El joven Moriarty:
El misterio del dodo
Sofía Rhei
Fábulas
de Albión, 2013
ISBN: 978-84-939379-5-9
208 páginas
15,20 €
Ilustraciones de Alfonso Rodríguez Barrera
Luis Manuel Ruiz
Hace un tiempo, se inventó en los mentideros un nuevo concepto de
literatura que rápidamente recibió su socorrida etiqueta inglesa (pero ¿qué es
de alguien en internet si no tiene apellido inglés?): el 'crossover'. Para entendernos, el 'crossover'
es una clase de libro que pueden leer con idéntico placer y provecho personas
de nueve a noventa y nueve años, y que descree con feliz candor de convenciones
del tipo de las generaciones, los suplementos críticos, las academias, los
manuales, los análisis-de-la-condición-humana, los retratos-del-fin-de-una-era
y quincalla por el estilo: esto es, esos libros de toda la vida que nos
regalaban con la fanfarria de la Primera Comunión , generalmente de
pastas amarillas y con ilustraciones en blanco y negro, que colocábamos en el
estante junto a los balones y las naves espaciales, que aprendíamos a
despreciar cuando el bozo nos oscurecía la mandíbula y a los que regresábamos
de cuando en cuando en secreto, hojeando clandestinamente las páginas para que
nadie nos sorprendiera en compañía de detectives, piratas y científicos locos,
porque esas no son cosas adultas que se puedan confiar por las buenas a la
novia recién adquirida. Como definición zoológica podríamos llamar al 'crossover' el libro omnívoro; y ello
porque fue concebido con el propósito primero y central que debe animar a
cualquier libro: el de comerse indiscriminadamente al lector. El gran libro, el
libro maestro, es un espécimen peligroso: un depredador. Si te muerde, no te
suelta; amenaza con tragarte enterito y hacerte pasar el resto de tu vida en su
estómago de papel; te ase la mano con los dientes y no afloja el mordisco hasta
alcanzar la contraportada.
Lo precedente es necesario si queremos entender qué tipo de cosas
escribe Sofía Rhei y si avanzamos la premisa de que Sofía Rhei escribe 'crossovers'. Este El misterio del dodo, inicio de una serie que esperemos que
respeten las vicisitudes del mundo editorial, es una novela escrita (al menos
en principio) para un lector adolescente, enamorado de las sorpresas, de las
peripecias en lugares y tiempos remotos, con héroes y villanos, amores
soterrados y misterios que resolver. Pero sucede, claro, que todos somos en el
fondo lectores adolescentes o que llevamos uno de esos dentro como la fina
linfa de la naranja sobre la que han crecido las rugosidades de la cáscara: de
modo que, de una u otra manera, todos nos sentimos llamados por la historia,
por los personajes, por el efluvio de cosa lejana y a la vez inmediata que
transmite el discurrir de la trama, y no podemos detener nuestro camino hasta
la página final.
El misterio del dodo abunda en todas
las vertientes de felicidad que asociamos con la literatura desde que recibimos
nuestros primeros regalos encuadernados con motivo de la Comunión : la era
victoriana, patria mítica de exploradores, asesinos y genios de la deducción;
un supervillano que aquí todavía viste pantalón corto y cuyos planes de masacre
se quedan en la cocina de casa; las profundas mansiones de la campiña inglesa
en que los misterios se desenvuelven entre cofias y servicios de porcelana;
gentes llegadas de enigmáticos confines del mundo, en esa época en que el mundo
aún contenía confines, que hipnotizan con la sola fuerza de su presencia o de
su voz; un sentido del humor infantil, fresco, desinhibido, próximo a veces a
lo surreal y que roza en otras recovecos de la certeza humana menos
superficiales de lo que nos podríamos creer. Y aparte, los guiños; apariciones
y frases esporádicas que apuntan al imaginario del lector y que le arrancan una
sonrisa de agradecido reconocimiento: el profesor Darwin, el reverendo Dodgson,
el hijo de un jardinero apellidado Watson, el hijo de un carnicero apellidado
Reaper. Por concretar, El misterio del
dodo relata una maratoniana jornada de sospechas, sobresaltos y dudas en la
casa solariega de los Moriarty, en plena naturaleza británica. El protagonista,
el joven James, asistido por su amigo Watson, deberá enfrentarse a su inicua
hermana Arabella, hermosa hasta el asco, para resolver la misteriosa
desaparición de un pájaro nunca visto y al que pocos quieren bien: el dodo del
tío Theodosius. La solución de dicho rompecabezas exigirá a James un despliegue
de dotes deductivas que provocará el pasmo en el público, por no hablar del
incremento significativo de su buen humor.
A todos los méritos anteriores hay que sumar otros dos adicionales, a
tener más en cuenta en esta época del desaliño digital y la comida en serie:
una cuidadísima y coqueta edición de Fábulas de Albión, con su papel en tonos
manila, y unas ilustraciones de Alfonso Rodríguez Barrera, deudoras de Edward
Gorey y el grabado decimonónico, que sirven para añadir sabor mitológico a los
párrafos a que acompañan. El resultado es un libro exquisito, suave, que no
sólo da gusto recorrer en el plazo escaso que dura una tarde, sino que
querríamos mirar, oler, repasar, regalar, como los libros de antaño.
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