Nuevas cartas a un joven poeta
Joan Margarit
Barril Barral Editores
ISBN: 978-84-937136-0-7
89 páginas
17 euros.
Juan Carlos Sierra
Para quien está interesado en la creación poética, las Cartas a un joven poeta de Rilke son una lectura casi obligada. En ellas el autor de Elegías de Duino responde a las inquietudes y dudas poéticas de Franz Xaver Kappus en un intento, creemos, de no despachar desabridamente unos poemas probablemente de una calidad más que cuestionable. Esto sucedía a principios del siglo pasado.
En el inicio de la centuria que nos contempla otro poeta, pero esta vez español, Joan Margarit, ejerce también de exigente consejero lírico con su libro Nuevas cartas a un joven poeta, sólo que en esta ocasión ningún joven aguijoneado por las musas mueve al escritor catalán a reflexionar sobre el género, sino más bien las actuales circunstancias en las que se desenvuelve la poesía –y no necesariamente la producida por los más jóvenes-.
Es ésta, para empezar, una de las diferencias que quiere marcar Joan Margarit con respecto al casi homónimo libro de Rilke. Otra, la facilidad para publicar que en estos días ofrecen premios, concursos, certámenes, incluso revistas de ferias locales, publicaciones cofrades y hojas parroquiales. Para tratarse de un género minoritario, según los índices de lectura más fiables, sorprende la cantidad de poetas por metro cuadrado que existe –al menos, en este país-. Será, escribe Margarit, que poner en la tarjeta de visita ‘poeta’ confiere algún tipo de pedigrí social. Sin embargo, sigue argumentando Margarit, ni es bueno precipitarse en la publicación por aquello de los posteriores arrepentimientos ni el poeta debe perder el tiempo en ecos de sociedad –y menos si se trata de la sociedad literaria-.
Porque el lugar del poeta es la soledad, pero aquélla de la que escribió Cernunda en su ‘Soliloquio del farero’: “Soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres./ Por quienes vivo, aun cuando no los vea;/ Y así, lejos de ellos,/ Ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres,…”. Esta es la paradoja del poeta: la soledad que busca compañía –la del lector-; la soledad que ayuda a indagar sinceramente en las galerías interiores del poeta –en sus miedos, sus frustraciones, sus heridas abiertas,…- para que los lectores presentes y futuros alcancen algún consuelo; la soledad, en definitiva, que aspira a ordena el caos de la vida en el poeta y en el lector.
Nuevas cartas a un joven poeta también habla de algunos de los pecados más frecuentes de la juventud poética: la obsesión por la originalidad –pero la tendencia al epigonismo, cuando no a la más descarada emulación-, cierto desprecio por los clásicos y por las normas, la pretensión de acoplar la vida a la poesía y no al contrario, el peligro del sentimentalismo, la búsqueda de un rápido reconocimiento social y literario,… Pero también trata algunos de los requisitos imprescindibles para el poeta: condiciones innatas, pulsión ineludible y necesaria, vivencia de la poesía como obsesión –“en el buen sentido de la palabra”, matiza Margarit-,…
Como del libro de Rilke, de las Nuevas cartas a un joven poeta de Margarit quien se haya sentido tentado por los versos puede salir un poco desilusionado, porque los mandamientos líricos que propone el escritor catalán son difíciles de cumplir al cien por cien y con buena nota. Sin embargo, como no se trata más que de la opinión de un poeta que cuenta sus vivencias – opinión fundada y muy respetable, pero al fin y al cabo eso, una opinión-, hay ‘dogmas’ que pueden merecer algún pero. Por ejemplo, aquel que dice que “los buenos poemas muestran siempre lo importante que es la experiencia del dolor” (página 86). ¿Y qué hay de la poesía que celebra la amistad, el amor, la vida? ¿Acaso no se puede hacer un buen poema de la felicidad, aunque sea efímera? ¿Es que Eduardo García, por ejemplo, no es un buen poeta?
Estas y otras preguntas surgen de la lectura de Nuevas cartas a un joven poeta de Joan Margarit. Pero para que así sea, hay que leerse estas diez cartas -y quizá también las de Rilke-.
Para quien está interesado en la creación poética, las Cartas a un joven poeta de Rilke son una lectura casi obligada. En ellas el autor de Elegías de Duino responde a las inquietudes y dudas poéticas de Franz Xaver Kappus en un intento, creemos, de no despachar desabridamente unos poemas probablemente de una calidad más que cuestionable. Esto sucedía a principios del siglo pasado.
