27 octubre 2011

La gallina gorda que pesa poco


Libertad

Jonathan Franzen

Salamandra, 2011

ISBN: 978-84-9838-397-3

672 páginas

25,00 €

Traducción de Isabel Ferrer Marrades



Fran G. Matute

Ser “el acontecimiento literario del año” podría convertirse en una losa para cualquier obra, salvo para Libertad (2010) de Jonathan Franzen. Una novela y un autor que se han acostumbrado a vivir en el peliagudo mundo de la grandilocuencia y la hipérbole, gracias a los críticos literarios, la revista Time y al Presidente Obama.

Todos ellos han situado a Franzen -en el marco de una muy bien orquestada campaña publicitaria- como una especie de salvador de la novela, un superhéroe literario llamado a cumplir una tarea legendaria: criar la gallina gorda que pesa poco. Esto es, facturar el híbrido perfecto entre la Gran Novela Americana (ese unicornio blanco en perpetua búsqueda y captura) y el ‘best seller’ (no como elemento identificador del número de ejemplares vendidos sino como concepto definitorio de un tipo de escritura mecánica y fluida que favorece y agiliza la lectura de una obra). Por tanto, la primera gran cuestión que deberíamos plantearnos a la hora de afrontar una recensión crítica de Libertad es si la novela hoy día necesita de un salvador o no y en qué términos. Y la segunda sería, no por obvia innecesaria, si la última obra de Franzen cumple tan altas expectativas.

Si bien reconozco que nunca he entendido muy bien esa enfermiza obsesión americana por escribir la ‘über roman’, la realidad es que cada vez que se anuncia la llegada de la nueva Gran Novela Americana corro a por ella a la librería más cercana. Curiosamente, la última publicación que unánimemente fue concebida o recibida por la prensa especializada como tal fue, precisamente, la anterior novela de Franzen, Las correcciones (2001). Y bajo el impacto de aquélla premiada y excelentísima obra debe a nuestro juicio valorarse Libertad, que en ningún caso parece romper el cordón umbilical que la une, inexorablemente, con su predecesora.

Percibimos, pues, que la nueva novela de Franzen funciona como una especie de continuación temática y estilística de Las correcciones y esta impresión no le aporta, objetivamente, demasiado valor. Podemos llegar a aceptar que Franzen está consolidando así su nuevo estilo (rompiendo con el claro postmodernismo de sus primeras obras de ficción, Ciudad veintisiete y Movimiento fuerte) que supone el paso de la experimentación al realismo y que lo anterior implica un importante posicionamiento conceptual sobre el futuro de la novela: el postmodernismo literario ha llegado a su fin, se ha convertido en un modelo agotado y es hora de volver a los orígenes de la literatura. Si este es el mensaje que nos está enviando Franzen con su nueva novela (y así lo creemos firmemente), se trata entonces de un mensaje importante y no existe hoy día escritor más adecuado para defender dicho posicionamiento.

No pretendemos analizar aquí el fin del postmodernismo (para ello lean a Lipovetsky) pero sí que podemos plantear una serie de comparables que nos llevan a creer en lo anterior. La última gran novela postmoderna fue La broma infinita (1996), del tristemente fallecido David Foster Wallace, adalid del movimiento y amigo personal de Franzen. Aquélla novela de más de mil páginas y cientos de notas explicativas supuso, en la práctica, el canto del cisne del postmodernismo literario. No se podía experimentar (embrollar) más sobre una historia que, en el fondo, iba sobre la familia y la sociedad capitalista. Y son estos dos pivotes temáticos los que vertebran la Gran Novela Americana reciente. Los mismos sobre los que se construyó Las correcciones, los mismos que configuran el endoesqueleto de Libertad.

