Bagheria
Dacia Maraini
minúscula, 2013
ISBN: 978-84-9558-793-0
170 páginas
14 €
Traducción de Juan Carlos de Miguel y Canuto
Alejandro Luque
Si ustedes viajan a la costa norte de Sicilia, podría recomendarles
que visiten los frescos de la catedral de Monreale y el Palacio de los
Normandos en Palermo, que paseen por Cefalú y hasta que se den un chapuzón en
Mondello. Pero sólo si tuvieran mucho, mucho tiempo, podría recomendarles ir a
Bagheria. Esta pequeña ciudad a 20 kilómetros de la capital siciliana es hoy
sin duda una de las más feas y ruidosas de la isla, por no hablar de su
conocida población mafiosa. Y, sin embargo, sorprende indagar en su esplendor
pasado, sus tesoros escondidos son asombrosos, e imponente la lista de
personajes ilustres nacidos en la villa, desde el pintor Renato Guttuso al
cineasta Giuseppe
Tornatore o el fotógrafo Ferdinando
Scianna –que inmortalizó a sus vecinos en un libro bellísimo, Quelli
di Bagheria–, sin olvidar a Fernando II de Borbón, el cruel rey Bomba.
Pero las ciudades a menudo cambian cuando se contemplan con los ojos
de la memoria. Hace algunos años, nuestro compañero Ilya U. Topper hubo de afrontar una
fugaz polémica por haber declarado en prensa su amor por una ciudad
objetivamente fea como Algeciras. Los lectores algecireños podían aceptar la
crítica, pero no la devoción, que es en sí misma un estatuto de apropiación, un
modo de hacer nuestras las ciudades. Algo parecido hace Dacia Maraini (Fiesole,
1936) en este doble viaje, a la Bagheria que ya sólo existe en su memoria y a
la actual, la de las reliquias asediadas por el tráfico y los adefesios
urbanísticos.
Internada con su familia en un campo de concentración japonés hasta los diez años, Maraini pasó el resto de su infancia en Sicilia. Allí,
recuerda, su madre llamaba la atención por vestir pantalones, cuando todavía
era frecuente el luto perpetuo, y era inmoral que las niñas fueran al cine,
incluso acompañadas. En la villa Valguarnera, habitada por la abuela Sonia, a
la que Caruso piropeó en un autógrafo, y el abuelo Enrico, amante de la
antroposofía y la teosofía, escritora vivió un proceso de aprendizaje que
relata con genuina y cruda óptica femenina: el cura que le estampó un beso en
la boca sin más, el amigo de la familia que también abusó de ella, reflejan un
tiempo, acaso no tan pasado, en que ser niña –incluso niña rica– era un oficio
muy difícil.
El abandono familiar del padre coincide en el tiempo con el inicio de
ese proceso de sistemática destrucción que a partir de los años 50 demolió o
arrinconó a buena parte de las magníficas villas dieciochescas de Bagheria.
Maraini, que ya se había acercado a Sicilia desde la novela histórica en La
larga vida de Marianna Ucrìa, confiesa haber sufrido como escritora cierto
bloqueo, “evitando como la peste la isla de los jazmines y del pescado podrido,
de los corazones sublimes y de las hojas cortantes”, explica. “Hablar de
Sicilia significa abrir una puerta que había permanecido atrancada, una puerta
que yo había camuflado muy bien, con enredaderas y marañas de hojas, hasta el
punto de olvidar que alguna vez hubiera existido”.
Híbrido de reportaje y de anotación íntima deliberadamente
divagatoria, Bagheria es ese exorcismo que ha permitido a Dacia Maraini
reconciliarse con aquella etapa. Y, de paso, proclamar su amor por la ciudad
fea, es decir, ponerle por delante el posesivo y gritarlo a los cuatro vientos.
[Publicado en M'Sur]
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