La desgracia de ser griego
Nikos Dimou
Anagrama, 2012. Colección "Argumentos"
ISBN: 978-84-339-6345-1
104 páginas
11,90 €
Traducción de Vicente Fernández González
Jesús Cotta
Jesús Cotta
Hay pueblos como el español, el griego o el portugués que
viven su manera nacional de ser, sea esta lo que sea, de modo problemático. Las
tres naciones tienen varias cosas en común: un pasado glorioso, dictaduras y
arriba unos vecinos más prósperos y que no le dan tantas vueltas a su manera de
ser o que al menos no la consideran un problema. Grecia comparte, además, con España una guerra civil el siglo pasado.
Grecia es, en Europa, un país peculiar, porque no pertenece
a ningún grupo grande: ni a los germánicos ni a los escandinavos ni a los
eslavos ni a los latinos y, aunque lo griego es, junto con Roma, el cristianismo y el legado de los pueblos bárbaros, uno de los fundadores de nuestra Europa, los griegos no se
sienten plenamente europeos, pero tampoco pueden considerarse de otro sitio, porque su sitio, Constantinopla, está en otras manos y ahora lo llaman Estambul ("¿Hasta cuándo seguirás cayendo, Constantinopla?") , aunque no he visto en Grecia ni un solo mapa donde a la antigua capital del Imperio Romano de Oriente se la llame Estambul. Igual que
Polonia, que, como decía Juan Pablo II, era latina entre los eslavos y eslava
entre los latinos, Grecia es europea entre los orientales y oriental entre los
europeos.
Pues bien, en la estupenda traducción de Vicente Fernández
González, nos expone Nicos Dimou en forma de estampas, aforismos y breves
reflexiones encadenadas por la lógica por qué es una desgracia ser griego y
cómo esa desgracia es una de las razones de su fuerza y una de las maneras de
salir adelante.
Según él, el griego solo se crece en la amenaza o en la
desgracia. Su inercia es estar descontento con el mundo y, solo cuando este lo
trata mal, se encuentra, pues, en su salsa.
El autor repasa todo lo griego: pasado, idiosincrasia, familia, religión, sexo, política, su relación con el extranjero y con el medio, etc. Retrata el complejo de inferioridad que
muchos griegos sienten ante la grandeza de un pasado que los abruma y que no se atreven a cuestionar ni relativizar y ante el
hecho de que ellos, por la ocupación otomana, no participaron de las grandes
corrientes culturales europeas.
Una de las soluciones que el autor aporta es que los griegos
acepten ser quienes son realmente y no quienes dicen otros que son o quienes
quisieran ser. Y, desde luego, tienen razones para estar orgullosos: le dijeron
que no al todopoderoso Hitler (cosa que Europa no ha agradecido lo bastante),
son herederos directos de la mayor literatura y de un mundo cultural del que
todos somos deudores, han sobrevivido como pueblo y como cultura a pesar del
olvido de Occidente y de la invasión turca, y tienen una floreciente
literatura y música que ya quisieran para sí países europeos más prósperos
económicamente.
A lo largo del libro he tenido a veces la sensación de que
el autor radiografiaba a los españoles. Con los griegos compartimos esa
dificultad para alabar el mérito ajeno, sobre todo si es el de un compatriota
en el extranjero, el poner en entredicho la virilidad del otro, el “piensa mal
y acertarás”, el poco respeto que les merecen las instituciones y los que están contra ellas, ese deseo de europeizar el propio país,
de minusvalorar sus raíces cristianas, de querer ser otra cosa. La lucha que es
España, según Luis Rosales, entre hidalgos y pícaros, es en Grecia, según Nicos
Dimou, entre la gallardía y la miseria.
En fin, un libro escrito al final de la dictadura y con dardos brillantes y punzantes y
desde el amor a su país al que quiere proteger de lo falso, del victimismo, de
la incapacidad, porque el autor, como todos los griegos que he conocido (y he conocido muchos) ama mucho a su país cuanto más lo critica. En eso también se parecen a los españoles, solo que aquí el amor natural a esta sana identidad cultural que es la patria se disimula tontamente porque no está bien visto.
Bienvenido sea este libro en estos días en que Grecia solo sale en las noticias
como la enferma de Europa. Grecia es mucho más que eso: una gran nación que ha
sobrevivido a todo y que saldrá adelante por el empuje y la creatividad de su
gente más que por la acción de los políticos europeos y griegos. Aquello que la
afea también la hace hermosa, porque en el defecto está muchas veces la raíz de
la virtud.
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