Irène Némirovsky
Ediciones Salamandra, 2010
ISBN: 978-84-9838-273-0
155 páginas
13 euros
Traducción de José Antonio Soriano Marco
Juan Carlos Sierra
Desde que en 2005 se publicara por primera vez en español Suite francesa, el nombre de Irène Némirovsky ha ido ocupando por derecho propio un lugar de preferencia en las bibliotecas de los amantes de la buena literatura.
Desde que en 2005 se publicara por primera vez en español Suite francesa, el nombre de Irène Némirovsky ha ido ocupando por derecho propio un lugar de preferencia en las bibliotecas de los amantes de la buena literatura.
De aquella magnífica novela inconclusa por la muerte de su autora a manos del nazismo, lo que más sorprende es su honestidad, su resistencia a caer en el juego simplón de buenos y malos, su desnudez a la hora de enfrentarse a la esencia y complejidad del alma humana; y todo ello lo consigue Irène Némirovsky por la vía de la indagación psicológica, a través de la construcción de personajes con relieve, lejos de la visón plana y simplificadora de héroes y villanos, -tentación en la que fácilmente podría haber caído si tenemos en cuenta el momento de redacción de Suite
francesa, la Francia ocupada por el Tercer Reich-.
Hay que recordar que este libro fue el último que escribió Némirovsky, por lo que cabe especular que se trata del final de un camino, de una manera de enfrentarse a la novela, de un proyecto narrativo que empezó a gestarse en su primer título David Golder. Otro de aquellos libros primerizos fue El caso Kurílov –objeto de esta reseña-, en el que ya aparece, aunque sea de forma algo balbuciente, esa manera particular y exigente de construir a los personajes de ficción.
Efectivamente, en esta novela de Némirovsky lo que más atrae al lector y su mayor mérito es el hecho de que el personaje principal, Leon M. o Marcel Legrand, un terrorista revolucionario encargado de ‘liquidar’ a Kurílov –a la sazón Ministro de Instrucción Pública del zar Nicolás II-, no está tratado esquemáticamente, es decir, maltratado por su creadora como si fuera un personaje de guiñol.
El lector asistirá a lo largo de la novela al desarrollo de una extraña relación, la del asesino con su víctima, puesto que Marcel Legrand entra al servicio de Kurílov en calidad de médico personal. La estrategia parece estar clara desde las filas revolucionarias: hazte pasar por uno de ellos, aproxímate al máximo a tu presa porque así será mucho más fácil cazarla. Sin embargo, los autores intelectuales del atentado, utilizando una manida expresión moderna, no han tenido en cuenta que quien va a contar esta historia es Irène Némirovsky, tan atenta a los vericuetos por los que suele moverse el alma humana.
No vamos a desvelar si Marcel Legrand perpetra el atentado contra Kurílov o no, primero, porque la estructura de la novela lo deja claro desde el principio y, en segundo lugar, porque quedarnos en lo anecdótico no beneficia en nada su lectura. Como con Ulises, y salvando las distancias, aquí no se trata de llegar a Ítaca, sino del camino, del viaje, del conflicto que Irène Némirovsky nos plantea en un personaje que se enfrenta no sólo a Kurílov, su víctima, sino a sí mismo. Un trayecto –una novela- apasionante.
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