11 mayo 2010

Dmitri, hijo mío, ¿por qué?

El original de Laura

Vladimir Nabokov

Anagrama, 2010

176 páginas

ISBN: 9788433975317

18.50 €

Traducción de Jesús Zulaika



Manolo Haro

Dmitri Nabokov se graduó en Harvard. En 1964 vivía en Milán completando su formación operística, actividad esta que combinaba con la conducción de un auto italiano en las carreras importantes del país. Entre arias y poles, volcó al inglés la novelas rusas de su padre. Poco más se sabía del hijo de Vera y Vladimir, sólo que su voz llegó a mezclarse con la de la Caballé en el Liceu barcelonés hace décadas, que en 1980 sufrió un accidente de automovilismo montado en un Ferrari 308 GTB en Suiza y que en 1999, en el centenario del nacimiento de su padre, hizo el papel de éste en una dramatización de las cartas entre Vladimir Nabokov y Edmund Wilson. Pero su voz sin aderezos líricos y sin filtro alguno no nos ha llegado con la facilidad con que los lectores adeptos a las carambolas estilísticas del creador de Lolita hubieran deseado, pues el mero hecho de que el escritor dé señales de vida desde la ultratumba a través de su único vástago es motivo de satisfacción para sus otros huérfanos. Con el rescate de El original de Laura de entre las supuestas llamas que su autor hubiera querido que alguien le aplicara en el caso de que hubiera muerto antes de finalizarla, tal como sucedió, Dmitri vuelve a la escena del crimen y nos cuenta, desde el prólogo de este volumen, los detalles que rodearon al manuscrito. El síndrome Max Brod que padecen muchos albaceas literarios, como es el caso de Dmitri, brinda ahora la oportunidad de observar de cerca cómo eran los esqueletos de las novelas de Vladimir Nabokov. Nada más.

En el Davos que mimó los bronquios de Franz Kafka, en el que resonaron imaginariamente las sesudas opiniones del Settembrini de La montaña mágica y donde las élites económicas y sociales del mundo juegan a quererse de vez en cuando, Nabokov se despeñó por una ladera mientras que cazaba mariposas. Ese fue el comienzo del fin. Corría el año de 1975 y entre las fichas con las que se ayudaba para desarrollar sus obras se encontraba el germen de este roman. Como el mismo Dmitri cuenta, su padre no dejó de escribir a pesar de un estado de salud mermado poco a poco por la edad y por la insistencia de otros males paralelos. Una bronquitis congestiva fue su último parte médico en vida. “¿Merezco que se me condene o que se me dé las gracias?”, pregunta el hijo en el prólogo a la obra por el hecho de desempolvar la novela inacabada.

Personalmente creo que la novelística de Nabokov no necesita de más. Este volumen que ahora Herralde publica en España es una simple anécdota dentro de un corpus redondo. Lo malo es que el ya anciano hijo (ayer, 10 de mayo, cumplió 76 años) no ha leído del todo a su padre. En una entrevista recogida en Opiniones contundentes (Taurus, 1999), ante la pregunta de si consentiría dejarle ver los borradores al periodista, contestó: “Siento tener que negarme. Sólo las nulidades ambiciosas y los mediocres cordiales exhiben sus borradores. Es como hacer circular muestras de la propia saliva”. El método Nabokov de escritura a partir de fichas surgía de una forma de trabajar afín a un hombre que como él mismo decía de sí: “Pienso como un genio, escribo como un autor distinguido y hablo como un niño”. Para los que estén familiarizados con la prosa del ruso, no les será muy difícil asociar ese pensamiento de genio con una creación plagada de imágenes novedosas y sorprendentes. Primero las imágenes, luego palabras. “No escribo seguido desde el principio hasta el capítulo siguiente y así sucesivamente hasta el fin. Sólo lleno los claros del cuadro, de ese rompecabezas totalmente claro en mi mente, escogiendo una presa y parte de … no sé, de los cazadores que beben para festejar”.

