Un circo pasa
Patrick Modiano
Cabaret Voltaire, 2013
ISBN: 978-84-940353-3-3
174 páginas
17,95 €
Traducción de Adoración Elvira Rodríguez
Rafael Suárez Plácido
La vida está marcada por
los detalles más insignificantes: el peso de la maleta en la que esa chica,
Gisèle, ha reunido todo su equipaje; su gabardina gris, si la lleva abrochada o
desabrochada; un perro que se llama Raymond, como Raymond Queneau, que había
ayudado al jovencísimo Patrick Modiano a publicar su primera novela —El lugar de la estrella, publicada
cuando sólo tenía veintitrés años y reeditada recientemente en castellano por
Anagrama en su Trilogía de la Ocupación (2011)—. Yo siempre he pensado que a
partir de sus tres primeros libros, de esta trilogía, toda la obra de Modiano
es una obra única: búsqueda de otro tiempo para tratar de comprender el
presente e intento de recomponer un pasado desdichado, hombres que no saben
quienes son y que tratan de ser reconocidos por azar rememorando lugares por
los que creían que ya habían pasado, preguntas y más preguntas sobre rostros
enmarcados en una fotografía, vestigios de una época en la que ni saber el
nombre de alguien era saber demasiado de él o ella. El origen de los personajes
de Modiano está en la época de la ocupación nazi, en el comportamiento de los
héroes que sobrevivieron o no, en los padres que no se preocuparon demasiado
por sus hijos. Hay un libro especialmente estremecedor, Dora Bruder (Seix Barral, 2009). Un anuncio en la prensa de unos
padres que buscan a su hija, poniendo sobre aviso a las autoridades de que esta
(y ellos, claro) era judía. Sabiendo, o entonces previendo, que ese anuncio
podía significar la muerte para su hija que, apenas nueve meses después,
aparece en una lista de prisioneros transportados a Auschwitz. Pero mis libros
favoritos hasta el momento de Modiano son Calle
de las tiendas oscuras (Anagrama, 2011), en el que un hombre busca veinte
años después de aquella época reconocer quién es, quién era entonces, y va encontrándose
poco a poco y de qué manera, y En el café
de la juventud perdida, en el que un joven casi estudiante, cuyo único
pasatiempo era visitar librerías y escribir, alto y muy atractivo como el
propio Modiano, evoca su efímero contacto con la hermosa Louki de la que sólo
sabía lo que iba viendo por sí mismo: que huía de algo y de todo, que estaba
cansada y casada con alguien a quien temía encontrarse en cualquier sitio y que
iba a menudo a algún café donde tenía amigos de los que tampoco sabía ni sabíamos
demasiado.
Un circo pasa es la
segunda de las novelas que publica la editorial Cabaret Voltaire, tras Barrio
perdido, ambas traducidas por Adoración Elvira Rodríguez que tan bien sabe
mantener esa atmósfera por momentos
asfixiante de las mejores narraciones de Modiano. En este caso, el personaje
protagonista podría ser ese mismo joven de En
el café de la juventud perdida, aunque aquí no hace ninguna referencia ni a
su aspecto ni a su estatura, pero sí a sus aficiones: recorrer librerías
mirando libros y fijar en su memoria momentos del pasado que quedarán marcados
y le vendrán a la memoria en cualquier momento. Y los nombres: nombres de las
personas, de los que por experiencia sabe que no tiene que fiarse demasiado;
nombres de las calles y plazas, cierta afición a repasar los planos de ciudades
y mapas de regiones y guías telefónicas. Una madre que marchó hace tiempo y un
padre que lo hizo más recientemente, dejándolo un poco a la deriva. Recuerdos
de las salas de cine y los cafés, de las películas que ha visto —algunas con
Gisèle, otras solo—, recuerdos también de un picadero donde se criaban caballos
que a veces le asustaban. Y un circo en el que trabajaba el marido de Gisêle,
al que esta siempre temía encontrarse. Esa es la dinámica de estos días: conocer
a sus amigos haciéndose pasar por su hermano, con la firme convicción de que
nadie se lo cree, pero aun así siguiendo haciéndolo. Y siempre con la impresión
de que ella no va a volver, o de que ambos pueden ser detenidos por la policía.
¿Qué habían hecho? En principio nada, pero eso, como casi todo, va a ir también
cambiando.
Un París decadentista, en
el que los límites entre lo que estaba bien y lo que estaba mal aparecen muy
difusos. Uno se entusiasma con este París de postales en blanco y negro, como
el fotograma del corto de Eric Rohmer del que han sacado la ilustración de la
portada. Una mujer a medias entre Jean Seberg y Ana Karina, algunos pensarán en
Audrey Hepburn o en la nebulosa que deja en el recuerdo la Louki de la otra
novela ya citada. No importan los nombres: podría ser uno u otro, pero sí
importa la incertidumbre ante cada cita: ¿esta vez vendrá o no vendrá? El final
se anticipa un par de veces a lo largo de la novela. Más que el final, lo que
se anticipa es el carácter del final. En realidad, este sorprende y mucho. Las
historias de Modiano tienen eso: son o parecen sueños de los que uno puede
despertarse, o no, en cualquier momento. Y es un poco fastidioso tener que
despertar de algo que te tiene tan atrapado.
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