06 abril 2010

Que hagan otros el trabajo sucio

Afuera canta un mirlo

Roger Wolfe

Editorial Huacanamo

ISBN: 978-84-9374-325-3

Barcelona, 2009

64 páginas

8 €




Rafael Suárez Plácido

Parece que Karmelo C. Iribarren y Roger Wolfe llevan bibliografías paralelas. Comenzaron en editoriales pequeñas, como suele ocurrir. Estallaron en Renacimiento. ¿Quién iba a decir ahora que la sevillana editorial Renacimiento fue la cumbre del mejor Realismo Sucio hispano? Y tras breves estadías en diversos sitios, y editar ambos sus Poesías Completas, vuelven a coincidir en la editorial barcelonesa Huacanamo.

Y también paralela es la evolución que encuentro en sus poéticas. Tras un pasado guerrillero: “El trabajo sucio. / Alguien –como dice / mi amigo Iribarren- lo tiene que hacer.” Ellos sentían que tenían que escribir versos incómodos, que llamar a las cosas por su nombre. Ahora, pasados los cuarenta, sus poemas son más sosegados, más discretos, quizá más lúcidos. La edad, la madurez, nos aleja a veces de las trincheras y nos acerca más a la poesía que nos gusta leer. Sería interesante, si su peripecia vital se lo permitiera, conocer la evolución de la tercera pata de ese triunvirato que, a mi modo de ver, es Violeta C. Rangel.

Aunque el primer libro de Roger Wolfe (nacido en Inglaterra, en 1962, pero residente en España desde su más tierna infancia) fue, con sólo veinticuatro años, Diecisiete poemas, no fue hasta Días perdidos en los transportes públicos (1992) cuando descubrimos al Roger Wolfe que hace historia, trasladando al castellano los presupuestos del Realismo Sucio anglosajón. Línea en la que ha estado, haciendo el trabajo sucio, no sólo con su poesía, recogida en la imprescindible Noches de blanco papel (Huacanamo, 2008), sino y muy especialmente en las prosas que denomina de ensayo-ficción: Todos los monos del mundo (Renacimiento), Hay una guerra (Huerga & Fierro), Oigo girar los motores de la muerte y Que te follen, Nostradamus (ambos en DVD). No me ha interesado mucho, en cambio, su obra narrativa, en la que sé que tenía puestas muchas esperanzas. Ahí está para quien quiera recogerla. Ahora es el momento de hablar de Afuera canta un mirlo (Huacanamo, 2009), su último poemario.

Cuando uno lee su ensayo-ficción y sus relatos, piensa que de dónde saca este hombre el tiempo para leer. Pero lo cierto es que pocos autores han leído y asimilado tan bien no sólo a los obvios Reed, Bukowski (“el abuelo”), Carver o Selby… (nadie ha escrito tanto y tan bien sobre Selby), sino a Cernuda, Pavese, Eliot, Pessoa, Celine o Hammet. Ahora que surgen tantas voces nuevas que dicen recoger su testigo, habría que pedirles que no sólo lo leyeran a él o que, al menos, lo leyeran completo. Si se quiere contar algo interesante, hay que leer más y mejor.

Toda esta reflexión sobre lecturas e influencias viene al caso porque desde el primer poema, “El trabajo sucio”, con una cita significativa del citado Iribarren, nos sorprende con sus lecturas preferidas: “Leo a Parcerisas, a Joan Margarit. / Releo a Juan Luis Panero, / a Cesare Pavese y a Cernuda.” Dice que es la poesía que siempre le ha gustado. Y nos sorprende aun más y gratamente: “Descubro los poemas amorosos / de Abelardo Linares. Me deslumbro. / Son una maravilla.” ¿Quién lo iba a decir? Pero es cierto. Y también lo es que estas son sus lecturas y bien que se nota en este libro. A lo largo de cuarenta y dos poemas desiguales nos ofrece la radiografía de un hombre que entra, sin demasiadas garantías de querer hacerlo, en su madurez. Son poemas escritos a lo largo de ocho años en los que mira hacia atrás con cierta melancolía: “Tiempos felices. / ¿Por qué la felicidad siempre / está donde no está?” Aparecen las figuras de sus padres, a quienes ya dedica su primer libro, y de su abuelo. Y reconoce que algunos de sus versos no van a perdurar: “Este poema / que a duras penas / recordaré mañana.”

