Los inquilinos
Bernard Malamud
El Aleph, 2012
ISBN: 978-84-15325-18-5
192 páginas
20,50 €
Traducción de José Miguel Velloso
José Martínez Ros
Un escritor judío treintañero obsesionado con terminar su -interminable- tercera novela, una novela sobre el amor en la que lleva
trabajando más de un lustro, vive en un edificio en ruinas, semiabandonado, en
una Nueva York atemporal (y apocalíptica) que puede ser la de hace unas décadas
o la del presente. El dueño del edificio ha tratado una y mil veces de
convencerlo para que se marche ofreciéndole dinero, contándole toda clase de
peregrinas historias acerca de sus dificultades: hasta que el último residente
no se vaya no podrá derribarlo y reconstruirlo. Pero el escritor, convencido de
que es el lugar donde tiene que acabar su libro, se resiste.
Un
día su soledad se esfuma. Otro escritor “ocupa” uno de los muchos apartamentos
vacíos, un escritor negro que también escribe una novela, en este caso
impregnada de política, de las ideas del nacionalismo negro, de la
reivindicación de su raza y, todo hay que decirlo, de bastante antisemitismo.
Aunque al principio hay una cierta desconfianza entre ellos, con el tiempo se
hacen amigos. El narrador judío es mucho más experto y “profesional”: se
interesa por las dudas literarias del autor negro, le deja libros, lee su
manuscrito, lo ayuda en lo que puede. El escritor negro lo anima a salir un
poco más, a “disfrutar de la vida”.
Es fascinante cómo Bernard
Malamud refleja
perfectamente el comportamiento, la forma de ser de la mayoría de los
narradores (cuando no casi todos los artistas merecen de verdad ese
calificativo): sus temores, sus vacilaciones, sus problemas para integrarse en
la sociedad, sus habituales manías y obsesiones antisociales, su propensión a
la soledad, así como su innegable dificultad para hallar una pareja capaz de
entender su modo de vida. Sin embargo, la amante del escritor negro, una -blanca,
algo neurótica- aspirante a actriz, pronto se interpondrá entre ellos,
resquebrajará la amistad de esos dos individuos separados por múltiples
motivos, pero unidos por la dedicación a la escritura que sobreviven como
pueden en ese edificio que se cae a pedazos…
Los
inquilinos es,
en su superficie, una novela social y política, y una pesimista reflexión
acerca del presente (y quizás el futuro) de su país. Pero esa es sólo la
superficie. Bajo ella, late una desconcertante fábula que habría gozado, sin
duda, de la aprobación de Jorge Luis Borges o Julio
Cortázar sobre
el arte y la identidad. De un modo sutil, pero increíblemente persuasivo, Malamud nos sugiere
que esos dos protagonistas son dos caras de la misma moneda, y que su lucha por
llevar adelante su obra, así como su fatal destino, es el mismo (idea que
también hubiera encantado a Shelley, quien afirmaba en su Defensa de la
poesía que todos los poemas, a lo largo del tiempo, eran, en el fondo, obra de
un mismo autor inmaterial).
En tres palabras: una obra maestra.
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