Aire de Dylan
Enrique Vila-Matas
Seix Barral, 2012. Colección "Biblioteca Breve"
ISBN: 978-84-32209-64-2
328 páginas
19,50 €
José M. López
Pues sí, aquí tenemos la nueva novela de Vila-Matas. El mismo, el que se repite siempre, el de “hijos sin
hijos”, “escritores que no escriben”, el aburrido, el pedante, sí, aquel al que
muchos odiáis… pero al que otros, debo
confesarlo, amamos. Aunque solo sea desde un punto de vista literario. Sí,
como Proust, como Woody Allen,
como el Scorsese de antes de La vida de Hugo, Vila-Matas pertenece al
grupo de creadores que siempre repiten la misma obra, y que debo
admitirlo, más me gustan cuanto más se
repiten. De este tipo de artistas espero con ansiedad su próxima creación, con la
esperanza siempre de que no se renueven, no intenten reinventarse, y me
ofrezcan otro delicioso producto con las mismas y geniales repeticiones que su
producto anterior. Así que, una vez lanzada la careta al aire, una vez
descubiertas mis vergüenzas, ya os imaginaréis que la reseña será de lo más
condescendiente, y estará vestida de un subjetivismo amable totalmente
inapropiado a toda crítica que se quiera llamar seria. Por tanto, pido a
aquellos “odiadores” oficiales del escritor catalán que se abstengan de seguir
leyendo, para así evitarles tan doloroso trance.
Bueno, una vez que estamos solos, podemos empezar a destripar la
novela. Muy del gusto del autor barcelonés, la trama aparece hilada en una
historia de investigación con tintes de novela negra, pero eso sí,
protagonizada por personajes cargados de un halo 'freaks' a la vez que
posmoderno -molón, vamos-, cuyo comportamiento inspira fascinación y risa al
mismo tiempo. Quizás por eso, cuando leo al escritor catalán parece que estoy
viendo de nuevo Al final de la escapada.
En Aire de Dylan, tenemos a un
escritor cincuentón, catalán, y con la firme intención de dejar la escritura
(¿?), idea que se ve truncada al conocer al joven Vilnius, complejo muchacho
que le pide ayuda para completar las memorias apócrifas de su difunto padre, un
exitoso escritor posmodernista, y de paso para que le ayude encontrar a los
asesinos de este.
Sí, los temas del autor catalán son prácticamente los mismos que
podemos reconocer en anteriores novelas, como también es el mismo el cariz
enigmático de sus palabras o el estilo hipnótico de su prosa, rasgos que me
hacen no poder apartar la mirada del libro ya desde la primera línea:
“Algunos entran tarde en el teatro de
la vida, pero cuando lo hacen parece que entren sin brida y directos ya hasta
el final de la obra. Este fue mi caso. Y hoy puedo afirmarlo con toda seguridad
(…)”
Y es que, además del homenaje a la serie negra, la enfermiza obsesión
por la intertextualidad del autor transforma también la novela en un sugerente
juego en el que el Vila-Matas se divierte mirándose al espejo y no observando
su rostro, sino el de Pessoa, el de Kafka, el de Hammett, o, como en esta novela, el del propio William Shakespeare. Y, como en Hamlet,
en Aire de Dylan la representación
teatral aparece como el único medio posible para desenmascarar el alma de los
conspiradores, de lo que se deduce que la ficción se acerca más a la verdad
que la propia realidad. Al igual que le sucedía al príncipe de
Dinamarca, también el espectro del padre de Vilnius sobrevolará obsesivamente
su cabeza. Y terminamos descubriendo, como en un cuento de Rulfo, que la identidad de una persona la conforma realmente la
sucesión de fantasmas de sus ancestros que no dejan de rondarle
insistentemente. En definitiva, la voz del hijo no es más que un progresivo
encadenamiento de ecos que se suceden, del mismo modo que la voz de Vilnius
termina siendo un reflejo vago de la de Lancastre, su padre fallecido. Como
consecuencia inevitable, la novela termina convirtiéndose en una perpetua guerra de generaciones:
- la del protagonista o la de Lancastre: aquellos escritores de entre
cuarenta a sesenta años, que, ya sea siguiendo un estilo más realista, ya sea
abrazando los encantos de la posmodernidad, basaron su éxito en el trabajo, en
el esfuerzo diario;
- la de Vilnius y su novia:
aquellos que, como Oblomov, el arquetipo del gandul en la literatura rusa,
buscan el camino de su autenticidad a través del estatismo, y encuentran en la
pasividad la única forma de evitar el fracaso.
En todos ellos está Vila-Matas, con todos se identifica, pero, no nos equivoquemos, de todos se ríe. Y es que aquello que, en mi
opinión, hace grande al escritor barcelonés es que nadie sale indemne de su
fina parodia. Se ríe de todos. De él, el primero.
A pesar de lo dicho, debo añadir que no coloco Aire de Dylan en el anaquel donde conservo las mejores novelas de Vila-Matas. En algunos
momentos del libro la extraña poesía que suele rodear las situaciones o
personajes del autor no aparece. Él se da cuenta, y se ve obligado a echar mano
de un último recurso con el que no se siente demasiado cómodo: la narración. Es
decir, tiene que hacer que pasen cosas en la novela, aunque sean forzadas o
incoherentes, con tal de suplir ese hueco lírico, emocional y surrealista que
sus musas no han tenido la deferencia de
depositar en la novela. Y es que el peor Vila-Matas es aquel que se ve forzado
a narrar por falta de inspiración.
Así que no quito la razón a aquellos que argumentan que al autor
catalán ya se le están acabando los temas, o que su estilo es reiterativo y
pretencioso. Sin embargo, a mí me sigue gustando, lo confieso, sobre todo,
porque, si esto fuera así, que lo dudo, él sería el primero en parodiarse, y en
reírse de sí mismo a través de la ironía, el pesimismo y la extrema
clarividencia a través de los que observa el mundo.
4 comentarios:
Debate interesante el que propones. El del artista que hace siempre lo mismo y, sobre todo, el del lector/espectador que tiene que lidiar con eso...
Personalmente, tendría que ser fan irredento de alguien para perdonarle que se repita hasta la saciedad... Por eso no me gusta ya, por ejemplo, Woody Allen (entre otros motivos, que no viene al caso)...
Confieso que conozco muy poco de este autor, pero cada vez que he intentado leerlo he terminado dejándolo a las pocas páginas. Tal vez sea porque, como profesor de filosofía que soy, me gusta que las reflexiones "filosóficas" vengan en el formato de reflexiones filosóficas, no en el de una novela: el ensayo es para lo que es, y la narrativa es para lo que es (no quita que ciertas narraciones puedan ganar mucho por el aporte de ideas filosóficas -v.p.ej., El Nombre de la Rosa-, aunque el balance suele ser negativo). Pero, en fin, es mi gusto personal, no otra cosa.
Saludos
Jesús, pues tengo que decirte que mis más gratos acercamientos a la filosofía han sido gracias a las novelas de Sartre,Kafka o Camus. Aunque estoy de acuerdo contigo en que nada como el ensayo para mostrar la argumentación filosófica de una manera más pura.
Fran, debo deducir entonces que eres de los que piensan que Bogart es un mal actor ¿no?
Para nada!!!! Bogart es un grandísimo actor!!!! Mal actor es Al Pacino...
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