30 noviembre 2011

Una victoria limitada sobre la pesadez

Una novela francesa

Frédéric Beigbeder

Anagrama, 2011. Colección "Panorama de narrativas"

ISBN: 978-84-339-7569-0

224 páginas

18,50 €

Traducción de Francesc Rovira

Prefacio de Michel Houellebecq


Fran G. Matute

Frédéric Beigbeder comienza este, su último libro, por el final: la noche que la policía lo pescó esnifando cocaína sobre el capó de un coche, a plena vista, en las calles de París. Es un final porque Una novela francesa (2009) es un continuo 'flashback', que va desde la infancia del escritor hasta llegar a ese fatídico día en el que el reputado autor francés terminó con sus huesos en el calabozo. Y nosotros vamos a empezar también esta reseña por el final: Una novela francesa es de las lecturas más honradas y apasionantes que este crítico ha leído en lo que va de año.

Es por culpa de esa pasión y honradez, ese sentimiento de expiación que recorre todo el texto, que nos cuesta catalogar esta obra como una de ficción. De hecho la consideraremos una novela simplemente por empeño de su autor, pero Una novela francesa es, nos pongamos como nos pongamos, una biografía de Beigbeder. Parcial, sentimental, familiar... lo que queráis. Pero es pura vivencia, gracias a la cual descubrimos los orígenes nobles de la familia de Beigbeder, sus suntuosos 'châteaux', a la vez que rememoramos a duras penas sus años mozos en las playas del país vasco francés y visualizamos sus correrías por París, Bali y Nueva York... Ese fue el pasado de este 'enfant terrible' de laboratorio. Un pijo redomado, de chaleco al hombro. Un vividor con el bolsillo bien prieto. Pero fuera caretas. Fuera poses para intelectuales y babosos. Beigbeder. El gran autor. El putero. El drogadicto. Al que envidiamos por vivir la vida a su antojo. Por su éxito. Por su dinero. Por su osadía. Aquí lo tenemos, meándose encima, enjaulado, con los ojos ahogados en lágrimas y los mocos incrustados en las fosas nasales. Despojado de dignidad. Haciéndonos partícipe de su inseguridad, de sus miedos más profundos. Pues es en este punto de inflexión, vital, espiritual, donde encontramos al hombre tras la barba y la media melena resplandeciente, tras las rayas de coca, la sonrisa burlona y la dentadura perfecta. Y así, entre sollozos, se exhibe Beigbeder, en lo que podría considerarse todo un suicidio artístico. Pocos autores hemos leído tan sinceros como él para confesar que lo tenía todo para ser feliz pero que únicamente lo fingió, porque no tiene ningún recuerdo de haberlo sido nunca.

Comienza, pues, una batalla interior por encontrar su felicidad alojada en algún lugar de su borrosa memoria. Una batalla que presume perdida de antemano por culpa de la cocaína. "La coca prende fuego a la herencia; si escribo sobre ella es porque simboliza nuestro tiempo. (...): es la metáfora de un presente perpetuo, sin pasado ni futuro", afirma Beigbeder. Es la droga el elemento que cohesiona su existencia. Su pegamento. La excusa para no recordar, para vivir en una realidad ficticia, para poder olvidar conscientemente. Pero el autor se esfuerza por luchar contra el olvido voluntario al que se ha sometido a través de un monólogo doloroso que lo lleva a repasar toda su vida en busca de un recuerdo al que agarrarse, de un cuerpo flotante para no seguir a la deriva. Y es tal la exposición del autor, una vez abandonamos la faceta de "chico estropeado", que nos sumerge en lo más profundo de su alma y de su familia. Sus padres, su hermano, su hija. Hacía tiempo que no leíamos el dolor del anhelo con tanta pasión. El dolor de la confesión. No puedo dejar de pensar en lo que habrán llorado los familiares de Beigbeder al leer estas líneas. Tan sinceras, tan hermosas, tan desgarradoras. Pues pocas cosas hay tan humillantes como observar a alguien que se cree superior a los demás arrodillado ante sus seres queridos a los que nunca dijo algo tan simple como "te quiero".