Leer, fumar “buen tabaco holandés”, tomar té o algún café, son algunas de las ocupaciones que reconoce. Ya no hay bares ni alcohol. “Siéntate y espera” es otro de sus mejores poemas. Pero de los primeros del libro, prefiero uno en el que apenas se le reconoce: “El eterno retorno del delirio”, con un dominio de la palabra y del encabalgamiento que nos hace pensar en de lo que sería capaz si se lo propusiera, o en su mejor libro, al menos el que yo prefiero: Mensajes en botellas rotas (Renacimiento, 1996). Ocurre en Madrid en los tiempos que preceden a la mal llamada “guerra de Irak”, que él llama con más acierto: “nuestra pax americana”. Pero siempre encontramos la extrañeza o el pesimismo que siente el poeta: “Todo está tan bien / que casi duele. Todo está en su sitio. Todo encaja, perfecto / y absoluto, en el manso esquema del eterno retorno del delirio.”

Los últimos diez poemas, a partir de “La tregua”, son de los que más me han gustado: poemas en los que “el mundo / está en suspenso”, y con él nosotros, “mientras huye en todos los relojes / cada instante irrepetible”. La Praga más gótica, Bécquer, Panero (Juan Luis, claro), Eliot, Kavafis o Cernuda pasean por la mente del poeta, que sufre la amenaza del papel en blanco. La amenaza, la espada de Damocles que se cierne sobre todos los poetas.

Roger Wolfe es un poeta que sólo tiene cuarenta y nueve años. Roger Wolfe todavía tiene muchas alegrías que darnos.

3 comentarios:

Daniel Ruiz García dijo...

Creo que el problema de la creación de Wolfe es que es cautiva de la vida maldita. Cuando, como en los últimos años, se va alejando de esa vida golfa y se va poniendo serio, "intelectual", su creación va perdiendo fuelle. La felicidad no es compatible con su tono cínico y maldito. Por eso la opción del intelectual maduro con jersey de cuello vuelto negro que mira las cosas con calma y perspectiva es incompatible con su propia creación. Hay un problema de ruido entre vida y obra, que a Bukowski no se le dio. Él apostó, hasta el final, por esa vida maldita, y por eso su vida y su obra se confunden. Hay coherencia. Dicho esto, los primeros libros de poesía de Wolfe me parecen muy grandes. Estoy contigo, cabría esperar mucho más de su prosa. Aún es joven, desde luego.

Rafael Suárez Plácido dijo...

Amigo Daniel, te hago algunas apostillas:
1) los autores evolucionan y eso no quita coherencia.
2) la coherencia de RW no es seguir siendo como era antes, sino como es ahora.
3) vida y obra no necesariamente han de fundirse para que sean ambas interesantes.
4) la prosa que no me interesa tanto de RW es la narrativa. El ensayo ficción sí me interesa y mucho.
El tema es que RW, y él lo sabe bien, está en un momento clave para su obra.
Un abrazo.

Daniel Ruiz García dijo...

Ya lo discutimos cervezas mediante (por supuesto, no puede ser de otra forma), pero lo que trataba de decir es que la creación de Wolfe está marcadamente orientada hacia el aspecto vivencial más crápula, más cínico, más "de vuelta". Y cuando la felicidad entra por la puerta es difícil seguir defendiendo una propuesta así. En la recopilación de Renacimiento, en los últimos poemas, se intuían ya esos problemas de cierto desajuste, de incongruencia entre el canto sórdido y el sosiego de la madurez. En todo caso, prometo leer el libro que reseñas, ya te digo que me parece un poeta muy interesante. Único en su categoría en España, de eso no hay duda. Ha abierto muchas puertas a la lectura de la poesía contemporánea en este país, sobre todo entre la gente más joven. Abrazo,