Ed. Doménica Perrone (Ed. española de Leonarda Trapassi)
Doble J, 2010
Alejandro Luque
La paradoja de que, en las últimas décadas, el nombre de Sicilia haya estado más vinculado a la célebre obra del neoyorkino Mario Puzo, El Padrino, que a este riquísimo acervo no parece sino otra de las seculares injusticias que sacuden a la mayor de las islas del Mare Nostrum. Y como tal, merece ser reparada. A ello viene a contribuir la reciente creación de una red de parques literarios en la zona, así como esta edición colectiva, donde ocho profesores abordan la obra de siete autores –así como un resumen de visiones de viajeros extranjeros– a modo de guía turístico-literaria.
No se trata, en rigor, de un análisis en profundidad, sino de una aproximación para todos los públicos. O, como suele decirse, de una invitación a la lectura, a la confrontación de lo leído con el paisaje físico y humano siciliano: desde la Racalmuto del maestro de la novela negra Leonardo Sciascia, al Agrigento del dramaturgo que puso patas arriba el teatro de principios de siglo XX, Luigi Pirandello; y de la Palermo decadente de Lampedusa, inmortal autor de El gatopardo, o la costa oriental del padre del verismo, Giovanni Verga, a las ruinas griegas del poeta Salvatore Quasimodo. El sumario incluye a dos nombres poco o nada traducidos en España, como el mesinés Stefano D’ Arrigo –autor de Horcynus Orca– y Nino Savarese, quien hizo un celebrado retrato de Enna y sus alrededores en I fatti di Petra.
Bien podrían haberse añadido a estos nombres las visiones imprescindibles de Elio Vittorini, de Vincenzo Consolo –autor de una bellísima Sicilia paseada– y sobre todo de Gesualdo Bufalino, quien captó como nadie el alma de la Sicilia barroca.
Muy interesante es el capítulo dedicado a las miradas foráneas, a cargo del profesor Natale Tedesco, probablemente el más serio estudioso de las representaciones literarias de la isla. Goethe, Maupassant y Brydone son sólo algunos de los maestros universales que plasmaron sus impresiones al tiempo que fijaban una nueva filosofía del viaje, que es casi tanto como decir una nueva forma de ver y pensar el mundo. Y aunque se trata de un recuento necesariamente apresurado, sí nos permitimos echar de menos a un nombre al que –pese a no ser muy difundido– debemos algunas de las más felices páginas dedicadas a Sicilia: el arquitecto alemán Friedrich Maximilian Hessemer, autor de unas impagables Briefe aus Sizilien.
En resumen, el espectro de la literatura isleña daría para varios cientos de páginas, que serían muchas más si, rompiendo la barrera del siglo XX, se incorporaran por ejemplo los registros de autores árabes. Pero eso formaría parte de un proyecto de otras dimensiones y otras ambiciones. Por el momento, Los lugares de los escritores cumple con creces el objetivo de abrir en el lector un doble apetito, el de la lectura y el del viaje. Apetitos que, lejos de saciarse fácilmente, tienen la costumbre de retroalimentarse.
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