Octave Mirbeau
Olivo Azul, 2010
ISBN-13 978-84-92698-06-6
216 páginas
19 €
Traducción Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán
Carolina León
"- Yo estaba pensando en el amor -repliqué (...)- ¡Y resulta que usted vuelve a hablarme, que usted sigue hablándome de suplicios!... - ¡Claro!... puesto que es lo mismo..."
Carolina León
"- Yo estaba pensando en el amor -repliqué (...)- ¡Y resulta que usted vuelve a hablarme, que usted sigue hablándome de suplicios!... - ¡Claro!... puesto que es lo mismo..."
Podemos haber pasado por todas las literaturas -del siglo XVII, del XVIII, del XIX- situadas en ese otro lado; podemos haber leído a todos esos visionarios que no se dejaban engañar por los velos del racionalismo y respetabilidad con los que pretendía vestirse el hombre moderno; por todas aquellas narrativas que -desde Sade hasta Flaubert- destacaban el lado más oscuro, sucio y desgarrado del alma humana. Algo falta, sin embargo, en el puzzle, y se llama Octave Mirbeau. Él llega algo más tarde, en un contexto de pleno establishment democrático pre-siglo XX, y por ello sus cargas de profundidad están puestas sobre esa forma de gobierno.
Mirbeau no es demasiado conocido en nuestro país, pero dos editoriales "indies" se han decidido a rescatar parte de su obra. Casi a la vez, apareció esta nueva traducción de El jardín de los suplicios (Olivo Azul) y otra distinta en la editorial Impedimenta. Es la primera la que hemos tenido oportunidad de revisar, y no sé bien qué les ha podido llevar, al mismo tiempo, a poner de relieve a este autor que pone en solfa prácticamente todas las instituciones, desde los ministerios del gobierno francés a las elecciones. Quizá se trate de su ojo clínico sobre las prebendas del poder, quizá de su rematadamente agudo análisis sobre el circo democrático... Todo ello otorga a la novela el encanto típico de la premonición inocente, un efecto de déjà vu que produce más de una sonrisa torcida.
Pero El jardín de los suplicios es algo más que una crítica a las instituciones. He podido saber que su apariencia desmañada, sus tres partes mal trabadas hechas de ligazones casi ridículas se deben a que no fue concebido como una novela, que se trataba de proyectos entregados semanalmente como fascículos, que en algún momento el autor decidió sumar y dar una apariencia unitaria. El efecto es extraño, perverso, no del todo mal conseguido.
Un "frontispicio" inicial en el que, mediante la conversación de un grupo de hombres respetables, en un salón reservado, se realiza una apología del asesinato que ya la quisiera para sí Bret Easton Ellis. Una segunda parte, larguísima, en la que el protagonista nos cuenta un prolongado sinvivir a la sombra de un hombre influyente y su viaje hacia tierras desconocidas -he aquí que entra en liza el exotismo, pero no es una novela cuyo valor descanse sobre los paisajes y las costumbres de otras tierras-. Y una tercera, aquí sí, cuyo título coincide con el del total: El jardín de los suplicios. A ella aterrizamos a golpes, sin prevención casi, creyendo que íbamos a encontrarnos con el relato baboso de las dulzuras del enamoramiento, el narrador enredado en amorío con una de las viajeras del barco.
En un giro cruel, nos vamos a zambullir en lo que de verdad es este libro: todo lo anterior no es más que una introducción exagerada en la que se nos habla, tímidamente, de decadencia moral, de civilización podrida, de valores agonizantes. A donde llega nuestro hombre, de la mano de su mortalmente bella Clara, es al lugar donde se materializan todos los bajos instintos de la raza humana y donde éstos se han hecho una forma de arte.
