Stephen J. Burn
Pálido Fuego, 2012
ISBN: 978-84-940529-0-3
238 páginas
18 €
Traducción de José Luis Amores Baena
Fran G. Matute
Reconozco
que mi primer “héroe literario” fue David
Foster Wallace. Hasta la aparición de La
niña del pelo raro (1989) ningún autor contemporáneo había sido capaz de llamarme la
atención de ese modo. Vivía, prácticamente, de la literatura de otras épocas ya
que nadie parecía hablar, desde el presente, de las cuestiones intelectuales
que me interesaban por aquel entonces. Así que la irrupción de DFW (así es como los
entendidos dicen que hay que referirse a él) en mi mundo fue algo así como la
aparición de los Beatles para la
generación de mis padres. Y por ello me convertí en ‘fan’ acérrimo de DFW. ¿En
qué sentido? En el más literal de ellos: esperaba ansioso la publicación de
cualquiera de sus referencias -ya fueran relatos, novelas o ensayos- que
compraba el primer día que se ponían a la venta, hurgaba por internet cuantas
noticias salieran acerca de la vida y la obra del neoyorquino y -a mi juicio,
lo más importante- tenía clarísimo que DFW escribía para gente como yo, que era
el único que entendía mi visión de las cosas y era, además, capaz de plasmarlo brillante
y elocuentemente en el papel. En sus páginas me encontré con el escritor que siempre estuve,
inconscientemente, buscando y la conexión fue inmediata. Menos mal que nunca me dio por lo del pañuelo en
la cabeza, aunque uno siempre está a tiempo de hacer esas cosas.
Partiendo,
por tanto, de mi condición de fanático incondicional y tras la impactante noticia de su
suicidio a la temprana edad de 46 años, uno es consciente de que seguirá
saliendo ‘per saecula saeculorum’ material escrito por o alrededor de DFW sobre
el que habrá que discernir -una tarea hercúlea, por otra parte- la necesidad o
no de su consumo (si alguno de los lectores es 'fan' de Jimi Hendrix ya sabrán a
lo que me refiero con lo anterior). Así que
nos topamos aquí con la primera referencia de una atrevida editorial que se
descuelga con un compendio de entrevistas realizadas a DFW a lo largo de su
corta carrera como escritor y editadas por Stephen
J. Burn bajo el título Conversaciones
con David Foster Wallace. Y lo primero que debemos decir es que el
resultado de la lectura de estas entrevistas es absolutamente revelador. Es
probable que para el ‘connosieur’ no se aporten grandes nuevos datos objetivos pero la
gracia de esta colección de entrevistas es la visión cronológica que ofrece de
la psicología del personaje y que, leídas las entrevistas 'post mortem', son extrañamente
coherentes, desmitificadoras y, por qué no decirlo, entretenidas.
Bien es
cierto que no todas las entrevistas son igual de potentes. De hecho, claramente
podemos erigir la realizada en 1993 por Larry
McCaffery para la Review of
Contemporary Fiction como la más completa y nutritiva de todas. Influye
mucho, en este caso, el nivel intelectual del interlocutor de DFW, pues es precisamente
en el enfrentamiento dialéctico donde surge la magia. Parece como si el cerebro
de DFW no estuviera preparado para la cháchara vacua. Cuando recibe preguntas
genéricas del tipo “¿cómo te imaginas a tus lectores?”, DFW no es capaz de
responder de forma sencilla o concisa. Necesita verdaderamente responder A ESA
pregunta que se le ha formulado. Prepara al entrevistador, de hecho (invento el
proceso de digestión mental de DFW): “¿De verdad quieres saber mi opinión REAL
sobre tu pregunta?”, esto es, “No me lo estás preguntando por preguntar, ¿verdad?
Entiendo que no quieres mi respuesta para cumplir con una obligación por tu
parte que es llevar a una redacción de un periódico mi entrevista y poder
rellenar así un hueco en la revista para la que escribes o lo que sea, sino que
es que estás verdaderamente interesado en la respuesta que DFW es capaz de dar
a tu pregunta porque te interesa lo que tengo que decir y no me estás pidiendo
que haga un esfuerzo para nada.” Así parece funcionar el cerebro de DFW y no es
por falta de ironía (sus lectores saben que de eso va sobrado) sino que es por
un prurito filosófico de búsqueda de la verdad más absoluta posible.
