La
batalla de las cerezas. Mi
historia de amor con Hannah Arendt
Günther Anders
Paidós, 2013
ISBN: 978-84-493-2813-8
160 páginas
18,90 €
Traducción de Alicia Valero Martín
Rafael Suárez Plácido
El interés que, a medida que van pasando
los años, despierta la figura -no sólo el pensamiento, también la figura- de
Hannah Arendt salpica en esta obra al que fue su marido entre 1925 y 1937: el
también filósofo alemán y judío Günther Anders. Del que se van traduciendo al
castellano algunos de sus libros centrales: ahí tenemos La obsolescencia del hombre, en dos tomos, editado por Pre-textos, y
en esta misma Paidós, El piloto de
Hiroshima. Lo que ocurre es que, en este caso la obra de la mujer, así como
el evidente distanciamiento que hubo entre ambos que fue más allá del hecho del
divorcio, ha ensombrecido la obra del autor alemán, no sólo en cuanto a sus
traducciones en nuestra lengua, sino a la mayor o menor suerte de sus
publicaciones definitivas en alemán.
Además del diálogo que titula este libro,
encontramos también una Nota editorial, de Gerhard Oberschlick, y un magnífico
ensayo de Christian Dries, “Günther
Anders y Hannah Arendt: esbozo de una relación”, que en muchos casos va a
resultar importante para entender no sólo el diálogo de Anders, sino la
posterior trayectoria de ambos pensadores, a la vez que va a justificar
plenamente la edición de este libro.
Es el propio Anders quien nos cuenta que
pergeñó estos diálogos en las navidades de 1975, muy poco después del
fallecimiento de su ex mujer. Lo hizo para la publicación de un número de Merkur, revista alemana de pensamiento
europeo: Hannah Arendt in memoriam y,
extrañamente, no se publicó en su momento (aquí mezclo el texto de Anders con
las palabras de Gerhard Oberschlick), por lo que fue reescrito en 1984
dejándolo así con la forma definitiva. Fue el último desaire que recibió
Anders, este a título póstumo, de su ex esposa. La realidad es que ambos no
debieron de casarse y si lo hicieron fue por el deseo de ella de poner tierra
de por medio y olvidar al que parecer ser fue el gran amor de su vida, el
filósofo también alemán Martin Heidegger, de quien fue amante y alumna durante
sus años de estudiante en la universidad de Marburgo. Pero en sus inicios el
matrimonio parecía prometedor para ambos: él la ayudó en la defensa de su tesis
doctoral sobre el amor en Agustín de Hipona. En realidad, él sí estuvo
enamorado de ella casi toda su vida y tratando de reencontrarse con ella con el
paso de los años. En ese sentido fue una relación muy desigual. Aunque ambos se
casaron posteriormente, pero él parece que no llegó ni a ser feliz ni a
olvidarla plenamente, cosas ambas que ella sí consiguió en su matrimonio
posterior.
El título tiene que ver con que ambos
están deshuesando y confitando cerezas, en una de sus charlas filosóficas o 'symphilosophies'. A ambos, pero
especialmente a ella, les gustaban especialmente estas cerezas y muchas de
ellas terminaban comidas antes que en el plato preparadas. La charla deriva
sobre si es apropiado o no el uso del término “sistema filosófico”. A partir de
ahí leemos lo que pretende Anders, por una parte, un homenaje a sí mismo más
que a su mujer, en cuanto a que es él el que va dirigiendo y aportando las
novedades sorprendentes en el diálogo y, por otra parte, un catálogo de gestos
y poses de enfado de la propia Arendt. Que destacara tantas veces la belleza de
su jovencísima esposa no debe extrañarnos en absoluto: además de que tenemos
constancia de que él sí estaba enamorado, el elogio de la belleza de Hannah
Arendt es un lugar común a lo largo de toda su vida. Incluso, una vez
fallecida, su amiga y albacea, la escritora norteamericana Mary McCarthy
comienza un artículo sobre ella alabando la belleza de sus piernas. Es cierto,
hay testimonios allá donde iba: la belleza de Hanna Arendt nunca pasó
desapercibida. Maite Larrauri lo explica escribiendo que “Arendt no se
identifica con los filósofos que adoptan el color de los muertos (…) y se sitúa
al margen de la humanidad común y corriente.” De todas formas, aunque a ella no
le incomodaba en general esta situación, parece que con Anders llegó a
exasperarle. En este diálogo parece que sólo él aporta ideas buenas y ella está
aprendiendo de estas algunas claves para su obra posterior. En un momento del
texto, ella le pregunta: “¿Puedo robarte esa formulación?” Y él le responde:
“Puedes robarme dónde, cuánto y tanto como quieras.” Para después decir: “Yo
también te robo a ti.” No creo que esto hubiera gustado en demasía a Arendt.
