08 abril 2013

A ratos Conget se pone serio



La mujer que vigila los Vermeer

José María Conget

Pre-Textos, 2013

ISBN: 978-84-15576-38-9

147 páginas

17 €




Juan Carlos Sierra

Con la de decepciones que se suele llevar uno cuando se deja acariciar por los cantos de sirena de las promociones editoriales, es de agradecer que todavía haya autores como José María Conget, cuya literatura se sustente por ella misma, sin necesidad de campañas de prensa o de extenuantes ‘tours’ de presentaciones por toda la geografía española. La mujer que vigila los Vermeer, el último libro de cuentos del autor aragonés, viene a confirmar -otra vez- la solidez, fiabilidad y fidelidad de una literatura personal, de una prosa sin alambiques ni trampas; en definitiva, la coherencia de una carrera literaria que no necesita de voceros fulleros, sino que se contagia como los virus, en el boca a boca.

Salvo en lo que al humor se refiere, en esta nueva entrega de José María Conget volvemos a encontrar las constantes de su literatura en los últimos años. Por las páginas de La mujer que vigila los Vermeer desfila la sana obsesión de su autor por el cine y el cómic, el autobiografismo -incluso en los relatos menos autobiográficos-, cierto "pelelismo" masculino frente a mujeres de talla moral XXL y, por supuesto, la complejidad de las relaciones entre aquellos y estas. Si bien es cierto que, como se apunta más arriba y como advierte el autor en la dedicatoria, el humor no está tan presente en este libro como en otros recientes de Conget, no hay que olvidar que relatos como "Conspiración" o "¿Lo mío tiene remedio, doctor?" dibujan en el rostro del lector una sonrisa desde el inicio al final de ambos cuentos.

Llama, por tanto, la atención el tono contenido y grave del conjunto de la obra, que alcanza su punto más sombrío en el penúltimo relato titulado "Dos habitaciones", el texto más explícitamente biográfico y más triste, donde se rastrea la huella de la muerte en los espacios que han dejado de habitar dos personas recién fallecidas. También en el ensayo de cuento autobiográfico o de autobiografía de ficción que es "Mi vida en los cines", justo el anterior a "Dos habitaciones", aparecen los fantasmas de la Parca jugando con la memoria de los cines, es decir, de las películas y de la vida que estos han proyectado en la vida del narrador y protagonista.

En todo caso, los caminos que recorren los cuentos recogidos en La mujer que vigila los Vermeer no necesariamente concluyen con la muerte, pero sí en una especie de amargura, de fracaso, de soledad, de frustración,… En este sentido, hay que destacar aquellos que tienen que ver con lo "paraliterario" universitario. Me estoy refiriendo a otro par de cuentos, pero esta vez no consecutivos: "Suaves laderas" y -quizá el mejor del conjunto- "No calls, no letters, no messages". En ambos, sobre una explícita crítica al mundo de quienes se dedican profesionalmente a destripar el hecho literario -y, si se da el caso, a destripar a todo el que se les ponga a tiro-, se impone un relato crudo sobre la soledad y la bilis -no se sabe si fue antes la gallina o el huevo- de quienes como modernos mártires de las letras se crucifican voluntariamente en el madero de los estudios literarios e ignoran, consecuentemente, los códigos más elementales del mundo que se halla fuera de los libros.

Mientras que a estos eruditos ciegos parece que todo lo humano les es ajeno, José María Conget sabe plantear en cada uno de sus textos alguna de las grandes preguntas que inquietan desde siempre al ser humano, especialmente las que tienen que ver con sus relaciones más íntimas. 

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