Petros Márkaris
Tusquets, 2009
ISBN: 9788483831199
248 páginas
Alejandro Luque
Parece evidente que la élite de la novela negrocriminal está hoy en manos de investigadores regionales, personajes más o menos carismáticos que, por la vía de radiografiar con buen ojo la realidad de sus respectivos países, no paran de fidelizar lectores: España tuvo a Carvalho y conserva a Toni Romano y a Méndez; Italia cuenta con Montalbano y Tancredi; Cuba, con el detective Mario Conde; Argelia, con Brahim llob; Suecia presume del inspector Kurt Wallander. Y Grecia es más segura gracias al comisario Kostas Jaritos.
Su autor, Petros Márkaris (Estambul, 1937), era más conocido en España como guionista de aclamados filmes de Theo Angelopoulos –La mirada de Ulises, La eternidad y un día– que por su sabrosa producción narrativa, de la que hasta ahora el sello Tusquets ha traducido Noticias de la noche, Defensa cerrada, El accionista mayoritario y ahora esta Muerte en Estambul.
A diferencia de otros ilustres colegas de ficción, Kostas Jaritos no es el clásico policía desengañado, zarandeado por la vida. Se trata, por el contrario, de un servidor de la ley entrado ya en años, un poco chapado a la antigua, casado y padre de familia, al que a menudo le cuesta asimilar los cambios que ha experimentado su país en las últimas décadas, con nuevas formas de criminalidad y transformaciones sociales no siempre bien asimiladas. De hecho, el arranque de Muerte en Estambul es el golpe que le supone saber que su querida hija no va a casarse por la iglesia.
Este hecho viene relacionado con un viaje turístico a Estambul en el que se embarca con su esposa. Un pretexto tan bueno como cualquier otro para que Márkaris se ofrezca como cicerone al lector y le invite a recorrer algunos de los más célebres rincones de la capital turca, que los griegos nostálgicos siguen llamando con el nombre de Constantinopla. Se engañarán, no obstante, quienes esperen una sucesión de postales pintorescas. Muy pronto, Jaritos va a verse envuelto en un rocambolesco caso: el de una anciana nonagenaria, compatriota griega, que parece ir siempre un paso por delante de la policía y dejando a su paso un reguero de cadáveres envenenados.
Hilando capítulos cortos y eficaces, con un pulso narrativo muy firme y ágil, Márkaris logra equilibrar el desarrollo de la acción y las tribulaciones personales del comisario, al tiempo que dosifica con mucha medida información sobre la ciudad y datos históricos, pues en la resolución del caso (que recuerda en cierto modo al de Noticias de la noche) tendrá no poca importancia la evocación de los llamados sucesos de septiembre: la represión que siguió al frustrado atentado contra Atatürk –supuestamente cometido por griegos– que provocó un éxodo masivo de ciudadanos en 1955.
La reflexión sobre la hospitalidad de los pueblos y la actitud ante las minorías está servida. Por otro lado, la grata sorpresa de Kostas Jaritos es comprobar cuántas similitudes existen entre el pueblo griego y el turco, o más cabría decir entre atenienses y estambulitas. Éstos veneran a Atatürk y aquéllos a Venizelos, pero unos y otros comen ekmek y airani, juegan al tavli, bailan el karsilamás, brindan con el mismo aguardiente aunque aquí se llame raki y allá ouzo, compran en el mismo tipo de almacén, aunque a un lado los llamen bakkal y en otro bakáliko... Hasta las comisarías, observa el comisario, tienen un curioso aire de familia. Lo raro es que Jaritos y Murat, el colega turco con el que habrá compartir la investigación, deban recurrir al inglés para entenderse.
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