En el inicio de la centuria que nos contempla otro poeta, pero esta vez español, Joan Margarit, ejerce también de exigente consejero lírico con su libro Nuevas cartas a un joven poeta, sólo que en esta ocasión ningún joven aguijoneado por las musas mueve al escritor catalán a reflexionar sobre el género, sino más bien las actuales circunstancias en las que se desenvuelve la poesía –y no necesariamente la producida por los más jóvenes-.
Es ésta, para empezar, una de las diferencias que quiere marcar Joan Margarit con respecto al casi homónimo libro de Rilke. Otra, la facilidad para publicar que en estos días ofrecen premios, concursos, certámenes, incluso revistas de ferias locales, publicaciones cofrades y hojas parroquiales. Para tratarse de un género minoritario, según los índices de lectura más fiables, sorprende la cantidad de poetas por metro cuadrado que existe –al menos, en este país-. Será, escribe Margarit, que poner en la tarjeta de visita ‘poeta’ confiere algún tipo de pedigrí social. Sin embargo, sigue argumentando Margarit, ni es bueno precipitarse en la publicación por aquello de los posteriores arrepentimientos ni el poeta debe perder el tiempo en ecos de sociedad –y menos si se trata de la sociedad literaria-.
Porque el lugar del poeta es la soledad, pero aquélla de la que escribió Cernunda en su ‘Soliloquio del farero’: “Soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres./ Por quienes vivo, aun cuando no los vea;/ Y así, lejos de ellos,/ Ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres,…”. Esta es la paradoja del poeta: la soledad que busca compañía –la del lector-; la soledad que ayuda a indagar sinceramente en las galerías interiores del poeta –en sus miedos, sus frustraciones, sus heridas abiertas,…- para que los lectores presentes y futuros alcancen algún consuelo; la soledad, en definitiva, que aspira a ordena el caos de la vida en el poeta y en el lector.
Nuevas cartas a un joven poeta también habla de algunos de los pecados más frecuentes de la juventud poética: la obsesión por la originalidad –pero la tendencia al epigonismo, cuando no a la más descarada emulación-, cierto desprecio por los clásicos y por las normas, la pretensión de acoplar la vida a la poesía y no al contrario, el peligro del sentimentalismo, la búsqueda de un rápido reconocimiento social y literario,… Pero también trata algunos de los requisitos imprescindibles para el poeta: condiciones innatas, pulsión ineludible y necesaria, vivencia de la poesía como obsesión –“en el buen sentido de la palabra”, matiza Margarit-,…
Como del libro de Rilke, de las Nuevas cartas a un joven poeta de Margarit quien se haya sentido tentado por los versos puede salir un poco desilusionado, porque los mandamientos líricos que propone el escritor catalán son difíciles de cumplir al cien por cien y con buena nota. Sin embargo, como no se trata más que de la opinión de un poeta que cuenta sus vivencias – opinión fundada y muy respetable, pero al fin y al cabo eso, una opinión-, hay ‘dogmas’ que pueden merecer algún pero. Por ejemplo, aquel que dice que “los buenos poemas muestran siempre lo importante que es la experiencia del dolor” (página 86). ¿Y qué hay de la poesía que celebra la amistad, el amor, la vida? ¿Acaso no se puede hacer un buen poema de la felicidad, aunque sea efímera? ¿Es que Eduardo García, por ejemplo, no es un buen poeta?
Estas y otras preguntas surgen de la lectura de Nuevas cartas a un joven poeta de Joan Margarit. Pero para que así sea, hay que leerse estas diez cartas -y quizá también las de Rilke-.
4 comentarios:
Excelente! Y yo también me apunto a la poesía que celebra la amistad, el amor y la vida.
Deberíamos elaborar una lista de libros que dan buenos consejos acerca de la creación poética. Uno es este y otro el de Maialovski.
Es un viejo tema de discusión, pero yo estoy con los que opinan que se escribe, si no con el dolor, sí con el desasosiego. La amistad, el amor, la alegría, se disfrutan: sería un pecado grave abandonarlas para ir corriendo a contarlo todo en un papel. Buenos poemas sobre cosas buenas hay: aquellos que expresan el terror de que se acaben.
P.S.- Gracias por la recomendación, Margarit es de lo mejor que tenemos, como poeta y persona, en las letras hispanas.
Teniendo en cuenta que nuestra tradición parte de la escritura proyectada sobre el pasado -al contrario que el haikú, por ejemplo, que se ocupa del presente-, supongo que cuando se celebra la vida, la amistad,... en poesía es siempre desde el límite de la pérdida, al menos temporal y momentánea; del recuerdo. No sé. Es un tema complejo. Pero me resisto a pensar que quien no sufre no es válido para escribir o no tiene nada que decir.
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