que, eso sí, presenta múltiples interpretaciones.
Travesti cuenta las últimas horas de vida de un conductor suicida
que va directo a empotrarse con su vehículo por las carreteras del sur de
Francia. Pero el piloto no va solo. Está acompañado de su hija y de un amigo poeta
que será, en el fondo, el destinatario principal de esa extraña conversación
en voz alta que mantiene el conductor durante toda la obra. Y sus cuitas
abarcarán desde el amor a la familia, el sexo, pasando por la autenticidad de los
creadores o las incongruencias del sistema. Siendo, en definitiva, dicho
monólogo una enmienda a la totalidad de nuestra existencia. Una suerte de
expiación en vida de nuestros pecados como seres civiles.
Nos ha recordado, por el tono de
cinismo y por la insistente primera persona, a aquel texto de Hubert
Selby Jr. que reseñáramos por aquí hace tiempo, titulado La habitación (1971). Y sí, hay algo de Selby Jr. en Travesti, por cuanto que lo que parece plantear todo el tiempo el
conductor es una especie de justificación del acto criminal que está a punto de
cometer. Este intento desesperado por dar validez moral a la acción de la
novela, cuando resulta muy difícil simpatizar con un protagonista de este tipo,
es propio de cierta literatura que pone su foco narrativo en las enfermedades
de la mente y que ambos autores han trabajado profusamente. Pero Hawkes no nos
deja ver que su conductor sea un trastornado en ningún momento, pues pone en su
discurso una clarividencia y una templanza para analizar las cosas dignas del
más emérito profesor de Universidad. No se trata, por tanto, de colocar a un
personaje esquizoide que termina realizando un acto salvaje para llamar la
atención -aunque en el fondo eso será lo que ocurra- sino que gracias a dicha
contradicción, Hawkes es capaz de desarrollar su línea de pensamiento en el
marco de una situación tensa como pocas.
Es aquí donde se compaginan las “carreteras
asfaltadas en dos direcciones” (frase que tomamos prestada del título en castellano de aquella excelsa
película de Monte Hellman): de un
lado, la violencia del acto en sí que estamos contemplando, la de un vehículo y
su pasaje que va directo a su destrucción; de otro, la poética del discurso que
se expone en su interior. En el exterior, lo frenético de la conducción,
esquivando obstáculos, manejando el volante con destreza, acelerando para
llegar cuanto antes al fatídico destino. Y dentro del vehículo, la aparente
calma con la que conversa el piloto, la clarividencia con la que manifiesta sus
puntos de vista, complejos y profundos. El mismo ritmo de esta obra te hace
estar esperando en cualquier momento el mortal accidente temiendo, más que el
final sangriento (que lo asumes desde el minuto uno), que el discurso no quede
debidamente terminado.
Luego, ahondando en los numerosos
interrogantes que se plantean en el texto, nos interesa sobremanera la opinión
sobre la literatura que se pone en boca del conductor. Hay en el posfacio de
esta edición, escrito por el propio traductor, una teoría sobre el significado
de los personajes de esta novela y su identificación externa. Nos ha parecido
una interpretación muy interesante y que encaja bastante bien con la poética
del propio Hawkes. Pues el hecho de que el copiloto sea un poeta, facilita al
conductor canalizar su ira hacia el proceso cultural y la pose de los artistas
en general dentro de la sociedad, convirtiéndolo así en el objeto de sus
críticas y a través de dicha canalización se exponen los distintos puntos de
vista del autor sobre el particular. Pero en el fondo esas son las palabras que utilizaría el mismo John Hawkes, en un ejercicio similar al que proponía Michel Houllebecq en su El mapa y el territorio, sólo que sin necesidad de introducirse él mismo en su
propia novela, como hacía el francés.
Así, este monólogo que suena a cántico
de últimas voluntades, termina siendo un ajuste de cuentas. El del conductor con
su amigo, el poeta. El de Hawkes con el mundo de la literatura. No se podía
esperar otra cosa de un autor que defendía que la trama, los personajes, el
escenario y el tema son los mayores enemigos de la novela. Se le olvidó añadir
que los propios escritores también. Salvo John Hawkes, claro.
3 comentarios:
Guau. No tenía ni idea de este libro pero qué pinta tiene. Menudo argumento (tan simple, tan genial). Gracias por el descubrimiento. Un saludo.
Sí. Nos has puesto la miel en los labios. Ya no vamos a poder vivir sin leerlo.
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