Cuando
DFW opina sobre una materia y tiene un mínimo de conciencia de que lo que está
diciendo sea más subjetivo que otra cosa, tiende a incluir en su respuesta una
coletilla al respecto. Digamos que es incapaz de hablar por hablar o dar respuestas
no meditadas profundamente. Esto otorga una coherencia bestial a todo lo que
DFW dice y escribe. De ahí que esa coherencia se vea reflejada en todas las
entrevistas incluidas en estas Conversaciones... en las que a veces se repiten preguntas por parte de los entrevistadores pero
la visión de DFW a lo largo de los años es esencialmente la misma.
Destacamos
este rasgo del carácter de DFW porque nos parece que está íntimamente relacionado
con su formación matemática (le chiflan personalidades como Riemann y su búsqueda del cálculo
infinitesimal) y filosófica (el Tractatus
de Wittgenstein es lectura de
cabecera) que son los elementos que, a nuestro juicio, conforman los pilares de
su literatura. Una escritura aparentemente meándrica que tiene un punto de
llegada clarísimo. Su defensa de cada uno de los párrafos de la monumental La broma infinita (1996) es prueba de ello. De
alguna forma es como si aquella novela fuera una ecuación enorme que tiene una
resolución evidente en la cabeza de DFW. El problema es que los lectores no
llegaremos nunca a tener esa clarividencia.
También
resulta esclarecedora la batalla que DFW tiene contra la postmodernidad
formalista de la vieja escuela, contra sus propios pecados como escritor (el
abuso de las notas a pie de página) o contra la “experimentación” sin sentido.
De nuevo volvemos a la necesidad intrínseca de que las piezas formen parte de
un todo más elevado y esto se convierte en verdadera obsesión para el autor de El rey pálido (2011), una obra que, tras leer
estas entrevistas, nunca debería haberse publicado pues estoy convencido de que
DFW no lo hubiera aprobado de estar vivo.
Otro de
los mantras de DFW es su relación con la cultura popular (me atrevería a decir
que, sobre todo, con la televisión) que es concebida como una expresión más de la
actividad del ser humano contemporáneo y que, por tanto, no incluirla en su obra
sería como negarle "realismo" a lo cotidiano. Aunque probablemente sea este el
debate menos enjundioso de todos los que la literatura de DFW puede ofrecer, por
ser un tema sumamente superado hoy día, resulta interesantísimo ver cómo Foster Wallace
justifica sus decisiones de incorporar estos elementos en su obra. Volvemos a esa confrontación entre el realismo "con R mayúscula" y "con r minúscula" que parecía mantener con su compañero y némesis Jonathan Franzen (de la que tuvimos ocasión de reflexionar en nuestra reseña de Libertad) y que quedó irresuelta con el fallecimiento de DFW.
Por
último tenemos al DFW de carne y hueso que se deja ver en los retratos que los
entrevistadores hacen de él tras conocerlo en persona. El genio de mirada
limpia y amable. El talento imponente de una persona adicta a todo lo que se
le pusiera por delante (de hecho no quería ver televisión por este motivo,
porque ejercía un influjo de fascinación tan grande que tenía miedo de quedarse
absorto de por vida mirando esa luz tan entretenida -fobia esta que trató en La broma infinita-). El matemático y
filósofo frustrado que acabó convirtiéndose en el escritor definitivo de su
generación y, por qué no decirlo, del final del siglo XX. Demasiadas
responsabilidades para un joven con problemas de sociabilidad que lo único que
quería era dividir las palabras por cero y crear una literatura tendente al
infinito.
Lean estas Conversaciones con David Foster Wallace si son seguidores del personaje -insistimos, son verdaderamente reveladoras- pero sepan que esto no es más que un aperitivo así que prepárense para lo mejor: la publicación de La escoba del sistema (1987), la primera novela de DFW aún inédita en castellano. Entonces, mundo editorial, por favor, dejen a los 'fans' descansar en paz. No convirtamos a DFW en el Jimi Hendrix de la literatura.
Lean estas Conversaciones con David Foster Wallace si son seguidores del personaje -insistimos, son verdaderamente reveladoras- pero sepan que esto no es más que un aperitivo así que prepárense para lo mejor: la publicación de La escoba del sistema (1987), la primera novela de DFW aún inédita en castellano. Entonces, mundo editorial, por favor, dejen a los 'fans' descansar en paz. No convirtamos a DFW en el Jimi Hendrix de la literatura.
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