A lo largo de este ejercicio de superación, Beigbeder se enfrenta, por un lado, a sus padres y comprende, como si estuviera ante un espejo, el patrón por el que se repiten los errores, una vez alcanzada por su parte la tan ansiada paternidad. "Quizá no todas las infancias son una novela, pero la mía sí. Una ficción triste, una historia de amor fracasado cuyos frutos somos mi hermano y yo". Y, por otro lado, Beigbeder se agarra a esa infancia desdichada, vista con el paso del tiempo, para entender a sus padres y al hombre -no al escritor- en el que se ha convertido hoy, siendo sus asideras los discos, películas y lecturas de juventud. A este respecto, Michel Houellebecq, en el prefacio, alaba la honestidad de Beigbeder respecto a estos pasajes y afirma que "[e]n la adolescencia, todo cambia y los recuerdos afluyen, pero en el fondo son dos cosas, y sobre todo dos, las que perviven en la memoria del autor: las chicas que le han gustado y los libros que ha leído. ¿Acaso es esto y sólo esto la vida y lo que de ella permanece? Parece ser que sí." Así, Una novela francesa, resulta ser un canto a la vida, pero a su desperdicio. Y ahí descansa prácticamente todo el valor de esta novela. Por el reto que supone despojarse de la vanidad de uno, de salir del cascarón y mostrarse desnudo ante tu público a través de este acto tan salvaje de exhibicionismo que es escribir sin ocultar las fuentes. Y al final del libro, un epílogo hermoso en el que, como tan poéticamente describe Houellebecq, Beigbeder encuentra, por fin, su recuerdo de felicidad, en lo que no es más que una victoria, limitada, sobre la pesadez. Esa que conmina a los pesos muertos a hundirse hasta las profundidades de la miseria humana.

29 noviembre 2011

El milagro secreto


HHhH

Laurent Binet

Seix Barral, 2011. Colección “Biblioteca Formentor”

ISBN: 978-84-322-0932-1

400 páginas

20 €

Traducción de Adolfo García Ortega

Premio Goncourt a una Primera Novela 2010, Premio al Autor Revelación RTL-Lire 2010, Premio de los lectores Livre de Poche 2011


José María Moraga

De entre toda la maraña de novela histórica que atesta los anaqueles de nuestras librerías (algunos lo han llamado “lacra”) es muy fácil que las perlas se nos escapen, que no veamos la aguja del pajar, que pasemos por alto o despreciemos lo que a simple vista puede parecer otra novela de nazis más. Pero no lo es. Porque el libro que hoy traemos a colación aquí -HHhH de Laurent Binet- es una aguja con la que espero que os pinchéis, pero de diamante, como la de los tocadiscos.

Para empezar, los límites entre géneros se antojan borrosos para hablar de HHhH. ¿Es una novela? Tendremos que concluir que lo es, porque el autor nos dice que sí y porque se parece más a una que a cualquier otra cosa. Pero en sus páginas encontramos hartas características de otros géneros: el ensayo, las memorias, el artículo periodístico… mas no yuxtapuestos a modo de ‘collage’, como en (por poner un ejemplo) La verdad sobre el caso Savolta (1975) y tantas otras novelas posmodernas, sino elegantemente imbricados con una solvencia narrativa y una pericia que solo les están permitidas a los grandes escritores. No en vano Mario Vargas Llosa le dedicaba a HHhH una elogiosa tribuna en El País el pasado 9 de octubre, donde decía que esta no era tal vez una gran obra de ficción pero sí un magnífico libro.

Me hago eco de la opinión del Nobel no porque necesite del andamio de otros veredictos críticos sino porque me parece que da en el clavo en una feliz dicotomía que resultará muy útil a la hora de acometer el libro. Su extraño título, por cierto, obedece a las siglas de la frase alemana ‘Himmlers Hirn heisst Heydrich’, “el cerebro de Himmler se llama Heydrich”, puesto que la obra trata de este último mandamás nazi y todo lo que envolvió su vida y su muerte. La historia se troca en novela, de un modo no siempre fácil, aunque lo que Binet consigue al diluir las fronteras entre géneros es esa “vestimenta sin costuras” que según C. M. Armitage debe ser la Cultura, en lugar de esos compartimentos estancos.

