Guillem Medina
Diábolo, 2012
ISBN: 978-84-1515-378-8
260 páginas
23,95 €
Daniel Ruiz
García
Entre las sensibilidades comunes que identifico en mucha gente de mi generación
(los nacidos en los años 70), al menos entre muchos con los que he mantenido
cierto contacto, se encuentra el gusto por aficiones carentes de toda utilidad
práctica (la propia dedicación a la literatura, vista desde la perspectiva
utilitaria, resulta un pasatiempo gratuito e inservible). Muchos portamos la
bandera de la inutilidad y el gusto por el cultivo de cuestiones improductivas
con orgullo, y los que no lo hacen se resguardan bajo la etiqueta de "persona
normal" con impulsos 'frikies' para poder mantener su querencia a salvo de burlas
y objeciones. Somos la generación de los Spectrum y los Amstrad, de los salones
recreativos con futbolines de a duro y maquinitas de marcianitos a tres pesetas;
somos esa gente que todavía sigue adquiriendo camisetas de Star Wars y de
superhéroes sintiendo una furibunda envidia del fondo de armario de Sheldon Cooper; venimos de una época en
que se escribían cartas y el tiempo se confundía muchas veces con el
pasatiempo. Todo ha cambiado ahora, todo es inmediato y está a un tiro de 'click', pero de ese otro tiempo nos ha quedado un regusto por lo recreativo e
inservible que en cierto modo nos identifica. Y que cuenta con sus propios
elementos simbólicos de representación. Entre ellos se encuentra uno que tiene
que ver mucho -todo- con la reseña que traigo hoy: me refiero al arte del
muñequismo.
Si tuviera que establecer una definición, diría que "muñequismo" es una
corriente de orientación espiritual-animista y de pulsión evocadora, que basa
su filosofía en la exaltación del muñeco como elemento simbólico de primer
orden dentro de la estructura ética y moral del individuo, como representación
de una realidad deseada y nunca sublimada, que aspira a transformar el mundo en
una enorme juguetería y al individuo mismo en juguete, preferentemente de
carácter articulado.
Conozco a mucha gente de edad cercana a la mía que ejerce de
muñequista activo, convirtiendo sus salones o despachos en pequeños museos de
coleccionista. La aspiración de todos estos muñequistas, como la mía propia, es
acabar transformando las viviendas en depósitos de muñecos, o mejor dicho en
museos consagrados al arte de la muñequística. A menudo, aunque no los conozca,
los identifico: ocurre siempre que, acompañando a mis hijos a las jugueterías,
acabo perdiéndome entre los estantes de las figuras de ficción. Reconozco en su
forma de mirar los muñecos mi misma mirada de yonki, la misma salivación en los
labios, la misma inquietud por reconocer que semejantes reacciones son
incompatibles con la edad que señalan sus DNIs.
Debo decir, además, que el
muñequista es un ser eminentemente retrógrado. En líneas generales, aborrece
las nuevas producciones, incluso las reconstrucciones modernas de héroes
clásicos. Dentro del grupo, me considero de la vertiente progresista: aunque
hoy ven la luz verdaderas zafiedades muñequísticas (p.e. los célebres Gormiti,
que definitivamente han tomado la habitación de mi hijo), no me cuesta
reconocer -¡oh, hereje!- que hay calidad detrás de muchos de los muñecos
surgidos al calor de los recientes estrenos cinematográficos de la Marvel.
Los muñequistas aún no somos conscientes de la contribución realizada
por Guillem Medina con su obra 30 centímetros (o menos). 50 años de muñecos de acción articulados a este
movimiento. Por primera vez, de forma seria y rigurosa, ha catalogado e
inventariado todos los muñecos de acción comercializados en España durante los
últimos 50 años. Muchos nos quedan lejos por edad, pero al repasar esta obra
maestra del muñequismo resulta imposible no caer aplastado por la potencia
estética de muchas de las piezas que allí se exhiben, como embalsamadas en el
papel, con comentarios sobre los muñecos generosos en detalles en muchos casos.
Una suerte de "Memorabilia Muñequista" que nos mantiene durante todo el periodo
de lectura a caballo entre la excitación y la carcajada, sobre todo cuando nos
enfrentamos a algunos ejemplares muñequistas de impagables sagas como la de Big Jim y Guillem da rienda suelta a la
hilaridad. Sin embargo, el autor es sumamente elegante: en todo momento se
percibe un gran respeto por las figuras reseñadas, dejando a nuestras pupilas
la opción del cinismo. Se nota, en este sentido, las tablas de Guillem Medina
para abordar material sensible: es director de la revista Toyland Magazine, y
ha publicado otras obras de referencia en el género muñequista como Toyland Made in Spain.
Los Madelman, los Geyperman, los Airgamboys, hasta los míticos Masters
del Universo, pasando por supuesto por los Playmobils. Todos tienen cabida en este estupendo libro-museo cuya
visita recomiendo efusivamente a todos los amantes de los muñecos.
Te lo advierto: no presumas de ser muñequista si no has leído este
libro.
4 comentarios:
Qué fuerte, qué curioso el tema del libro. Como muñequista apasionado que soy (menudas tardes me echaba) prometo echarle un vistazo al libro. Un saludo.
Enternecedora entrada, Dani! Yo soy muñequista absoluto, y me consta que más de uno de este blog también adoraba a los clicks o a los G.I.Joes (cuyo nombre no sabíamos pronunciar). Aún adorno mis estantes con muñecos de Elvis Presley, granaderos Panzer de las SS o soldados imperiales de "La guerra de las galaxias" (Star Wars nunca supe lo que era...)
Muchas gracias por el comentario del libro. Un saludo. Guillem
Iwasaki y Savater presumen de muñequistas. ¿Podría trazarse una genealogía muñequista en las letras españolas? ¿Más nombres?
Publicar un comentario