Mi hermana y yo
J. R. Ackerley
Sexto Piso, 2013
ISBN: 978-84-15601-19-7
287 páginas
23 €
Traducción y prólogo de Andrés Barba
Edición, notas y epílogo de Francis King
Sara
Mesa
Sucede a veces
que la vida es el mejor material narrativo. La vida personal, íntima,
intransferible, a menudo insustancial, pero que bajo la lupa del talento cobra
una dimensión inesperada. Así ocurre con la obra de J. R. Ackerley (1896-1967), editor, crítico literario y cronista de
su tiempo y de su propia existencia. Como suele decirse, vida y obra se
confunden, se mezclan, son una única realidad indisoluble en su escritura.
Ackerley, siempre volcado en las memorias y en los diarios, lo explica con
claridad en Mi padre y yo, esa gran
biografía, autobiografía o relato impúdico de una relación paterno-filial: no
hay tiempo para más. Demasiado centrado en sus enredos vitales (particularmente
en la búsqueda de muchachos guapos), nunca tuvo la concentración necesaria para
inventar ficciones, de modo que el ansia de escribir se plasmó siempre en la
observación de sí mismo y de los que le rodeaban. Ackerley y su familia: una
historia que de pronto despierta nuestro interés gracias a la aguda mirada de
este singular escritor. Y su concepción de familia, hay que decirlo, incluye
también a su perra. Títulos como Mi perra Tulip o Mi padre y yo, publicados
por Anagrama, son rarezas deliciosas escritas desde la transgresión de los
convencionalismos literarios, en tanto que también se narran hechos fuera de lo
convencional.
Ahora Sexto
Piso edita Mi hermana y yo, libro
póstumo que en sentido estricto no fue concebido como tal por su autor, sino
que obedece a una selección realizada por el albacea Francis King de los diarios de Ackerley de aquellos fragmentos -y
son muchos-, fechados entre agosto de 1948 y julio de 1957, en los que se
recogen los pormenores de la particular relación con su hermana Nancy. Posiblemente el momento en que
mejor se revela la naturaleza de esta relación es cuando Ackerley compara a su
hermana con la tenia, peligrosa, absorbente, imposible de sacarse del cuerpo: “¿Qué oportunidad puede tener uno de
librarse de una criatura así? (...) Es una criatura tenaz, resiste a todos los
intentos que puedan hacerse para librarse de ella; incluso cuando uno consigue
librarse de todo el cuerpo del insecto, la cabeza permanece ahí y, poco a poco,
toda la criatura vuelve a crecer a partir de ese punto, centímetro a
centímetro.” Se trata de una relación amor-odio constante, basada en el
desprecio, el sentimiento de culpa, la obsesión y el vampirismo. Nancy no sale
bien parada (“No existe trabajo, o al
menos que yo sepa, que una mujer tan maleducada, interesada, vanidosa, egoísta,
hipocondríaca, perezosa, irresponsable, inútil, ignorante y falta de talento
como ella sea capaz de mantener ni una sola semana”), sin embargo hay
momentos de ternura y de auténtica preocupación por su salud física y su estado
mental. Lo cierto es que nadie sale demasiado bien parado en los diarios de
Ackerley (salvo la perra Queenie, hacia la que tenía una devoción rayana en el
patetismo), ni siquiera el mismo Ackerley, que se nos presenta a sí mismo como
un ser egoísta, veleidoso, engreído, frustrado y misógino -como diría un amigo
mío, en tanto que misántropo-. Hay muchos detalles íntimos en el libro, que no
solo afectan a él y a su hermana, sino a otros personajes que salen y entran en
el escenario: la tía Bunny, por ejemplo, y también sus
amigos E. M. Forster y Siegfried Sassoon, pero hay que
recordar que Ackerley tuvo un curioso concepto de la intimidad. Si ya en Mi padre y yo desvelaba el secreto
familiar de su padre y ofrecía con precisión y sin recato detalles de su propia
homosexualidad, aquí -apareciendo también estos asuntos- el foco se coloca en
la hermana, sus celos obsesivos, la convivencia imposible con la tía Bunny y
los paseos matutinos con Queenie en los neblinosos parques de Londres, sin
excluir todo tipo de pormenores privados y escatológicos. El talento de
Ackerley reside en su capacidad de ofrecernos todo esto sin perder en ningún
momento un ápice de elegancia ni renunciar a ese finísimo humor que atraviesa
el libro de parte a parte -incluso al narrar el intento de suicidio de Nancy-,
quizá porque no hay una intención de provocar o sorprender, sino más bien la
necesidad de contar la propia vida con sencillez y sin alardes.
La lectura de Mi hermana y yo es una experiencia
adictiva -tras ella corrí a por más libros de Ackerley-, sorprendente, a ratos
divertida y también, diría, extravagante. No existen muchos libros así, en los
que un escritor se despreocupe con tal naturalidad de las consecuencias de
bucear en la privacidad propia y de su familia, sin deseo de ajustar cuentas o
de justificarse. Ackerley, con su visión ácida y sarcástica de las relaciones
sociales y familiares, se lanza a describir su vida hasta las últimas
consecuencias, y este relato -monótono, cotidiano, a veces insignificante-
posee también la grandeza de la sinceridad. Según explica Francis King en el
revelador epílogo -en el que por cierto se ofrece una visión de Nancy
sustancialmente diferente- Ackerley “estaba
dominado por el irresistible impulso de hacer público todo lo que se refería
tanto a su persona como a su familia. Aquella hambre suya de decir la verdad
era tan intensa que ni siquiera la posibilidad de ser acusado de calumniador le
detuvo”. Dice también Andrés Barba,
que traduce y prologa, “sobra decir el
pudor que he sentido a veces al traducir algunas de estas páginas (...). Por
momentos era como estar tocando, literalmente, la superficie informe y cálida
de unos sentimientos que estaban forjándose en ese instante preciso...”.
Creo que estas dos citas reflejan con bastante fidelidad la peculiaridad y el
valor literario de este libro. Los interesados en las relaciones familiares
enfermizas lo disfrutarán sin duda, porque además demuestra, con absoluta
perspicacia, que a veces la familia funciona como una reproducción a pequeña
escala de toda la complejidad humana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario