09 abril 2010

Cuando Proust tomó el ferry

Yo maldigo el río del tiempo

Per Petterson

Mondadori, 2010

ISBN: 9788439722175

256 páginas

Traducción: Cristina Gómez Baggethun

18.90 €




Manolo Haro

A ver: si les pregunto el nombre de un autor noruego, es bastante probable que me suelten un Ibsen rápido que quede colgado del aire con esa nasal final que suaviza un poco la abrupta pronunciación de la primera sílaba de la palabra. Ahora, anímense, díganme otro. A lo mejor, si son ustedes unos lletraferits o, en su defecto, meros lectores de suplementos culturales, podrán citar a Hamsun, que está volviendo a salir a la luz gracias a editoriales como Nórdica, y que seguramente sea el escritor que más presente ha estado en las librerías desde hace años. El problema reside en que cuando uno escribe en una lengua de un país con 4 millones y medio de habitantes se corre el riesgo de que el tren del establishment literario pase rápidamente por la puerta. Nos topamos así con la controvertida historia del centro y las afueras, con, en definitiva, la inextinguible cuestión sobre los núcleos de irradiación cultural en la República mundial de las letras.

En mi caso, la toma de contacto con Per Petterson ha sido casual. Para qué negarlo: uno también pasa de largo ante nombres como Kjell Askildsen o Dag Solstad, cuyas obras anda dando a conocer Lengua de Trapo. Qué le vamos a hacer. Pero el azar austeriano me cruzó con la amabilísima Cristina Gómez Baggethun, a la sazón traductora de Yo maldigo el río del tiempo. Compartimos estudio de trabajo desde hace un par de semanas. Al verla tan afanada en su pequeño Mac, le pregunté qué lengua traducía: noruego, me contestó. Entonces intenté encontrar alguna huella de autores en tal idioma entre la enmarañada memoria con la que cuento. El Ibsen de Casa de muñecas y el Hamsun de los suplementos culturales, como no. Se acabó. De manera que consideré buena idea beber un poco de aires norteños de verdad y ver qué se está cociendo actualmente por ahí arriba. Me hice pues con la novela de Petterson.

Arvid, un hombre que en 1989 tiene 39 años, se encuentra en las puertas de un divorcio, con dos hijas y una madre mayor que, ante el diagnóstico fatal de un cáncer, decide cruzar de Noruega a Dinamarca para descansar en su habitual casa de verano. Es noviembre. El narrador-protagonista toma un pasaje en “Holger el danés”, el mismo ferry con el que su madre ha querido volver a los paisajes de su patria natal y él, por su parte y en un primer momento, seguirla y escapar de una realidad tan otoñal como el mes. El viaje le acerca el rumor del pasado, repleto de momentos que basculan entre los hitos sentimentales de su existencia, casi en su mayor parte atravesados por la conflictiva relación con los demás, sobre todo con su madre, personaje bien imbricado en la trama y en el bagaje vital del hijo. No cabe duda: el viaje que nos lleva a desandar caminos ya hollados no es otra cosa que un ajuste de cuenta con los recuerdos. En ese periplo los objetos, las personas y los lugares actúan como balizas que guían la navegación, que marcan el rastro de pecios olvidados en el fondo del mar. La narración fluye con un juego de planos temporales que se montan unos sobre otros y funcionan como meandros que nos abren el horizonte del ayer (un pasado maoísta, el abandono de los estudios en pos de la revolución obrera, el amor, la infidelidad, la pérdida de un hermano...).

“Quebradizas imágenes de la partida y el pueblo de entonces./ Yo maldigo el río del tiempo: han pasado treinta y dos años”. Los versos de Mao se proyectan sobre una obra que se aventura a contar el fluir de la vida con una prosa que tiende a lo poético sin dejar de perder efectividad narrativa. Petterson sugiere mucho partiendo de detalles mínimos: el centelleo de los cabellos de las hijas de Arvid, la última luz del día a través del bosque, susurros que llegan al oído del lector atento para que él mismo componga este gran mosaico de luces, colores, paisajes y sentimientos.

Recordar es doloroso y luminoso a la vez, tanto si la luz incide en las sombras como si contribuyen a que el recuerdo tome otros fulgores, llenando – cuando se hace a consciencia– de significado el pasado y el presente. En ese aspecto, esta novela de estirpe proustiana es un ejercicio admirable de sensibilidad que nos regala un hachón encendido para buscar entre nuestras nieblas. Disfrútenla.

1 comentario:

Daniel Ruiz García dijo...

Una pinta fabulosa. La tenía apuntada. Ahora subrayada también.