Stradivarius Rex
Román Piña
Sloper, 2009
ISBN-13: 978-84-936717-2-3
268 páginas
15 €
Daniel Ruiz García
Después de que hace algunos años varios escritores pregonaran con ruido el Fin de la Novela como género, en estos momentos asistimos a un encendido debate crítico en torno a dos modelos de novela: el modelo galdosiano, caracterizado por el realismo, y que encuentra su expresión más definida en la producción prosística europea más emblemática del siglo XIX, y el modelo cervantino, que tiene su origen en El Quijote y en su compleja estructura de tramas, puntos de vista y voces narrativas. La solución a esta supuesta crisis de la novela ha implicado una operación de drástica sangría sobre el brazo de la propuesta galdosiana-realista, que ha salido claramente perdiendo a favor del modelo cervantino, que se configura como la solución a todos los males. La mayoría de la producción novelística que se está imponiendo en las grandes y no tan grandes editoriales patrias va en la senda cervantina. Los tiempos, desde luego, acompañan, y ante una situación de crisis de valores, heterogeneidad de discursos, cuestionamiento de las ideologías y triunfo de todo eso que en conjunto ha venido a llamarse postmodernidad, la fórmula que se impone es la de la novela de estructura compleja, del juego, donde la clásica trama de presentación-nudo-desenlace se diluye, y donde la voz narrativa apuesta por el recorrido sinuoso, por la oscuridad premeditada, sin contenerse a la hora de emitir juicios, y favoreciendo el desarrollo de propuestas a medio camino entre la novela y el ensayo, o la novela y la poesía, o la novela e incluso el programa de televisión.
Creo –y esto ya es una opinión
personal- que en buena medida el deslumbramiento por la fórmula cervantina
tiene algo de sarampión, de infección producida por un exceso de sensibilidad y
perspicacia, por un carácter demasiado impresionable, el de nuestros
escritores, hacia una situación, la del cambio y la ruptura, que en verdad
resulta casi aburrida por su recurrencia. Opino que seguirá habiendo propuestas
cervantinas en un futuro, pero que la proporción de novelas que cuentan historias
interesantes sin necesidad de epatar o de artificios retóricos o estructurales
se revertirá nuevamente, y volveremos a lo que siempre fue este género: el arte
de contar historias con pegada. Entretanto, toca lidiar con esta profusión de
obras que buscan la rareza o la complejidad de forma a veces sonrojantemente
obvia, entre las que hay de todo, como en botica. A la hora de enfrentarnos a
estas obras, conviene recordar algo que en cierta medida se ha convertido en un
lugar común, y que nos ayuda a separar el grano de la paja. Para llegar a El
Quijote, Cervantes tuvo que sumar muchas horas de oficio. Picasso alumbró el Guernica después de
adquirir un dominio pleno sobre el dibujo, la perspectiva y la forma. Para
llegar a esa textura casi deshecha, como tallada desmañadamente sobre el barro,
de las últimas piedades de Miguel
Ángel, el italiano universal tuvo que aprender a transformar un gran bloque
de mármol en un gigante sin más recurso que un martillo y un cincel. A este
respecto, es interesante lo que revelaba recientemente el crítico y escritor Manuel Rico en su blog,
a raíz precisamente del debate sobre el modelo de novela del siglo XXI.
Desde su condición de escritor, decía
que:
“Estoy en condiciones de afirmar que lo
que me parece más fácil es la opción por la fragmentariedad, escribir sin un
orden premeditado, respondiendo a impulsos inconscientes, trasladar al texto
citas internas, textos de otros guiado por un azar tan caprichoso como
irracional, encadenar ideas e imágenes... Y lo más difícil, construir una
historia con un lenguaje revelador, exigente, trabajar una trama que muestre e
intente resolver las contradicciones que viven los personajes (que han de ser
vivos, de carne y hueso y alma), crear un mundo, una atmósfera, una suma o una
interrelación de vidas, una sucesión de acontecimientos tejidos por una lógica
que los emparente y les dé sentido. Para mí es esto último lo más difícil, lo
que requiere de un esfuerzo sostenido (de lenguaje y de imaginación) hasta
lograr una obra en la que nada suene a gratuito, a capricho no justificado, a
mero artificio. No por casualidad, algunos amigos narradores llegaron a
confesarme hace un par de años las serias dificultades con que se encontraban a
la hora de estructurar una trama, su admiración hacia aquellos que lograban,
con cierta facilidad, construir historias (al margen de la estética con que las
trazaran) y sus limitaciones para escribir otra cosa que no fuera un libro de
relatos o una sucesión de reflexiones, estampas/fragmentos o anécdotas”.
