25 septiembre 2009

Sino todo lo contrario

La gente parece flores al fin. Nuevos poemas.
Charles Bukowski.

Visor, 2009.
ISBN. 9788498957280

344 páginas.

18 euros.

Traducción de Eduardo Iriarte.


Alejandro Luque

Puse el libro sobre la cesta de la ropa sucia, junto al inodoro. Pensé que a Bukowski, tan escatológico, no le disgustaría ese destino provisional. Por mi parte, nadie dirá que desaprovecho una ocasión para elevar los magros índices de lectura de la comunidad andaluza: echaba una meada, leía un poema; me cepillaba los dientes, leía otro poema; si me consagraba a otros menesteres, podían caer algunos más.
La verdad, no esperaba ninguna sorpresa. Me refiero al libro, no a la fisiología. Era el viejo Chinaski, siempre igual. Problemas con las mujeres. Broncas sin cuento con tipos más grandes que él. Apuestas en el hipódromo. Cervezas, licores fuertes. Polvos sin pasión. Mamadas de asiento de atrás perdidas en la memoria. Frases cortas y tajantes, como éstas. Después de trescientas y pico páginas, maldita sea, no es fácil evitar la contaminación.
La poesía de Bukowski es a menudo prosa dispuesta en versos irregulares, con algún accidental arrebato lírico que él tiene por costumbre largar distraídamente, como con pudor. Algunos poemas son buenos relatos desperdiciados, como el de unos caballos que se olvidan de la meta y galopan en dirección contraria. Otros son buenos poemas frustrados. Y los hay malos de nacimiento. Malos de cojones.
Dije que es el mismo de siempre, sí, pero también se trata de un libro especial: el último. Son sus poemas póstumos, las carpetas definitivas que el editor John Martin desempolvó a la muerte del autor, en 1994. El tipo duro y pendenciero se dispone a librar la última pelea, la que sabe fatalmente perdida de antemano. “Luchar por cada minuto”, lo llama él. Está viejo. Está cansado. Es padre de una niña. Su poesía es una matraca monocorde de la que afloran a ratos limpias notas de violín. En la anécdota vulgar, cree, puede estar la cifra de la condición humana. Lo trivial y lo trascendente son aquí dos piedras cuya fricción produce chispas.
Me afeitaba, dos poemas. Me daba una ducha, otros dos. Pensaba. Es entrañable. Es insoportable. Se enreda en metáforas que son como callejones sin salida. Encuentra la luz en lo más sencillo: “la vida es estar solo/ la muerte es estar solo”. Más de uno daría veinte de los grandes por escribir algo así. Después de ocho o diez poemas mediocres, viene un mazazo como “Los zapatos de Jane”. Más de uno daría cien de los grandes por escribir algo así. Luego se suceden más poemas flojos, más relleno. Bukowski nunca se llevó bien con la chimenea y la papelera, los mejores amigos del escritor. También mi frutero me cuela de vez en cuando tomates chiguatos, convencido de que es mejor que me los coma yo a tener que comérselos él.
Es falso que Bukowski no tenga estilo. Ése es su estilo genuino, su no estilo. Calculadamente desaliñado, juega como siempre a maltratar el género. Suelta exabruptos para escandalizar a la América puritana, pero a ratos parece un niño practicando sus palabrotas recién aprendidas. Culo, teta, caca. Parece que no corrigiera, pero hay que corregir mucho para lograr ese efecto. Parece que le importara un carajo el reconocimiento, pero cultiva la creencia de que la poesía pueda concederle, oh vanidad, una segunda vida en el Parnaso: “los buenos seres humanos salvan el mundo/ para que cabronazos como yo podamos seguir/ dedicándonos al arte,/ llegar a ser inmortales./ si lees esto mucho tiempo después de mi muerte/ significa que lo he logrado”.
Qué bueno es Bukowski. Qué malo es Bukowski. Qué malo y qué bueno. El libro se termina. La obra del tipo también acaba aquí. Ya sólo quedan, ay, sus insufribles imitadores. Si prueban ustedes, no olviden tirar de la cadena.

7 comentarios:

Daniel Ruiz García dijo...

El Bukowski prosista es anecdótico, pero el Bukowski poeta es imprescindible. Con Carver, creo que es el gran poeta de la Norteamérica contemporánea, la América del cemento y los drugstores de las pinturas de Hopper. No conozco el poemario, ya sabemos que los partos de la vejez suelen ser frustrados y sin fuelle, pero tu reseña incita a hincarle el diente. Lo buscaré, y lo leeré como tú lo has hecho, que es la mejor forma de leer poesía, y sobre todo la del viejo Chinaski.

Anónimo dijo...

Más que a Bukowski, lo que entran muchas ganas es de seguir leyendote a ti.

Anónimo dijo...

El baño nos hará críticos de fuste. Siga usted yendo a ese rincón de su casa con un libro a cuestas: es la única promesa de seguir leyéndole con gusto, con mucho gusto.

Anónimo dijo...

Los tugurios se llenan,
Los vertederos se llenan,
Los manicomios se llenan,
Los hospitales se llenan,
Las tumbas se llenan,
Nada más se llena.

Bukowski.

Los inodoros también se llenan, querido Alejandro. Le plagiaré –haciendo una excepción procuraré citarle- lo que cuenta usted de los tomates de su frutero. De mayor me gustaría ser como Bukowski, pero sino tampoco estaría mal ser como usted. Lástima que ya sea mayor.

Juan Carlos Sierra dijo...

No sé Bukowski cómo escribía, pero la reseña vale por las posibles lagunas del libro. Grande, Alejandro!

Jesús Cotta Lobato dijo...

¡Olé!

ilya dijo...

Me adhiero al taller de escritura de reseñas con Luque como profe. Ese otro taller, el de técnicas sexuales con Bukowski como profe, me da más repeluz.