Hay temas en esta novela que, vistos desde una perspectiva actual, nos obligarían a detenernos en cuestiones éticas y nos pondrían en curiosos dilemas (¿por qué es la mujer es la que lleva el liderato en la procesión sangrienta?, ¿por qué toda este refinamiento de la tortura es situado en una China medieval y contemporánea?), pero esos interrogantes resultan anacrónicos. Leamos desde el momento, hacia este momento. Mirbeau, como otros de su época, recurre a la ambientación exótica y al espacio teñido de mitología para recrear temas universales y, sobre todo, críticas contingentes a su tiempo. Se larga al más remoto y desconocido de los países para explicar que el asesinato, por más que se vista de razón de Estado y amable racionalidad burguesa, es un instinto básico y un rasgo definitorio del ser humano.
Es un casi tierno subterfugio el suyo... En el siglo XX las grandes cuestiones de la moral se localizaron, muchas veces, en la conquista de otros planetas. Pero donde fallaron la mayoría de estos escritores, Mirbeau cincuenta años antes les saca los colores en cuestiones narrativas. Tanto en las primeras partes, temáticamente más convencionales, como en la tercera, un monstruoso despliegue dedetalles botánicos y alardes descriptivos sobre el sufrimiento de la carne, el francés se muestra como un auténtico toro de la prosa, cargado de ritmo, verborragia, sentido de la oportunidad, pasión por la ambivalencia y amor al equívoco. Mirbeau es un prosista tan fértil y versátil como cualquiera de los rincones de ese inmenso jardín de torturas que recrea en la tercera parte de la novela, donde todos los estallidos de dolor están matizados por una inquietante, poderosísima belleza de la escritura. De tal modo que, mientras sus temas y descripciones nos hacen estremecernos, el prolijo envoltorio nos hace sucumbir.
Entre medias y de una manera inteligente como no es fácil de ver hoy en día, Octave Mirbeau ha señalado algunas de las fallas estructurales del cerebro humano y sobre todo la imposibilidad de deshacernos del instinto de sufrimiento y muerte. Todo ello, desde un juego complicadísimo de perspectivas, entre la caprichosa y brutal Clara y el hombre, absolutamente poco confiable, que nos cuenta la historia. Aunque, si me dan a elegir pasar una noche con uno de los dos, al menos yo sé con cuál me quedaría.
Mirbeau no es demasiado conocido en nuestro país, pero dos editoriales "indies" se han decidido a rescatar parte de su obra. Casi a la vez, apareció esta nueva traducción de El jardín de los suplicios (Olivo Azul) y otra distinta en la editorial Impedimenta. Es la primera la que hemos tenido oportunidad de revisar, y no sé bien qué les ha podido llevar, al mismo tiempo, a poner de relieve a este autor que pone en solfa prácticamente todas las instituciones, desde los ministerios del gobierno francés a las elecciones. Quizá se trate de su ojo clínico sobre las prebendas del poder, quizá de su rematadamente agudo análisis sobre el circo democrático... Todo ello otorga a la novela el encanto típico de la premonición inocente, un efecto de déjà vu que produce más de una sonrisa torcida.
Pero El jardín de los suplicios es algo más que una crítica a las instituciones. He podido saber que su apariencia desmañada, sus tres partes mal trabadas hechas de ligazones casi ridículas se deben a que no fue concebido como una novela, que se trataba de proyectos entregados semanalmente como fascículos, que en algún momento el autor decidió sumar y dar una apariencia unitaria. El efecto es extraño, perverso, no del todo mal conseguido.
Un "frontispicio" inicial en el que, mediante la conversación de un grupo de hombres respetables, en un salón reservado, se realiza una apología del asesinato que ya la quisiera para sí Bret Easton Ellis. Una segunda parte, larguísima, en la que el protagonista nos cuenta un prolongado sinvivir a la sombra de un hombre influyente y su viaje hacia tierras desconocidas -he aquí que entra en liza el exotismo, pero no es una novela cuyo valor descanse sobre los paisajes y las costumbres de otras tierras-. Y una tercera, aquí sí, cuyo título coincide con el del total: El jardín de los suplicios. A ella aterrizamos a golpes, sin prevención casi, creyendo que íbamos a encontrarnos con el relato baboso de las dulzuras del enamoramiento, el narrador enredado en amorío con una de las viajeras del barco.
En un giro cruel, nos vamos a zambullir en lo que de verdad es este libro: todo lo anterior no es más que una introducción exagerada en la que se nos habla, tímidamente, de decadencia moral, de civilización podrida, de valores agonizantes. A donde llega nuestro hombre, de la mano de su mortalmente bella Clara, es al lugar donde se materializan todos los bajos instintos de la raza humana y donde éstos se han hecho una forma de arte.
Hay temas en esta novela que, vistos desde una perspectiva actual, nos obligarían a detenernos en cuestiones éticas y nos pondrían en curiosos dilemas (¿por qué es la mujer es la que lleva el liderato en la procesión sangrienta?, ¿por qué toda este refinamiento de la tortura es situado en una China medieval y contemporánea?), pero esos interrogantes resultan anacrónicos. Leamos desde el momento, hacia este momento. Mirbeau, como otros de su época, recurre a la ambientación exótica y al espacio teñido de mitología para recrear temas universales y, sobre todo, críticas contingentes a su tiempo. Se larga al más remoto y desconocido de los países para explicar que el asesinato, por más que se vista de razón de Estado y amable racionalidad burguesa, es un instinto básico y un rasgo definitorio del ser humano.
Es un casi tierno subterfugio el suyo... En el siglo XX las grandes cuestiones de la moral se localizaron, muchas veces, en la conquista de otros planetas. Pero donde fallaron la mayoría de estos escritores, Mirbeau cincuenta años antes les saca los colores en cuestiones narrativas. Tanto en las primeras partes, temáticamente más convencionales, como en la tercera, un monstruoso despliegue dedetalles botánicos y alardes descriptivos sobre el sufrimiento de la carne, el francés se muestra como un auténtico toro de la prosa, cargado de ritmo, verborragia, sentido de la oportunidad, pasión por la ambivalencia y amor al equívoco. Mirbeau es un prosista tan fértil y versátil como cualquiera de los rincones de ese inmenso jardín de torturas que recrea en la tercera parte de la novela, donde todos los estallidos de dolor están matizados por una inquietante, poderosísima belleza de la escritura. De tal modo que, mientras sus temas y descripciones nos hacen estremecernos, el prolijo envoltorio nos hace sucumbir.
Entre medias y de una manera inteligente como no es fácil de ver hoy en día, Octave Mirbeau ha señalado algunas de las fallas estructurales del cerebro humano y sobre todo la imposibilidad de deshacernos del instinto de sufrimiento y muerte. Todo ello, desde un juego complicadísimo de perspectivas, entre la caprichosa y brutal Clara y el hombre, absolutamente poco confiable, que nos cuenta la historia. Aunque, si me dan a elegir pasar una noche con uno de los dos, al menos yo sé con cuál me quedaría.
4 comentarios:
Un gran libro y una interesante crítica. Sobre todo interesante el debate que se puede crear a posteriori, si el libro, como afirma la autora de esta crítica,investiga la violencia y sufrimiento como rasgo natural en el ser humano o construido e inducido por las estructuras de la sociedad. Una crítica en la onda de esta segunda idea:
http://www.tercerainformacion.es/spip.php?article13044
Buenos días, Kepa, tu crítica me gusta más que la mía pero sin embargo creo que las dos tesis están bien apuntaladas en el libro. Y, si hemos conseguido picar el gusanillo de algún lector sobre Octave Mirbeau, dejo aquí el enlace del programa que dedicamos (otro proyecto en el que colaboro) al francés: http://quiereshacerelfavor.wordpress.com/2010/09/21/programa-50-el-anarquista-y-amoral-octave-mirbeau/
Hola, ni con mucho creo que mi crítica sea mejor que la tuya, ni mucho menos era la intención de poner el link. Lo más importante como bien dices es hablar y pensar sobre este libro que da para mucho.
saludos
Pero lo decía sin coña y sinceramente :)
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