Especialmente considerando que la mayoría de las referencias a su exmarido, con
terceras personas, no eran demasiado positivas.
El diálogo no es hueco ni carente de
significado: bien al contrario, se introducen aspectos relevantes referentes a
la filosofía del poder, a cómo incluso algunos filósofos de los más respetados
entonces (Simmel, Scheler) actuaron en la guerra de 1914 de forma excesivamente
ingenua, de cómo esa ingenuidad siempre les llevaba a ponerse de lado de los
poderosos, de cómo se creyeron las mentiras del poder para alentar la guerra, y
no sólo en los primeros años, sino incluso hasta el final de la contienda. Hay
que pensar que Anders tuvo años para hacer y rehacer este escrito y legar a la
posteridad la “verdad” que él quiso que quedara sobre su expareja y la obra
filosófica de ambos, ya que él conocía -puntualmente- cada uno de los trabajos
que ella iba publicando.
Pero, obviando que en esta
primera guerra mundial -en la que Anders participó- eran ambos demasiado
jóvenes para ser conscientes de todo lo que ocurría, sí vivieron -ya separados-
la segunda guerra mundial, desde los Estados Unidos a donde huyeron, primero él
y luego ella con la ayuda de él. Y ambos dedicaron una parte esencial de sus
obras a esta realidad que vivieron: ella, especialmente al caso de Eichmann, y
él en su libro sobre el piloto que lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima,
Claude Eatherly. De alguna manera podemos ver a dos verdugos de la guerra. La
Historia ha sido implacable con el primero y, de alguna manera, ha salvado al
segundo por su manifiesto arrepentimiento. Arendt escribió casi toda su obra
sobre los totalitarismos y la violencia, pero cuando apresaron a Eichmann y lo
juzgaron en Jerusalén, fue a cubrir como corresponsal el caso y escribió su
libro: Eichmann en Jerusalén donde se
sorprendía por la simpleza y la banalidad de las opiniones del nazi. De alguna
manera, ella esperaba que quien hizo tanto daño y en quien todo un país puso en
sus manos una tremenda máquina de matar seres humanos, tuviera, al menos en su
opinión, una justificación de sus hechos que fuera más allá de dos o tres
tristes tópicos. Anders publicó su correspondencia con Claude Eatherly, en El piloto de Hiroshima, un duro alegato
sobre la culpa y el arrepentimiento de quien no pudo sobrellevar lo que hizo.
Aunque en 2007 falleció Paul Tibbets, el que lanzó la bomba sobre Hiroshima que
podría ser una versión del hombre también sin opinión, que hace sólo lo que le
dicen que tiene que hacer sin cuestionarse nada, más que lo que entonces le
parece que es su deber.
La historia del pensamiento
avanza y seguirá haciéndolo y nos dirá qué queda de Hannah Arendt y qué queda
de Günther Anders y de sus obras. La
batalla de las cerezas, más que un homenaje o un recuerdo de este hacia
ella -que es como nació y cómo él nos la vende-, nos parece un recuerdo o un Canto a mí mismo de un autor metido en
años, que siempre entendió que el tiempo no fue demasiado justo con él ni con
su obra, mientras las flores y los éxitos iban a parar a Hannah Arendt, la
mujer a la que amó toda su vida.
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