Lo que Manuel Rico viene a decir,
hablando en plata, es que detrás de ese afán por el “corto y pego”, detrás de
esa obsesión por rizar el rizo y buscar la frescura, se esconde en muchos casos
una incapacidad por contar bien las cosas. Por narrar, en definitiva, y hacerlo
con nervio, con tensión, con interés.
Toda esta introducción, algo extensa,
viene a cuento del libro que traemos hoy a esta reseña. Se trata de Stradivarius Rex, de Román Piña. Una novela que
encarna lo mejor del modelo cervantino. De hecho, es la novela más netamente
cervantina que recuerdo.
Román Piña construye un artefacto
rabiosamente postmoderno. Por su propio argumento, encarna, de hecho, a la
perfección, lo que cualquiera podría entender como literatura mutante. La
historia va de un tipo que cada mañana se levanta siendo una persona diferente.
Es víctima de un extraño conjuro o experimento o maldición por la que tiene que
soportar vivir millones de vidas, padeciendo cada existencia única durante 24
horas. Un argumento de poso kafkiano que Román Piña resuelve con pericia
gracias al tono. Porque Stradivarius
Rex es sobre todo una novela
humorística. Es por eso que digo que resulta netamente cervantina. Porque si
hay algo que hay que elogiar a El
Quijote es su sentido del
humor. Es lo que en última instancia nos lleva a identificarnos con los
personajes, a descender a su altura, a compadecernos de su drama. Como en El Quijote, en Stradivarius Rex hay modernidad, pero también un
trazo firme de personajes. No hay, como explicaba Rico, una sucesión de
reflexiones o anécdotas, no hay una juntura mal cosida de relatos. Hay muchas
historias distintas dentro de una gran historia, donde gobierna sobre todo el
drama triste y a la vez hilarante de un personaje miserable condenado a una
existencia mutante y portátil.
Román consigue algo muy difícil. Como
Cervantes, consigue que nos creamos una historia absolutamente disparatada.
Igual que entramos al trapo de creernos que hay un loco que confunde a los
molinos de viento con gigantes, nos convencemos de que Marcos Badosa puede
levantarse cada mañana en la piel de un tipo diferente. Que entremos en ese
juego sólo obedece a una justificación: la pericia del autor. El talento
narrativo. Román Piña se sabe postmoderno, se sabe mutante, pero sobre todo se
sabe resultado de una herencia cultural que viene de siglos. A este respecto,
la novela que está dentro de la novela, “Salvar al Soldado Aquiles”, que
escribe el propio personaje protagonista, es, amén de un derroche de humorismo
fino, una evidencia contundente de que el escritor asume su genética literaria.
Hay que ser muy hábil para incrustar en medio de una novela toda una
reinterpretación en clave jocosa de la mitología homérica, colando a personajes
como John Lennon o Woody
Allen, sin que ello resulte forzado o extraño. En este tiempo en el que a
muchos les duele la boca reivindicándose como discípulos de la tradición
cervantina, más de uno debería hacer como hace Román Piña. Ir más lejos, a la
raíz homérica, el vientre del que emanó toda la ficción europea.
Léanla, se la recomiendo. Van a reírse.
Van a leer una buena novela.
3 comentarios:
Qué reseña espléndida y bien justificada que a mí, como lectora, me deja a la altura del betún. Un placer leer comentarios así.
Joder, Daniel, que ilusión me hace esta reseña. Yo le tengo mucho cariño a Román Piña (y eso que no lo conozco en persona) y lo que he leído de él me encanta y estoy todo el rato recomendándolo a propios y a extraños... Espero que esta entrada sirva para darlo a conocer más por estos lares...
Después de la reseña que le hiciste en tu blog, Fran, me quedé con ganas de hincarle el diente. Hay otro al que le tengo muchas ganas y del que también hablaste muy bien, el de Wyndham Lewis que está en Impedimenta. Después de la Feria del Libro de Sevilla, una reseña de éste caerá seguro por aquí.
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