Lo mejor de HHhH (y lo más interesante, no demoremos más el anunciarlo) es la reconstrucción hiperdocumentada que hace del atentado que el 28 de mayo de 1942 acabó en Praga con la vida de Reinhard Heydrich, a la sazón ‘Reichsprotektor’ (gobernador militar) de Bohemia-Moravia, jefe de la Gestapo, número dos de las SS y arquitecto de la infame “Solución Final”, que contemplaba el exterminio de 11 millones de judíos europeos: la práctica totalidad de la población hebrea del continente.

Pero si Laurent Binet no es Eduardo Mendoza, tampoco es Antony Beevor, es decir: no se limita al papel de hilvanar los documentos investigados con una prosa más o menos apta, no: Binet trama una novela a base del reto de narrar todo lo que sabe del hecho histórico (y sus detalles accesorios) en -precisamente- una novela. Burla burlando, nos da una novela que es menos histórica que metafictiva, en cuanto que no se preocupa de pintar escenas de época o cuadros dramáticos bien ambientados para excitar la imaginación del lector, sino que pone el énfasis en la dificultad de reordenar y dar sentido a todo el material histórico del que dispone y hacer de él una obra de ficción en prosa.

Para ello, el autor se vale de muchos de los recursos de la literatura posmoderna: fragmentación, intrusión autoral (que alcanza el rango de auténtica voz narrativa, por lo continua), desorden cronológico, incumplimiento de las expectativas del lector… poco humor, la verdad, pero poco cabe en la historia de 1) Reinhard Heydrich, “el Verdugo de Praga”, “el Carnicero” o “la Bestia Rubia”, 2) su papel dentro del auge del III Reich, 3) el atentado que acabó con su vida, incluyendo antecedentes, actores y consecuencias. Una historia de crueldad, brutalidad, barbarie, de una raza creída superior que, llevada por la locura, es capaz de dar especímenes tan repugnantes como Heydrich y toda la jerarquía nazi, retratada aquí de pasada pero con precisión.

Tal vez al lector prevenido todo esto le suene a ‘déjà vu’, a “otra novela de nazis más”; yo le invito a dejar atrás sus prejuicios y comprobar cómo HHhH es -amén de un estupendo estudio metaliterario que de seguro será muy útil a quienquiera que se enfrente a la escritura de una obra histórica- una narración emocionante, con personajes memorables sacados de la vida real pero dotados de una entidad propia dentro de las coordenadas del libro. Quien busque carnaza y escenas de tiros, sin duda que en esta premiada novela los hallará. Y masacres de judíos y cámaras de gas. Pero -repito- HHhH no es El violonchelista de Treblinka, es una abrumadora obra que aúna como pocas literatura y vidas, ficción e historia para -en resumidas cuentas- ponernos un espejo delante y cortarnos el aliento.

Los papeles están repartidos (el canalla, el traidor, los héroes, los mártires…) desde mucho antes de 1942, lo estuvieron siempre y así seguirán. No obstante, (Borges me prestará un sintagma sobre Praga y los nazis) “el milagro secreto” que Laurent Binet ha conseguido es encajar todas las piezas sin que apenas se note, pese a estar continuamente ventilando la tramoya.

28 noviembre 2011

Realidad A, realidad B


1Q84. Libro 3

Haruki Murakami

Tusquets, 2011. Colección "Andanzas"

ISBN: 978-8483-83-355-1

416 páginas

22 €

Traducción de Gabriel Álvarez Martínez



José Martínez Ros

1Q84, completada con este Libro 3, es, probablemente, como se ha remarcado, la novela más ambiciosa de Haruki Murakami y, desde luego, la más sombría. Este enigmático mundo paralelo (con sus dos lunas flotando en el cielo nocturno), está plagado de violencia (violencia de género, asesinatos, crímenes diversos, incluso una durísima escena de tortura) y fanatismo religioso. Sin duda, uno de los ejes del libro es la lucha del individuo común -representados por Tengo y Aomame- por reafirmar su identidad y no permitir que sea consumida por una fuerza mayor, por no dejarse arrastrar al vacío y la anulación.

La sensación que nos deja este volumen es ambigua: por un lado, las mejores cualidades de Murakami están presentes, sobre todo su capacidad hipnótica de atrapar al lector y llevarlo firmemente hacia donde él autor desee. Durante buena parte de la narración, los protagonistas están inmovilizados, cercados, y apenas hay acción; lo que, sin embargo, no impide que devoremos el libro. Los diversos elementos fantásticos que se enredan con la vida cotidiana de los personajes -coincidencias casi mágicas, fantasmagóricas escenas de sexo, la presencia de un “otro lado” difícil de describir, pero siempre inquietante, seres como Fukaeri que habitan simultáneamente varios niveles de la realidad- están dosificados con su habilidad acostumbrada, tejiendo un sutil entramado de símbolos que intentan descifrar por los protagonistas y, por supuesto, también los lectores. Es magistral también el modo en que van entrelazando tres soledades paralelas y casi incomunicadas poco a poco hasta conducirnos a un final característicamente murakamiano: lleno de huecos, de preguntas sin respuesta y, al mismo tiempo, extrañamente satisfactorio. Si han leído, el primer volumen y les ha gustado, no les decepcionará en absoluto. Como sucede muchas veces al finalizar uno de sus libros, uno tiene la sensación de que ha leído un perturbador cuento de hadas acerca de este mundo, en el que todos nosotros vivimos.

Pero, por interesante y a ratos magnífica, que me ha resultado la lectura de 1Q84, no he podido evitar (y es una impresión personal que puede que no compartan) una ligera –pero persistente- frustración. ¿Por qué? Tal vez porque los personajes, a excepción del insidioso y atormentado Ushikawa, que parece salido de una novela rusa, no resultan demasiado memorables o porque, en el azaroso curso de la narración, y casi por primera vez desde que leo a Murakami, he sentido impaciencia o irritación: hay escenas enteras que me parecen plúmbeas o repetitivas y la historia de amor de los protagonistas peca de obvia y tópica.

A pesar de que se anunciaba como su magnum opus, no alcanza, a mi juicio, la complejidad y el misterio (y la saludable y postmoderna locura) de la Crónica del pájaro que da cuerda al mundo o La caza del carnero salvaje, que ya contenían en su interior varios mundos paralelos (y varias novelas paralelas), ni me parece tan redonda y perfecta como Kafka en la orilla ni tan conmovedora y saligeriana como Norwegian Wood; y esas son las obras por las que Haruki Murakami merece ser considerado uno de los grandes autores de esta época. Si ya las han leído (y disfrutado, puesto que Murakami es uno de esos artistas que tiene prácticamente el mismo número de admiradores que de detractores), el oscuro universo de 1Q84 les parecerá muy familiar y, sin duda, querrán explorarlo, pero no hallarán muchas novedades. En cualquier caso, cualquier maestro tiene derecho a equivocarse en alguna ocasión, y Murakami-sensei ha acertado demasiadas veces para que nuestro desencanto sea duradero.

25 noviembre 2011

Vidas de mártires

Underground

Suelette Dreyfus y Julian Assange

Seix Barral, 2011

ISBN: 978-84-322-0949-9

496 páginas

19 €

Traducción de Telmo Moreno Lanaspa, Beatriz Iglesias Lamas y Montserrat Meneses Vilar



