Poesía completa
Thomas
MacGreevy
Bartleby
Editores, 2013
ISBN:
978-84-92799-45-9
166
páginas
15 €
Traducción
y notas de Luis Ingelmo
Presentación
de Michael Smith
Epílogo
de Anthony Cronin
Antonio Rivero Taravillo
Se
nos dice que el autor de estas poesías es prácticamente un poeta desconocido.
Doy fe. No lo había leído hasta hoy. Naturalmente, lo había encontrado
paseándose por el segundo tomo de la monumental biografía de W.B. Yeats a cargo de R. F. Foster y también en algunas
páginas sobre Joyce o Beckett. Pero su obra me resultaba
desconocida. No viene representada, por ejemplo, en mi muy baqueteado ejemplar
de la antología de Thomas Kinsella New Oxford Book of Irish Verse ni en el
más flamante An Anthology of Modern Irish
Poetry de Wes Davis (que se
inicia con un poeta anterior, Padraic
Colum). Aunque es cierto que abre la de Patrick Crotty (Modern Irish
Poetry: An Anthology) y también figura en el Faber Book of Irish Verse de John
Montague. En cualquier caso, como se ve, ha quedado eclipsado a menudo por
otros poetas.
Thomas MacGreevy (1893-1967) fue muy parco con su
poesía, hasta el punto de que solo publicó un libro en vida, de título
igualmente lacónico (Poems, 1934).
Aquí se le suma un puñado de otras composiciones, una de las cuales permanecía
inédita. Su labor se decantó más hacia el arte (llegó a ser director de la
National Gallery dublinesa) y firmó una valiosa monografía sobre el pintor e
ilustrador Jack Yeats (para quien
escribió un homenaje aquí incluido). Conoció muy bien la pintura española y
escribió ensayos sobre Murillo, Velázquez y Zuloaga. También tradujo: además de a Valéry, una docena larga de poemas de Alberti, Jorge Guillén, JRJ, Lorca y Antonio Machado.
Y gozó de la amistad y el trato de importantísimas figuras literarias del
llamado modernismo anglo-norteamericano (nada que ver con el nuestro de Darío, aunque en esta Poesía completa no falten los cisnes),
del cual fue prácticamente el único representante en Irlanda. No en vano se ha
señalado la influencia de T.S. Eliot
en “La otra Dublín” o en “El crepúsculo de los dioses” (donde veo más al Ezra Pound de The Cantos, incluidas esas reproducciones de partituras). En su
epílogo, Anthony Cronin afirma que
“si se exceptúa el que escribió Eliot, aunque no necesariamente imitándolo, el
verso libre de MacGreevy es el más proporcionado y mejor modulado de todos
cuantos se compusieron en aquella época no solo en Irlanda, sino también en
Gran Bretaña y EE.UU.” ¿Barre para dentro Cronin? Desde luego, suena muy bien.
Muy de Eliot es ese 'barren
place' del primer verso del libro e, indirectamente, el título y todo el muy
breve contenido de “Otoño de 1922”, el año en que precisamente aparece The Waste Land: “El sol se consume, / el
mundo se marchita // y el tiempo se amedrenta ante el triunfo del tiempo.”
Nacionalista republicano (su pacifismo le estorbó apoyar
al IRA), llevó a sus versos las muertes de la Guerra de Independencia y la
siguiente Civil, cuyo resultado fue la partición de la isla. Tras las
ejecuciones que aquí se glosan y otras hubo “paqueo” y bombas. Son las fechas
en que una tarde, al salir del cine, a donde había ido con la mujer de Yeats,
tuvo que esquivar los tiros en plena Grafton Street. También la noche siguiente
de la concesión del Nobel a Yeats cenó en el hotel Shelbourne con este y su
esposa (de la que fue uno de sus principales amigos y apreciada fuente de
cotilleos).
La amiga lo llamó “un cura desperdiciado… que vive en un
magnífico vórtice de placeres vicarios”. Richard
Aldington abundó en la idea: “El hombre más paradójico que uno pueda
echarse a la cara. Un cura con ropas de seglar”, observó. Según Colm Tóibín, como muchos antes que él y
aún después, fue homosexual en el extranjero y célibe en Irlanda, por guardar
las apariencias. Se refiere a las temporadas que pasó en Londres y París (en
cuya École Normale antecedió en el puesto al autor de Waiting for Godot, con quien mantuvo una importante
correspondencia).
Su catolicismo se sobrepone a lo político en “Los seis que
ahorcaron”. Refiriéndose a los siglos de dominación inglesa, escribe: “¡Estrella del alba, ruega por nosotros! //
¿Y durante estos setecientos años / qué le ha importado Irlanda / a la estrella
del alba? // Aun así, siempre yo digo: / Ruega
por nosotros.” Quizá el mejor MacGreevy sea el de la concisión, el
imaginista. “Promenade à trois” es un
buen ejemplo de ello, como también “Giorginismo”,
con su punzante sensación de soledad, expuesta con una destacable economía de
medios.
De los textos no recogido en Poems, y aún de todo este volumen, es preciso destacar la belleza
emocionante de “Moments musicaux”,
cuyo tema es la esterilidad, la incapacidad para volver a escribir poesía,
felizmente conjurada en el propio poema (“Pensaste que te había abandonado”…).
También resulta de una gran belleza “Oráculos bretones”, que se desarrolla en
un ambiente de calveros y brumas del Finisterre que recuerdan a Castelao, inventariador de esas cruces
de piedra, y Cunqueiro, a cuya
cofradía se une el también celta MacGreevy (“Pertenezo a Irlanda”, declara,
recordando un poema medieval citadísimo).
El volumen se adereza con diversos elementos
(presentación, notas del autor y del traductor, tabla cronológica y el citado epílogo).
Acertando en el tono y el ritmo, Luis
Ingelmo ha realizado un loable trabajo al verter todo ello al español, una
lengua, con su arte y su historia, que MacGreevy amó y conoció, y cuya trabazón
con lo irlandés quiso resaltar en su poema “Hugh O’Donnell el Pelirrojo”
(Ingelmo simplifica el original, que es el nombre en gaélico Aodh Ruadh Ó Domhnaill), ese aliado
nuestro en la batalla de Kinsale. Solo he advertido un error, el de los colores
de la bandera de Irlanda, cuyo orden correcto es verde, blanco y naranja. La
franja blanca quiere representar la paz entre las comunidades católica y
protestante, y su plata en “Los seis que ahorcaron” es la de las estrellas que,
como escribió Wallace Stevens en el
poema que dedicó a MacGreevy, tachonando el cielo americano “vienen de
Irlanda”.
[Publicado en Nayagua,
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