El país imaginado
Eduardo
Berti
Impedimenta,
2012
ISBN:
978-84-15578-18-5
240
páginas
19,95
€
Introducción
de Alberto Manguel
Premio Las Américas 2011
Antonio Rivero Taravillo
Con
creciente frecuencia, afortunadamente, la difusión de los autores más valiosos
de Hispanoamérica va siendo cada vez más una realidad en España, no siempre
acompañada por la de los mejores del viejo reino –no se sabe aún por cuánto
tiempo– allí. De entre los argentinos, que son todo un caudaloso Río de la
Plata, Eduardo Berti es un caso
destacado.
Afincado
actualmente en España, donde ejerce de traductor literario y sigue acrecentado
su obra propia, Berti es bonaerense de 1964 y autor de los cuentos reunidos en Los pájaros (1993 y 2003) y Lo inolvidable (2004), más las novelas Agua (1997), La mujer de Wakefield (1999), Todos
los Funes (2004), La sombra del púgil
(2008) y La vida imposible (2010). El país imaginado obtuvo el Premio Emecé
en la Argentina y, nada más ser publicado en Impedimenta fue galardonado con el
premio Las Américas, de cuyo jurado formaron parte autores como Jorge Volpi, Fernando Iwasaki o José
Ovejero.
¿Tiene
que escribir un novelista español siempre sobre la guerra civil, un mexicano
sobre la revolución o el narcotráfico, un argentino sobre la Pampa? Lo
saludable de una literatura, pasadas las dudas existenciales de la adolescencia,
es alzar la mirada y proyectarla hacia otros paisajes. Berti lo ha hecho con
esta China un tanto desvaída, de la que no construye una crónica política ni
social sino, por tomarle prestado el título a Vicente Aleixandre, una historia del corazón.
Todo
el libro parece estar escrito desde una serenidad consciente, con pleno y
sobrio dominio de las dotes narrativas del autor, para producir un efecto de
ensoñación, de opiáceo venial y delicado en el lector, que se queda con las
ganas de conocer más de la protagonista y de su amiga idealizada, la misteriosa
Xiaomei. Un lenguaje secreto, el amor que no se atreve a decir su nombre, la
convivencia con los antepasados, a los que quizá sería mejor llamar
entrepresentes… todo esto envuelve la deliciosa novela, llena de reflejos y
correspondencias en las que hay misterios sobre las identidades, muerte y nupcias,
opulencia y una muchacha que la protagonista quiere como esposa para su hermano:
una criatura bella y pobre, “muy pobre, como la perfecta heroína de una novela
lagrimosa” (lo que no es en absoluto, aunque emocione, El país imaginado).
Entrar
mucho más en este libro es como golpear una porcelana, y romperla, para ver qué
guarda. Fuera de reseñar los diálogos entre abuela y nieta más como monólogos a
dos voces que como espiritismo, o el acierto en la elección de la voz de la
protagonista (salvo esos diálogos, en cursiva, El país imaginado está narrado en su primera persona), el excesivo
racionalizar del crítico sobre el arte solo proyectaría sombra en este libro
que posee esa virtud que Oscar Wilde
ponía por encima de todas: el encanto. Y Berti lo consigue con la sencillez de
su atmósfera, contrapunto de lo que es más complejo: las zozobras de alma, la
melancolía, la añoranza de lo que pudo ser y nos ronda como el cortejo fúnebre
de nuestras ilusiones.
Hacia
el final de la novela, la protagonista se queja, impugnando a Jorge Guillén: “El mundo está mal
hecho, dije.” Y de inmediato añade: “El mundo no está mal hecho, me corrigió
Xiaomei. El mundo es así: algo que promete hacerse y jamás se hace en forma
definitiva.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario