La acabadora
Michela Murgia
Salamandra, 2011
ISBN: 978-84-9838-377-5
192 páginas
15 €
Traducción de Teresa Clavel
Alejandro Luque
Aunque acaba de desembarcar en el mercado español, Michela Murgia (Cabras, 1972) goza de cierto predicamento en su país, Italia, donde desarrolla una intensa actividad como 'blogger' y opinadora televisiva. Autora, entre otros títulos, del ensayo El mundo debe saber y de una curiosa guía de viaje por su Cerdeña natal, su consagración como escritora llegó con La acabadora, su tarjeta de presentación en España y el libro que le ha valido los premios SuperMondello y Campiello. Y es precisamente su condición de figura laureada y mediática lo que invita a examinar su obra con seriedad, sin la indulgencia que se reserva a los principiantes.
El planteamiento inicial de La acabadora merece, de entrada, un aplauso por su valentía. Acometer el tema de la muerte asistida desde la ficción, es por sí solo un convincente gesto de compromiso, una buena percha para atraer al lector desde el reclamo de contraportada. ¿Cuánto da de sí esa expectativa? Veámoslo.
El argumento central gira en torno a la relación entre una mujer, la modista Bonaria, y Maria, su “hija del alma” –léase tomada en adopción, por incapacidad de la familia legítima para criarla. Las ocasionales, intempestivas salidas nocturnas de la madre llevan a la muchacha a sospechar de un secreto que el pueblo entero mantiene oculto desde tiempos inmemoriales: la existencia de personas que asisten a los vecinos agonizantes y les ayudan a un “buen morir”, al margen de las leyes humanas y divinas.
Para desarrollar esta idea, Murgia construye una atractiva atmósfera rural, donde las miradas y los silencios forman parte de un código eficaz. Resulta imposible adentrarse en este ámbito sin recordar a la asombrosa premio Nobel sarda, Grazia Deledda, que supo recrear como pocos ese mundo cerrado y primitivo, lleno de impenetrables atavismos y ritos ancestrales.
Por desgracia, a la hora de escoger un dilema que rompa la acción Murgia comete un error de bulto. Presenta a Nicola, un vecino que sufre la (para él) insoportable humillación de ser mutilado y que, viendo canceladas todas sus expectativas de encontrar esposa y crear familia, pide a la Acabadora que le ayude a poner fin a su vida. Y es aquí donde, a mi juicio, se quiebra toda la gracia de la novela, pues no es de recibo confundir el acto de misericordia de la asistencia al moribundo, que no sabe o no puede aliviar su agonía, con un mero asunto de honor. ¿Qué sentido tiene comprometer a otro, si uno mismo puede optar entre seguir viviendo o acabar con todo por sus propios medios? Las prácticas eutanásicas se fundan sobre una idea de muerte digna que nada tiene que ver con las pulsiones suicidas. Mezclar estas churras con aquellas merinas es suficiente para hacer naufragar una historia que iba cogiendo vuelo. Murgia se mete ella sola en la trampa, y ella sola echa a perder la historia.
El giro que supone la marcha de Maria, el intento de contrastar el mundo pueblerino con la modernidad urbana, no consigue reparar el error mencionado, y la novela va resbalando hacia un final previsible. Pero queda en la cabeza del lector la sospecha de que esta historia podría haber dado más juego, y que su remate sería mucho más redondo de no haber permitido un golpe de efecto tan fallido como el de Nicola. De la carrera de Murgia, de sus habilidades y de su arrojo, cabe esperar todavía mucho más, siempre que el éxito precoz y las adulaciones no la echen a perder como novelista.
Confieso que leí esta novela el pasado verano, cuando estaba de plena actualidad el caso de Ramona, la vecina onubense a la que se retiró la sonda nasogástrica a petición de su familia, y tal vez me encontraba más sensibilizado de lo habitual. Puede que una novela no sea más que eso, una simple historia. Pero si la Literatura tiene un cometido más allá del entretenimiento, es el de ayudar a comprender la vida y la muerte, y no el de añadir confusión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario