Ciudad abierta
Teju Cole
Acantilado, 2012
ISBN:
978-84-15277-92-7
295
páginas
22
€
Traducción de Marcelo Cohen
Rafael Suárez Plácido
Pasear, caminar y pensar siempre han sido
consideradas actividades complementarias. Hay ejemplos (pienso en W. G. Sebald
o en Peter Handke) de ilustres caminantes que empiezan a moverse y van dejando
alas y espacio a su pensamiento y a su imaginación para así ir entretejiendo
sus ficciones —o pseudoficciones.
Podemos pensar, alejándonos algo más en el tiempo, en Walser o en Nietzsche o
en Rousseau. Pero viajando hacia atrás en el tiempo, el mejor ejemplo sería más
bien Sócrates que apenas sale de su propia ciudad en la que casi diariamente
pasea y pregunta cosas a sus conciudadanos. Julius, el personaje de Ciudad abierta, sale cada atardecer de su domicilio, en el campus de Columbia en
Nueva York, a caminar y va repasando mentalmente algunos momentos de su vida
que ni siquiera recordaba. El autor, Teju Cole, es muy joven, nació en 1975 en
el estado de Michigan, en los Estados Unidos, pero pasó su infancia en Nigeria.
Es fácil imaginar el contraste entre ambos países. Aun así, su antigua capital,
Lagos, tiene algo más de ocho millones de habitantes y Nigeria es uno de los
territorios con mayor estabilidad de su zona, pero el contraste es enorme.
Julius es un negro mestizo, de piel clara, en Nigeria, mientras que en Europa o
en los Estados Unidos es, simplemente, un negro más.
La “ciudad abierta” del título es Nueva
York. ¿Es Nueva York realmente una ciudad abierta? Es complicado ver que
cualquier ciudad de ese país lo sea, pero lo cierto es que —para empezar— casi
el cuarenta por ciento de su población nació en el extranjero. Uno piensa en la
isla de Ellis y en el centro de detenciones para inmigrantes ilegales donde
Julius va como voluntario a visitar a un detenido africano; uno piensa en la
película The visitor, de Thomas
McCarthy y en que quizás fuera el mismo centro, pero no, allí debe haber muchos
lugares como ese; uno piensa en que la mayoría de los personajes de la novela
son de razas y culturas diferentes de la blanca que, normalmente, puebla la
mayor parte de la literatura que conocemos; uno se imagina llegando a la
gigantesca estatua de la Libertad: ¿es algo más que una excusa para hacerse una
bonita fotografía?
Teju Cole había publicado anteriormente
una 'nouvelle', una novela corta, así que puede decirse que esta es su primera
novela. Y se trata de una de las mejores novelas que he leído en los últimos
años. Sí, la traducción de Marcelo Cohen sin duda ayuda, pero también que es
una novela alejada de modas, sin concesiones. El personaje es un mar de dudas y
no para de plantearse cuestiones que van de la construcción de su propia
identidad a por qué no le va bien con su pareja. Le van pasando cosas: cada
tarde sale a pasear y camina kilómetros. Entra en bares o museos o en tiendas y
se encuentra con gente que se le acerca y le pregunta sobre algún tema que en
él se vuelve relevante. Está trabajando como psiquiatra residente en un hospital
en el campus de Columbia. ¿Un americano medio? No, ciertamente. En todo caso,
sí un neoyorquino medio. La única persona a quien visita regularmente es al
profesor Saito, su antiguo y anciano profesor de literatura inglesa pre
shakesperiana, un 'nikkei' estadounidense
que fue conducido a un campo de concentración cuando su país entró en guerra
con Japón. Viaja a Bruselas, que sí podría haber sido en el imaginario europeo
una ciudad abierta, y entabla una cierta amistad con Faruk, un encargado del
locutorio desde el que mira su correo y hace algunas llamadas cada día. Faruk
es un marroquí que ha leído a Walter Benjamin y que opina que Tahar Ben Jelloun
cuenta las historias que el público europeo quiere leer, mientras que Mohamed Chukri
cuenta historias más reales, con cosas que de verdad le interesa a la gente.
Sí, le responde Julius, pero “¿qué editor occidental quiere un escritor
marroquí o indio que no trate con la fantasía oriental o no satisfaga el deseo
de la fantasía? Al fin y al cabo, para eso están India y Marruecos, para ser
orientales.” Ahí se deja ver al autor de raza negra y orígenes africanos que
pelea para ser algo más que eso durante toda la novela. Aunque al regresar a
Nueva York, envía a su amigo Faruk Cosmopolitismo,
de Kwame Anthony Appiah.
Los fantasmas del 11S están presentes a lo largo de toda la novela: Julius visita la
zona cero y describe cómo era antes y cómo es ahora; aquel joven africano preso
en el centro de detención dice que el abogado de oficio le dijo que si no
hubiera sido por el 11S tendría
alguna opción más de entrar al país; Faruk le transmite cierta simpatía matizada
por algunas acciones de Al Qaeda. De
todas formas, la sensación que Faruk producía en Bruselas, en el tranvía o en
la calle, y que él describía como de sospecha, realmente —piensa Julius— no era
de tal, sino de miedo. El miedo es más irracional e imprevisible que la
sospecha y ahí el 11S tuvo mucho que
decir.
De la cultura hispana, sí encontramos
algunas breves referencias: ese joven africano del centro de detención entra en
Europa a través de Ceuta, Julius ha leído a Borges y cita el cuadro El entierro del conde Orgaz y una amiga
comenta la película El espíritu de la
colmena, de Víctor Erice con cierta profundidad.
Pero más allá de las referencias
culturales, lo que prefiero de este libro es el fluir libre del pensamiento,
las dudas de un hombre que sabe, que conoce algunos mecanismos del alma humana,
que tiene dificultades para relacionarse, que a veces desearía ser invisible y
otras ser amado. En este libro hay amistad, amor, conocimiento y todo ello en
una prosa que nos lleva de la mano, sin soltarnos, por las calles de una ciudad
maravillosa.
2 comentarios:
Buena lectura de una hermosísima novela.
Fundamental. Impactante cuando escucha la novena de Mahler en el Carnegie Hall rodeado de blancos viejos y decrépitos
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