En una etapa muy temprana del desarrollo de la novela –diría en otra entrevista– siento este impulso de acopiar trocitos de paja y pelusa y comer guijarros”. Con alguna que otra salvedad, precisamente esto será lo que ofrezca El original de Laura: un nido apenas esbozado, la promesa del paraíso a partir del gorjeo de un pájaro aleteando en el agua.

La geografía del limbo de las novelas inacabadas es extensa. Sus puntos cardinales se encuentran en desvanes abandonados, en sótanos oscuros, en las elocuentes y sorpresivas listas de Sotheby´s y en el talento de celosos o imprudentes albaceas. La lista podría estar compuesta, de muy diversas maneras y por muy diferentes motivos, por El último magnate de Scott Fitzgerald, Ampara esos laureles de mi admiradísimo crítico Cyril Connolly, Plegarias atendidas de Truman Capote, El Castillo de Kafka y por cientos de títulos más que siguen reposando en anaqueles polvorientos de bibliotecas como los del Harry Ramson Center for the Humanities de la Universidad de Austin (Texas), en los dormía Los Rivero manuscrito inédito de una supuesta novela inacabada que Jorge Luis Borges comenzó allá por los años 50. Ya ven. El cansancio, además de la inseguridad por el proyecto, pueden llegar a truncar una obra. El caso de la muerte resulta más peliagudo.

Para un autor como Nabokov, que afirmaba que para su obra tomaba todas las preocupaciones necesarias para estar seguro de que el golpe que recibiera del abanico del mandarín fuera digno, supongo que la salida a la luz de esta historia no le habría llenado de alegría. En ella está el universo Nabokov conocido por sus seguidores, incluso el lector se topará con relecturas de sus propias obras por medio de juegos de palabras que nos llevan a Ada o el ardor (el árbol genealógico de Laura-Flora sugerido a través de estas páginas), al Humbert Humbert de Lolita (el padrastro de Laura, que intentará seducirla cuando ésta cuente con los obligatorios 12 años de ninfette, se llama H. Hubert <sic>), al poeta John Shade de Pálido Fuego (otra pareja de la madre de Laura se llamará Espenshade), etc. Rudos auto-homenajes que empañan quizás otros logros como el juego de voces narrativas, entre los cuales sobresale la del enfermizo marido de Laura, Philip Wild, un profesor universitario (ahí está Pnim) con complejos de gordo, problemas gástricos, pies pequeños y un tumor benigno de próstata. También habría que admirar el quijotesco truco del libro dentro del libro: el best-seller Laura, es leído por propio Wild como un roman á clef de su vida. Divertimentos queridos por el ruso desde la inaugural botadura hacia la meta-ficción que se produce en el año 1941 con la magistral La verdadera historia de Sebastian Knight (corran a por ella si aún no la han leído; Anagrama compactos, 6 € de nada): ruptura de los géneros, biógrafo biografiado, reconstrucción de la realidad a partir de la nada. Y en eso Nabokov era un especialista por una simple cuestión de subsistencia: un esteta que creía en la autosuficiencia del arte, en la creación de mundos autónomamente bellos, entre otras cosas, porque perdió todos los suyos (la infancia, su Rusia natal...).

Una vez cierta joven me dijo que no soportaba a Nabokov por haber escrito Lolita: “Es un señor abominable”. Quizás poca gente haya reparado que el ruso siempre tuvo saudade por la infancia, que simplemente sangraba por la herida. Adoro el cortejo de voces enfermizas con las que nos contó su mundo. Si la vida le hubiera regalado unos años más, tal vez habríamos podido leer otra obra, aunque sospecho que el autor veía cercano el fin.

Mis aversiones son simples: las estupidez, la opresión, el crimen, la crueldad, la música dulzona. Mis placeres, los más intensos conocidos por el hombre: escribir y cazar mariposa”. Hasta que pudo, fue lo que hizo. Si aman la hermosura venenosa de nuestra existencia, vuelvan siempre a Nabokov. De lo contrario, corren el riesgo de enfangarse en la acartonada realidad.



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