Muerte del inquisidor
Leonardo Sciascia
Tusquets, 2011. Colección "Andanzas"
ISBN: 978-84-8383-337-7
140 páginas
14 €
Traducción de Rossend Arqués
Alejandro Luque
En los sótanos del Palacio Steri, antaño sede de la Inquisición y hoy perteneciente a la Universidad de Palermo, Giuseppe Pitré descifró a principios de siglo unas palabras escritas en las paredes de una celda: “Paciencia, pan y tiempo”. Un telegráfico testimonio de angustia que sirve a Leonardo Sciascia como pórtico de uno de sus libros más enjundiosos y menos conocidos, Muerte del inquisidor.
El grueso de la obra de Sciascia podría dividirse en dos bloques: de una parte están las ficciones con algún crimen de fondo, en las que casi nunca se alcanza una solución clara, como sucede en Todo modo, El contexto, Una historia sencilla o El archivo de Egipto. Y por otro lado, las indagaciones sobre sucesos reales no esclarecidos, sobre los cuales aplica el autor siciliano una técnica deductiva basada en la lectura atenta y en la lógica. A este grupo pertenecen libros de contexto mayoritariamente histórico –escuela manzoniana– tan distintos como En tierra de infieles, El caso Moro, La desparición de Majorana o esta Muerte del inquisidor.
En un nuevo viaje en el tiempo, el inspector Sciascia se remonta a mediados del siglo XVII para ocuparse del caso del fraile Diego La Matina, quien después de verse sometido a larga prisión y torturas, en un arrebato de furia atacó y dio muerte al inquisidor Juan López de Cisneros golpeándole con sus propios grilletes.
Quién fue La Matina, cuáles eran las acusaciones que pesaban sobre él, cómo fue condenado a pagar por ellas, son algunas de las preguntas que Sciascia se plantea para abordar su investigación. Y tirando del hilo, a través de capítulos muy breves pero de una intensidad extraordinaria, llega a la conclusión de que el mayor pecado del desventurado fraile no fue otro que el de cuestionar la justicia de Dios –los indicios los tenía en sus propias carnes–, en la medida en que criticaba Su permisividad con los atropellos y miserias que padecía el pueblo llano. Una herejía, pues, que proyectaba desde la injusticia divina una denuncia de la injusticia social. Ni una ni otra, evidentemente, iban a ser permitidas por el poder.
Sin necesidad de llegar a esta conclusión, como una línea de trabajo paralela, Sciascia va desarrollando una reflexión en torno a la Inquisición, no como un fenómeno propio de un pasado remoto, sino como institución de plena vigencia, “menos religiosa que política; más que política, pedagógica; más que pedagógica, policiaca”. Y es precisamente esto, el propio concepto de policía, de las llamadas “fuerzas del orden”, su papel en una sociedad democrática y sus límites, lo que el escritor racalmutense termina cuestionando con severidad. La Inquisición, apostillará Sciascia, sigue viva y en activo, no necesariamente vinculada a la ortodoxia católica, a veces mostrando su rostro más descarado y otras oculta bajo los más astutos disfraces.
Considerado por Sciascia como su texto más querido “el único que releo y contra el cual aún me rebelo”, Muerte del inquisidor concita en apenas 140 páginas –con generoso cuerpo de letra– consideraciones políticas, sociales, morales, existenciales e incluso curiosidades localistas que dan, en efecto, para muchas relecturas. Sucede siempre con este escritor maravilloso: sus libros no parecen agotarse nunca, y a la luz de los nuevos tiempos sigue brindando nuevas preguntas y nuevas revelaciones.
En el prólogo de este libro, Sciascia recordaba su sorpresa al visitar librerías españolas durante el franquismo tardío, donde era posible encontrar lecturas sobre Marx o el Che Guevara, pero dificilísimo hallar estudios sobre la Inquisición: inequívoca señal de que la dictura prefería tolerar la propaganda rojeras a dar cualquier pista sobre sus ancestrales métodos de control. Sin embargo, creo que identificar el Santo Oficio con la vieja piel de toro –en todo el mundo se le conoce como “Inquisición española”– supone caer en otra vieja trampa. No sólo en Italia y Francia fue la Inquisición tan feroz como en España, sino que a lo largo de los siglos múltiples inquisiciones se han prodigado de Guantánamo a Pekín, de México D.F. a Moscú, de Palermo a Johannesburgo, de Montevideo a Delhi. Sus enemigos siguen siendo los de antes: la libertad (de expresión, de conciencia, religiosa, sexual...), la independencia, la rebeldía, la disidencia, la crítica a los poderes establecidos.
Ése es el giro imprevisto de este 'thriller' real: la certeza de que Cisneros no murió bajo los golpes de La Matina. Ha seguido trabajando afanosa y silenciosamente, enseñando su oficio a aplicados discípulos. A veces, incluso, con el respaldo de las masas votantes, en forma holgadas mayorías absolutas.
[Música de fondo recomendada para acompañar la lectura de esta reseña: fandango "Clemencia", en la voz de Enrique Morente o, en su defecto, de Miguel Poveda: "Que le tuvieran clemencia/ Un preso a un juez le decía/ No maté por valentía/ Ni yo he perdío la cabeza/ Fue por defender mi vía...”].
Leonardo Sciascia
Tusquets, 2011. Colección "Andanzas"
ISBN: 978-84-8383-337-7
140 páginas
14 €
Traducción de Rossend Arqués
Alejandro Luque
En los sótanos del Palacio Steri, antaño sede de la Inquisición y hoy perteneciente a la Universidad de Palermo, Giuseppe Pitré descifró a principios de siglo unas palabras escritas en las paredes de una celda: “Paciencia, pan y tiempo”. Un telegráfico testimonio de angustia que sirve a Leonardo Sciascia como pórtico de uno de sus libros más enjundiosos y menos conocidos, Muerte del inquisidor.
El grueso de la obra de Sciascia podría dividirse en dos bloques: de una parte están las ficciones con algún crimen de fondo, en las que casi nunca se alcanza una solución clara, como sucede en Todo modo, El contexto, Una historia sencilla o El archivo de Egipto. Y por otro lado, las indagaciones sobre sucesos reales no esclarecidos, sobre los cuales aplica el autor siciliano una técnica deductiva basada en la lectura atenta y en la lógica. A este grupo pertenecen libros de contexto mayoritariamente histórico –escuela manzoniana– tan distintos como En tierra de infieles, El caso Moro, La desparición de Majorana o esta Muerte del inquisidor.
En un nuevo viaje en el tiempo, el inspector Sciascia se remonta a mediados del siglo XVII para ocuparse del caso del fraile Diego La Matina, quien después de verse sometido a larga prisión y torturas, en un arrebato de furia atacó y dio muerte al inquisidor Juan López de Cisneros golpeándole con sus propios grilletes.
Quién fue La Matina, cuáles eran las acusaciones que pesaban sobre él, cómo fue condenado a pagar por ellas, son algunas de las preguntas que Sciascia se plantea para abordar su investigación. Y tirando del hilo, a través de capítulos muy breves pero de una intensidad extraordinaria, llega a la conclusión de que el mayor pecado del desventurado fraile no fue otro que el de cuestionar la justicia de Dios –los indicios los tenía en sus propias carnes–, en la medida en que criticaba Su permisividad con los atropellos y miserias que padecía el pueblo llano. Una herejía, pues, que proyectaba desde la injusticia divina una denuncia de la injusticia social. Ni una ni otra, evidentemente, iban a ser permitidas por el poder.
Sin necesidad de llegar a esta conclusión, como una línea de trabajo paralela, Sciascia va desarrollando una reflexión en torno a la Inquisición, no como un fenómeno propio de un pasado remoto, sino como institución de plena vigencia, “menos religiosa que política; más que política, pedagógica; más que pedagógica, policiaca”. Y es precisamente esto, el propio concepto de policía, de las llamadas “fuerzas del orden”, su papel en una sociedad democrática y sus límites, lo que el escritor racalmutense termina cuestionando con severidad. La Inquisición, apostillará Sciascia, sigue viva y en activo, no necesariamente vinculada a la ortodoxia católica, a veces mostrando su rostro más descarado y otras oculta bajo los más astutos disfraces.
Considerado por Sciascia como su texto más querido “el único que releo y contra el cual aún me rebelo”, Muerte del inquisidor concita en apenas 140 páginas –con generoso cuerpo de letra– consideraciones políticas, sociales, morales, existenciales e incluso curiosidades localistas que dan, en efecto, para muchas relecturas. Sucede siempre con este escritor maravilloso: sus libros no parecen agotarse nunca, y a la luz de los nuevos tiempos sigue brindando nuevas preguntas y nuevas revelaciones.
En el prólogo de este libro, Sciascia recordaba su sorpresa al visitar librerías españolas durante el franquismo tardío, donde era posible encontrar lecturas sobre Marx o el Che Guevara, pero dificilísimo hallar estudios sobre la Inquisición: inequívoca señal de que la dictura prefería tolerar la propaganda rojeras a dar cualquier pista sobre sus ancestrales métodos de control. Sin embargo, creo que identificar el Santo Oficio con la vieja piel de toro –en todo el mundo se le conoce como “Inquisición española”– supone caer en otra vieja trampa. No sólo en Italia y Francia fue la Inquisición tan feroz como en España, sino que a lo largo de los siglos múltiples inquisiciones se han prodigado de Guantánamo a Pekín, de México D.F. a Moscú, de Palermo a Johannesburgo, de Montevideo a Delhi. Sus enemigos siguen siendo los de antes: la libertad (de expresión, de conciencia, religiosa, sexual...), la independencia, la rebeldía, la disidencia, la crítica a los poderes establecidos.
Ése es el giro imprevisto de este 'thriller' real: la certeza de que Cisneros no murió bajo los golpes de La Matina. Ha seguido trabajando afanosa y silenciosamente, enseñando su oficio a aplicados discípulos. A veces, incluso, con el respaldo de las masas votantes, en forma holgadas mayorías absolutas.
[Música de fondo recomendada para acompañar la lectura de esta reseña: fandango "Clemencia", en la voz de Enrique Morente o, en su defecto, de Miguel Poveda: "Que le tuvieran clemencia/ Un preso a un juez le decía/ No maté por valentía/ Ni yo he perdío la cabeza/ Fue por defender mi vía...”].
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