Impar y rojo
Óscar Urra
Salto de Página, 2009
ISBN: 978-84-937181-1-4
224 páginas
17 €
Jesús Cotta
Acostumbrado que está uno a novelas policíacas de ambiente extranjero, con tramas que parecen sólo posibles en Londres o en Manhattan y traducidas del inglés a un español donde lo importante es la peripecia y no el lenguaje, es reconfortante leer este Impar y rojo escrito con pulcritud, brillantez e ingenio en un español de auténtico creador literario y en un Madrid donde puede pasar de todo con la mayor naturalidad del mundo.
Sin embargo, dado que desde su principio a su final la obra parece encuadrada en el género del suspense, uno echa en falta un poco más de intriga, misterio y aventura; y a veces el autor parece más atento al retrato psicológico y al detalle humano que a conducir al lector de peligro en peligro. Pero, en honor a la verdad, lo hace todo con tal gracia y con tan pocos tópicos y tanta soltura, que al final uno acaba interesado más en el gato del comisario, la novieta del camarero y el deseo de amor y redención del detective, que en la trama en que todos se ven envueltos.
La primera parte, ocupada en presentar a una galería de personajes, tarda en arrancar y es en la segunda donde el ritmo se acelera y suscita más interés.
Ningún personaje es un héroe; todos parecen actores secundarios, cada uno con sus flaquezas, sus miedos y sus incompetencias y eso es precisamente lo bueno: todo parece perfectamente posible. Salvo los dos policías que hacen de malos, cada uno de los personajes se resiste a una clasificación convencional y facilona. Ninguno es simple. Y uno se queda con las ganas de saber más de ellos, sobre todo del hermano de Julio Cabria, el cura. Invito al autor a sacarle más partido.
Supongo que es difícil encontrar un perfil original de detective. Los tipos están ya casi agotados. Pero Julio Cabria no intenta ser original, sino tan sólo Julio Cabria, un tipo enganchado al juego, con panza, poeta por dentro y fracasado por fuera, con un corazón enamorado y una casa terriblemente sucia que él se esfuerza sin éxito en limpiar. Óscar Urra parece su cronista más que su creador.
Nos encontramos, pues, con una novela más que correcta, de trama lenta y buena, de lenguaje brillante y emoción moderada, con más afán de entretener y ser verosímil que de ser original y trepidante. Y la trama es de las que me gustan a mí: lo interesante son los motivos morales que mueven a los personajes a actuar.
Lo mejor de la novela son los hallazgos literarios del autor. Por ejemplo, Julio Cabria “encendió un cigarrillo con ánimo no tanto de fumar como de ir echando humo hasta su casa” y César, el camarero, es un tipo oscuro y noble, con un sótano donde “almacena pecados y cajas de bebida”. Y es ingenioso y divertido leer todo lo que el detective le diría a Cadalso de haberlo sorprendido desenterrando el cadáver de su amada en el cementerio.
Aunque uno tarda un poco en hacerse idea de qué pasa y el autor tarda quizá demasiadas páginas en mostrarnos claramente sus cartas, qué se juega cada uno y qué riesgos hay, las descripciones son buenas y los hallazgos literarios abundantes. Ya está cansado uno de libros de intriga donde el autor no tiene ni idea de literatura y sí mucho de intriga. Uno quiere las dos cosas y este autor las tiene.
Sin embargo, dado que desde su principio a su final la obra parece encuadrada en el género del suspense, uno echa en falta un poco más de intriga, misterio y aventura; y a veces el autor parece más atento al retrato psicológico y al detalle humano que a conducir al lector de peligro en peligro. Pero, en honor a la verdad, lo hace todo con tal gracia y con tan pocos tópicos y tanta soltura, que al final uno acaba interesado más en el gato del comisario, la novieta del camarero y el deseo de amor y redención del detective, que en la trama en que todos se ven envueltos.
La primera parte, ocupada en presentar a una galería de personajes, tarda en arrancar y es en la segunda donde el ritmo se acelera y suscita más interés.
Ningún personaje es un héroe; todos parecen actores secundarios, cada uno con sus flaquezas, sus miedos y sus incompetencias y eso es precisamente lo bueno: todo parece perfectamente posible. Salvo los dos policías que hacen de malos, cada uno de los personajes se resiste a una clasificación convencional y facilona. Ninguno es simple. Y uno se queda con las ganas de saber más de ellos, sobre todo del hermano de Julio Cabria, el cura. Invito al autor a sacarle más partido.
Supongo que es difícil encontrar un perfil original de detective. Los tipos están ya casi agotados. Pero Julio Cabria no intenta ser original, sino tan sólo Julio Cabria, un tipo enganchado al juego, con panza, poeta por dentro y fracasado por fuera, con un corazón enamorado y una casa terriblemente sucia que él se esfuerza sin éxito en limpiar. Óscar Urra parece su cronista más que su creador.
Nos encontramos, pues, con una novela más que correcta, de trama lenta y buena, de lenguaje brillante y emoción moderada, con más afán de entretener y ser verosímil que de ser original y trepidante. Y la trama es de las que me gustan a mí: lo interesante son los motivos morales que mueven a los personajes a actuar.
Lo mejor de la novela son los hallazgos literarios del autor. Por ejemplo, Julio Cabria “encendió un cigarrillo con ánimo no tanto de fumar como de ir echando humo hasta su casa” y César, el camarero, es un tipo oscuro y noble, con un sótano donde “almacena pecados y cajas de bebida”. Y es ingenioso y divertido leer todo lo que el detective le diría a Cadalso de haberlo sorprendido desenterrando el cadáver de su amada en el cementerio.
Aunque uno tarda un poco en hacerse idea de qué pasa y el autor tarda quizá demasiadas páginas en mostrarnos claramente sus cartas, qué se juega cada uno y qué riesgos hay, las descripciones son buenas y los hallazgos literarios abundantes. Ya está cansado uno de libros de intriga donde el autor no tiene ni idea de literatura y sí mucho de intriga. Uno quiere las dos cosas y este autor las tiene.
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