Luis Manuel Ruiz
Alfaguara, 2009
ISBN. 978-84-204-2354-8
400 páginas
19 euros
Jesús Cotta
Luis Manuel Ruiz asienta aún más su brillante trayectoria de novelista con está obra ambientada en la Alejandría de Hipatia, en la época del emperador Teodosio. No se trata de una novela histórica al uso, sino de una novela de acción, casi policíaca, de gran belleza formal, de lenguaje audaz, de personajes bien perfilados, con una voz de narrador muy original y adornada de guiños filosóficos y mitológicos y homenajes metaliterarios a Umberto Eco, Aristóteles y Borges.
Durante la investigación que de cierto asesinato realizan los protagonistas, el autor, en contra de lo que por desgracia hacen algunos autores de novelas históricas, no nos abruma de mil detalles históricos ni los personajes se ponen a disertar acerca de la grandeza de su tiempo, como si estuvieran actuando para el lector del siglo XXI, sino que, más bien, hablan y actúan con la fuerza interior de sus caracteres bien construidos y se mueven a través de una Alejandría tan espontánea como un barrio copto de El Cairo.
Los personajes no parecen históricos, sino vivos. Contribuye a ello, entre otras cosas, el lenguaje, que, sin ser el de un autor del siglo XXI, tampoco es el de un envarado creador de escenarios históricos, y se permite licencias casi anacrónicas que no provienen de la ignorancia del autor, sino precisamente del conocimiento: la novela misma y la voz del narrador las permiten e incluso las exigen. Si el autor buscaba con ello verosimilitud, naturalidad y vida, lo ha conseguido. La novela se puede leer en dos niveles: como una novela de intriga y como una novela culta donde la Antigüedad se nos muestra viva, elegante y libresca, pero no polvorienta. Los amantes del helenismo la podemos disfrutar así por partida doble.
En su blog, que invito a visitar, el autor se refiere a la hipatitis, término acuñado por él para referirse a una enfermedad nueva consistente en el gusto actual por el personaje de Hipatia, y lamenta que a él se le haya ocurrido la novela a la vez que a Amenábar su película. Pero por si le sirve de consuelo, creo que las ideas tienen una época para nacer y por eso se les ocurren a la vez a varias personas, las cuales, en vez de ser juguetes del viento de la moda, son los audaces que la crean. Hipatia, en efecto, tiene todos los puntos para caer simpática hoy, pues viene a satisfacer hambres y prejuicios actuales: era una mujer de ciencia en un mundo de hombres y murió víctima de una turba de cristianos fanáticos. Es fácil, pues, presentarla como feminista y mártir de la ciencia frente al machismo y el fanatismo. Pero el autor ha sabido aprovechar estos dos rasgos del personaje sin caer en el tópico, como promete caer Amenábar en su película, pues su Hipatia no es adalid de la tolerancia ni del feminismo ni es una epistemóloga especialmente creadora, ni está tratada para producir compasión en el lector.
Eso sí, suscita mucho interés, porque es un torrente humano de vehemencia e inteligencia en los estertores de un paganismo que, por haber sido derrotado, nos cae simpático. Está muy bien recreado el ambiente de alturas filosóficas y teológicas de aquella Alejandría oriental, donde se fraguaron herejías demasiado sutiles para el paladar occidental, más dado al derecho canónico que a las esencias de la metafísica. Paganos y cristianos de todas las tendencias comparten por aquellos días una especie de desprecio neoplatónico por la vida, el mundo, la vanidad y la carne. El autor nos mete de lleno en una ciudad ardiente de sol y misticismo, cuyas turbas enloquecidas mataron por los mismos años a varios obispos, un prefecto y a la filósofa en la que esta novela se centra.
Hay personajes encantadores, como Diágoras, y otros de un carácter insufrible, pero interesantísimos, como Lámaco. Y escenas memorables, como la manera que tenía Lámaco de contratar ayudantes en Britania o aquella en que dos personajes intentan salvar del incendio ciertos libros. Reveses y conjuras sacan el máximo partido de todos estos personajes bien trazados y trenzados unos con otros, cada uno con sus alas particulares que los mueven a actuar a pesar del pasado que llevan a cuestas. Si el autor ha sabido retratar a los personajes paganos, gnósticos y de la calle en toda su variedad y complejidad, los personajes cristianos como Cirilo, Hilario o los anacoretas se ven reducidos a su papel de turba enloquecida, de fanáticos, malvados y, a veces, estúpidos, pero esa visión plana se debe, más que a los prejuicios del autor, a los del narrador (cuya identidad, por cierto, es una grata sorpresa, una de las muchas que nos regala este libro) y no tiene por qué desmejorar la novela, sino que más bien le da el toque personal que necesita toda obra para tener garra.
En la primera parte, las pistas quizá tarden demasiado en aparecer por culpa de tantas entrevistas y presentaciones de personajes que a veces podrían haberse ahorrado, pero como todo eso nos mete de lleno y en vivo en una Alejandría vibrante y siempre a punto de explotar, la novela se lee con mucho gusto. La tormenta de Alejandría es, en fin, una aventura emocionante, tanto como las mejores páginas de Quo vadis? o Los últimos días de Pompeya, con las que comparte el estar escrita más para remover que para enseñar y entretener, aunque enseñan y entretienen mucho y bien. Felicito, pues, al autor, porque no es fácil escribir una obra donde haya tanta acción como profundidad moral y tanta intriga como belleza estilística.
3 comentarios:
No puedo (ni quiero) evitarlo: me quito el sombrero con el señor Cotta. Y de paso, también con el señor Ruiz.
Creo que, sin proponérselo, más bien intentando justamente lo contrario, Luis(ma) ha escrito su novela más vanguardista e innovadora hasta la fecha. Lástima que todo el contexto "hipático" pueda lastrar el alcance de ese logro.
Abrazos,
Felicidades al autor por el tesón y la mejor suerte en esta aventura.
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