La
mujer que vigila los Vermeer
José
María Conget
Pre-Textos, 2013
ISBN:
978-84-15576-38-9
147
páginas
17
€
Juan Carlos Sierra
Con la de decepciones que se suele llevar
uno cuando se deja acariciar por los cantos de sirena de las promociones
editoriales, es de agradecer que todavía haya autores como José María Conget,
cuya literatura se sustente por ella misma, sin necesidad de campañas de prensa
o de extenuantes ‘tours’ de presentaciones por toda la geografía española. La mujer que vigila los Vermeer, el
último libro de cuentos del autor aragonés, viene a confirmar -otra vez- la
solidez, fiabilidad y fidelidad de una literatura personal, de una prosa sin
alambiques ni trampas; en definitiva, la coherencia de una carrera literaria
que no necesita de voceros fulleros, sino que se contagia como los virus, en el
boca a boca.
Salvo en lo que al humor se refiere,
en esta nueva entrega de José María Conget volvemos a encontrar las constantes
de su literatura en los últimos años. Por las páginas de La mujer que vigila los Vermeer desfila la sana obsesión de su
autor por el cine y el cómic, el autobiografismo -incluso en los relatos menos
autobiográficos-, cierto "pelelismo" masculino frente a mujeres de talla moral
XXL y, por supuesto, la complejidad de las relaciones entre aquellos y estas.
Si bien es cierto que, como se apunta más arriba y como advierte el autor en la
dedicatoria, el humor no está tan presente en este libro como en otros
recientes de Conget, no hay que olvidar que relatos como "Conspiración" o "¿Lo
mío tiene remedio, doctor?" dibujan en el rostro del lector una sonrisa desde
el inicio al final de ambos cuentos.
Llama, por tanto, la atención el
tono contenido y grave del conjunto de la obra, que alcanza su punto más
sombrío en el penúltimo relato titulado "Dos habitaciones", el texto más
explícitamente biográfico y más triste, donde se rastrea la huella de la muerte
en los espacios que han dejado de habitar dos personas recién fallecidas. También
en el ensayo de cuento autobiográfico o de autobiografía de ficción que es "Mi
vida en los cines", justo el anterior a "Dos habitaciones", aparecen los
fantasmas de la Parca jugando con la memoria de los cines, es decir, de las
películas y de la vida que estos han proyectado en la vida del narrador y
protagonista.
En todo caso, los caminos que
recorren los cuentos recogidos en La
mujer que vigila los Vermeer no necesariamente concluyen con la muerte,
pero sí en una especie de amargura, de fracaso, de soledad, de frustración,… En
este sentido, hay que destacar aquellos que tienen que ver con lo "paraliterario" universitario. Me estoy refiriendo a otro par de cuentos, pero esta vez no
consecutivos: "Suaves laderas" y -quizá el mejor del conjunto- "No calls, no
letters, no messages". En ambos, sobre una explícita crítica al mundo de
quienes se dedican profesionalmente a destripar el hecho literario -y, si se da
el caso, a destripar a todo el que se les ponga a tiro-, se impone un relato crudo
sobre la soledad y la bilis -no se sabe si fue antes la gallina o el huevo- de
quienes como modernos mártires de las letras se crucifican voluntariamente en
el madero de los estudios literarios e ignoran, consecuentemente, los códigos
más elementales del mundo que se halla fuera de los libros.
Mientras que a estos eruditos ciegos
parece que todo lo humano les es ajeno, José María Conget sabe plantear en cada
uno de sus textos alguna de las grandes preguntas que inquietan desde siempre
al ser humano, especialmente las que tienen que ver con sus relaciones más
íntimas.
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