Resulta, por tanto, posible paralelizar una obra tan compleja y distópica como La broma infinita con una tan deliberadamente realista como Libertad. Como hemos señalado con anterioridad, ambas novelas recorren los mismos senderos temáticos, pero hasta en los detalles podemos encontrar similitudes. La obsesión por el deporte (ya sea el tenis o el baloncesto) o, mejor dicho, por triunfar en el deporte y sus derivaciones sociales; la disección de esa institución nuclear que es la familia americana (ya sean los Incandenza o los Berglund); la preocupación por el medioambiente (ya sea el reciclaje de residuos radioactivos o la preservación de la reinita cerúlea); la existencia de plataformas suprainstitucionales con alto calado conspirativo (ya sea la O.N.A.N. o la Fundación Monte Cerúleo)…

Lo anterior entronca directamente con todo lo que se ha especulado sobre la complementariedad de las obras de Franzen y Foster Wallace en el escaparate literario contemporáneo. Así que tras la muerte de Wallace dicho debate quedó mudo: Franzen, solo ante el peligro, heredó la responsabilidad que ambos autores compartían hasta la fecha. Y su primera acción consciente ha sido declarar el fallecimiento de la novela postmoderna con la publicación de Libertad. Parece, por tanto, que Franzen sí ha asumido la labor de salvador del género, aunque dicha tarea haya sido más impuesta por los medios que buscada por el escritor, el cual, en cualquier caso, no parece haberse resistido mucho a la hora de aceptar su rol de libertador.

¿Qué podemos esperar entonces de Libertad? Para empezar, una novela exquisitamente escrita, con un dominio prodigioso de los diálogos (ríase usted de esos llamados “dialoguistas” tipo Richard Price o David Mamet), que narra la historia de los Berglund, una familia en constante caída hacia la desestructuración. Sí, ya sé, hemos leído muchas veces historias de familias en descomposición y la literatura norteamericana es rica en ello. Pero Franzen introduce, a nuestro juicio, un elemento innovador en la ecuación: la causa de todos nuestros males es la libertad, o mejor dicho, el uso que damos los ciudadanos a la misma.

Todo gira en torno al problema de las libertades personales (…). La gente vino a este país por el dinero o la libertad. Si no tienes dinero, te aferras aún más furiosamente a tus libertades. Aunque fumar te mate, aunque no puedas dar de comer a tus hijos, aunque a tus hijos los mate a tiros un loco con un fusil de asalto. Puedes ser pobre, pero lo único que nadie te puede quitar es la libertad de joderte la vida como te dé la gana.” Es en este brutal (por sincero) fragmento en el que hemos encontrado la mejor definición posible de lo que Franzen pretende poner en tela de juicio con su última novela. Estaréis conmigo que se trata de una mastodóntica y pretenciosa labor que el de Illinois cumple a medias, ya que expone muchos interrogantes pero no ofrece las respuestas.

Para plasmar semejante pretensión, Franzen recorre en su novela los grandes temas que afectan a la civilización global, tal y como la estamos desarrollando actualmente: desde el medioambiente, a la superpoblación, pasando por la constante necesidad que tiene el ser humano de gustar a los demás, de desarrollar su ser social y empático. Para ello, Franzen hace discurrir a sus personajes principales (todos trazados con una precisión inmaculada), por un sinfín de contradicciones localizando en el seno de una misma familia criada al albur del capitalismo todos los puntos de vista posibles sobre las grandes cuestiones que preocupan al ser humano a comienzos del siglo XXI. No podemos, por tanto, minusvalorar el complejo mosaico que Franzen ha pintado en Libertad, con sus alambicadas relaciones personales y sus personajes ricos en matices, tan bien escritos que convierten a los secundarios en meros peleles dentro de la historia, con independencia de que algunos pasajes nos han parecido, en ocasiones, un tanto plúmbeos (esa epopeya medioambiental movilizada por el padre...), por no hablar de ese final enfermizamente buenrollista.

De todos los personajes centrales, queremos destacar el que, a nuestro juicio, supone uno de los grandes elementos diferenciadores de Libertad. Hablamos de Richard Katz, trasunto del típico músico de 'rock' al que su paso del ‘punk’ al ‘country’ alternativo le trae la fama y le destroza su orgullo. Un rockero pasado de vueltas que termina vendiéndose al corporativismo presuntamente por una buena causa y que sirve de metáfora viva de nuestros tiempos adultos: el adocenamiento y la facilidad con la que se asimila el sistema llegada la madurez. Gracias a Katz, Franzen introduce en su reflexiva novela algunos de los elementos de juicio más interesantes de todo el texto. Las constantes alusiones musicales (por ejemplo, a Jeff Tweedy de Wilco -como ejemplos de la grandilocuencia intelectual de la música- o a Conor Oberst de Bright Eyes -para poner de manifiesto la obsolescencia del viejo rockero-), convierten a estos pasajes en dignos de figurar en la obra del Nick Hornby más reflexivo, a la vez que establecen un vínculo con los más jóvenes, que deberían ser los principales destinatarios de esta novela, por cuanto de los errores del pasado puedan llegar a aprender.

Porque hablando de destinatarios, ¿a quién se supone que va dirigida realmente esta novela de corte elitista y cuerpo de 'soap opera'? ¿Pueden percibirla por igual el intelectual norteamericano que el europeo? ¿Alcanzarán a asimilar -esto es, gustar, disfrutar- esta novela en todo su esplendor las clases medias o el lector casual? La realidad es que Libertad resulta ser un fascinante lienzo de relaciones personales que sirve como excusa para contar temas mayores y de paso ofrece algunas de las mejores reflexiones filosóficas acerca de nuestro primer y más fiero enemigo, que somos nosotros mismos. No se trata de una novela eminentemente política pero sí trata sobre la crisis ideológica que vivimos. No pretende romper con el pasado inmediato, pero mira al futuro desde la tradición y de paso consigue situar a Franzen entre los grandes virtuosos de la narrativa descriptiva de nuestro tiempo sin necesidad de recurrir a la experimentación. Libertad es, en consecuencia, un artefacto literario imponente y aparentemente complejo que más que leerse se engulle. Y a pesar de todo lo anterior, deja en el aire una triste e inquietante sensación: la de que David Foster Wallace no se suicidó para esto...

7 comentarios:

José Martínez Ros dijo...

Magnífica reseña. A mí Las correcciones me pareció –por expresarlo lisa y llanamente- mierda seca y no tengo el menor interés en este tocho, pero has explicado de manera estupenda porque le puede gustar a uno (o no) Mr Franzen.

David Pérez Vega dijo...

Hola Fran:

Me uno a José: muy buena reseña.
Acabé el libro hace unos días.

Es verdad que hay dos páginas finales que parecen pensadas a posteriori: acaba la novela mal, con la pareja disgredada o acaba bien, con la pareja junta... y se elige la opción que puede satisfacer a un público más mayoritario; pero esas dos páginas tampoco quitan fuerza a todo lo anterior.

Me ha interesado sobre todo el debate sobre el posmodernismo. Y me empujas a leer a Wallace, del que he tenido sus libros muchas veces en las manos y al final los he pospuesto.

saludos

David Pérez Vega dijo...

Una cosa más:

Tanto para Fran como para José, que pareceis conocedores, una pregunta: ¿para acercarme a Wallace, si "La broma infinita" debe ser la meta, por dónde empezar, qué libro me podeis recomendar de él?

Gracias y saludos

José Martínez Ros dijo...

En mi opinión, claramente, los relatos de La niña del pelo raro. Y los ensayos de Algo supuestamente divertido que no volveré a hacer, sobre todo por el (fascinante) de narrativa y televisión norteamericana, aunque todos son excelentes. Un cordial saludo.

David Pérez Vega dijo...

Hola José:

gracias por la recomendación, esos dos libros los tienen en la biblioteca que suelo frecuentar y los he tenido en las manos más de una vez. Los acabaré sacando.

saludos

Fran G. Matute dijo...

De acuerdo con Martínez Ros en las referencias más recomendables de DFW y en desacuerdo con su apreciación de "Las correcciones", pero como dijo el poeta gaditano Selu "cada uno tiene sus gustos"...

José Martínez Ros dijo...

Je, je, por supuesto, Sr Matute