Rubén Martín
Ediciones Rialp, 2010 - Premio Adonáis 2009
ISBN: 978-84-321-3771-6
66 páginas
9,50 euros
Juan Carlos Sierra
Empecemos por el principio. Érase una vez un poeta que no sabía que lo era hasta que no se tropezó con otro poeta llamado Ángel González. El poeta que no sabía que lo era y cuya orientación profesional lo había llevado por derroteros nada líricos –técnico especializado en autómatas programables; sea eso lo que sea- había leído mucha prosa e incluso se había atrevido con algún que otro relato. Sin embargo, un hecho fortuito, casual o azaroso –la asistencia del poeta que no sabía que lo era a un recital del poeta llamado Ángel González- cambió su vida literaria inclinándolo definitiva y exitosamente hacia los versos.
Empecemos por el principio. Érase una vez un poeta que no sabía que lo era hasta que no se tropezó con otro poeta llamado Ángel González. El poeta que no sabía que lo era y cuya orientación profesional lo había llevado por derroteros nada líricos –técnico especializado en autómatas programables; sea eso lo que sea- había leído mucha prosa e incluso se había atrevido con algún que otro relato. Sin embargo, un hecho fortuito, casual o azaroso –la asistencia del poeta que no sabía que lo era a un recital del poeta llamado Ángel González- cambió su vida literaria inclinándolo definitiva y exitosamente hacia los versos.
La consecuencia más reciente de toda esta historia se llama El minuto interior y ha merecido el último premio Adonáis. Por cierto, al poeta que no sabía que lo era lo llamaremos en adelante por su nombre: Rubén Martín.
Lo curioso de todo el camino recorrido por este joven poeta hasta llegar a su premiado libro El minuto interior es que no se aprecia demasiado la mano del otro poeta llamado Ángel González, al menos en sus rasgos más sobresalientes. Me explico. Si uno empieza escribiendo según los modelos aprendidos –y esta parece una verdad artística básica-, en el caso de Rubén Martín da la impresión de que han pesado más poetas de otra índole: de vez en cuando se escucha a Bécquer –especialmente en el final del poema titulado ‘El fuego’-, también hay aromas, paisajes y actitudes retóricas que recuerdan a Claudio Rodríguez –no olvidemos lo que le debe el Premio Adonáis al poeta zamorano y viceversa-, pero sobre todas estas influencias llama poderosamente la atención la sintonía evidente entre El minuto interior y los últimos libros de Carlos Marzal y Vicente Gallego en la orientación hacia una poética del optimismo, de la celebración,…; asimismo y para terminar el apartado sobre las fuentes en las que parece haber bebido Rubén Martín, por aquí y por allá salpican los versos de El minuto interior elementos clásicos: locus amoenus, sermo humilis, menosprecio de corte y alabanza de aldea,…
Especialmente con estos dos últimos ingredientes, es decir, con la poética del gozo y la celebración y con un discurso arraigado en la sencillez y en la Naturaleza, Rubén Martín articula sus mimbres poéticos en El minuto interior.
Además, se puede afirmar que el libro arranca, avanza y profundiza a lo largo de sus casi cuarenta poemas en la contemplación del mundo bajo el foco revelador de la poesía. Los versos de El minuto interior alumbran y, por consiguiente, devuelven su relieve a lo aparentemente insignificante, a lo minúsculamente importante, a lo que se halla fuera de los circuitos socialmente aceptados del éxito, del progreso, de la mercadotecnia,…
La poesía así se convierte no solo en linterna que ayuda a ver en la oscuridad, sino en luz creadora de lo que nos rodea: nombrar significa comprender, aprehender y crear. Quizá fuera ésta la conclusión a la que llegó Rubén Martín tras su cita inesperada con Ángel González y que ahora ha querido devolver generosamente en El minuto interior.
Sólo un pero se le puede achacar al último Premio Adonáis: una estructura irregular, una escritura que salta de temática sin previo aviso, aunque en el fondo de todo el poemario siga palpitando la misma inquietud, el mismo hilo narrativo sostenido a base de fogonazos luminescentes que revelan las aristas y las esencias de la realidad más olvidada, pero la más importante para el poeta y para quienes se introduzcan en los versos de El minuto interior.
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