Daniel Ruiz García

El neoliberalismo muta, cambia de piel y se esconde bajo nueva nomenclatura, para así sentirse más cómodo, arropado y sin problemas de conciencia. A alguien, hace algunos años, se le ocurrió la idea feliz de bautizar a este pifostio como Nueva Economía, aprovechando para meter en el saco neoliberal conceptos que entonces estaban en emergencia como globalización, Nuevas Tecnologías o I+D+i. Se fraguaba una nueva religión, con toda su retahíla de santos, mártires y templos para la oración. Con la Nueva Economía, todo resultaba en general más cómodo, era incluso posible defender postulados progresistas, ya que si hay algo que admite el gazpacho es la diversidad de condimentos, aunque algunos acaben desbarajustando el sabor. Por este camino de la Nueva Economía y de la veneración de nuevos santos hemos acabado rindiendo culto y pleitesía a alguien como Steve Jobs, canonizado mundialmente a través de un acto catódico global y simultáneo de naturaleza aparentemente espontánea: la celebración del duelo por su muerte y el tropel de rituales asociados: miles de velas encendidas a las puertas de la mansión del magnate, nerds con la mirada vidriosa y perdida juntando las manos en comunión espiritual, imágenes de la manoseada manzana rota o deshojada, el rostro barbado de Steve Jobs asomado a cualquier pantalla con vocación de erigirse en nuevo rostro-icono al estilo “retrato del Ché Guevara”. El testamento de San Steve Jobs es notorio: ha logrado convencer a una masa de población millonaria de que son únicos por el hecho de utilizar unos determinados icacharros informáticos; ha conseguido que haya miles de personas dispuestas a comprar el iproducto más caro del mercado, el más incompatible y solidario con otros sistemas, mediante una estrategia basada casi exclusivamente en el diseño; ha conseguido, en fin, darle la vuelta a la tortilla, convirtiendo a una empresa egoísta, insolidaria, que vende productos caros y que basa su estrategia en el sentimiento elitista de pertenecer a una tribu exclusiva, en una compañía de imagen amable, con un toque espiritual y con un halo de magia que está por encima de las consideraciones ideológicas, e incluso más allá aún: que por su rollo 'trendy' y moderno, que por su estética 'cool' e informal, resulta convincente para todos aquellos que por lo general participan de postulados más bien progresistas y de izquierda, al menos en su vertiente estética. Por este camino, Steve Jobs ha alcanzado prodigios como que su discurso en el acto de graduación de los cachorros de la Universidad de Standford (un discurso, sea dicho, que no es más que un burdo acopio de lugares comunes en torno al mito liberal del 'self made man', tan del gusto norteamericano) sea elevado a la categoría de obra maestra en la Red, y que sea aplaudido sin distinción por defensores de cualquier credo político.

Junto a santos como Jobs, en el templo de la Nueva Economía también hay mártires. Algunos de ellos muy flamantes, porque han surgido de esos nuevos ingredientes que forman parte del gazpacho, como Internet y sus tremendas posibilidades para la circulación de información. Uno de los más brillantes es Julian Assange, el padre intelectual y promotor de Wikileaks, convertido por los gobiernos de medio mundo en ciudadano non grato y atrapado en una espiral de acusaciones por supuestos casos de abusos sexuales que convierten su biografía en un relato de intrigas políticas y personales muy del apetito de autores como Le Carré o Forsyth.

La historia de Wikileaks es la historia de un pulso de ciudadanos anónimos contra los gobiernos y sus grandes estructuras de poder e intereses. Esconde un ideario ácrata cuya materialización ha indigestado a más de un gobierno y ha enrarecido extraordinariamente el panorama de las relaciones internacionales. Se trata de una actividad libertaria que a muchos les resulta irresponsable pero que, en general, despierta simpatías porque en cierta medida supone el triunfo del individuo, o al menos un pataleo digno, frente a las estructuras de poder.

Underground cuenta la historia de los orígenes del fenómeno hacker que nació en Australia y que derivó, con posterioridad, en los postulados y al filosofía de Wikileaks. Es un libro escrito o al menos concebido a cuatro manos (Suelette Dreyfus y el propio Assange) que nos ayuda a comprender este fenómeno y su capacidad para repercutir sobre otros hechos que suceden en el mundo entero. La historia de una serie de insectos bastante puñeteros capaces de desenvolverse y hacerle cosquillas a la piel del mundo globalizado, donde un solo clic puede tener efecto sobre el envío de un cohete espacial a Marte.

Lo que más me ha gustado de este libro son las historias personales de esos piratas anónimos que desde su dormitorio hicieron tambalearse todo. Cómo fueron perseguidos, y cómo algunos acabaron desquiciados, cuando no suicidándose, incapaces de soportar la persecución o la paranoia. Su habilidad como termitas certeras resulta a la postre insuficiente para conseguir que el edificio caiga, pero alienta conocer la pericia con que dichas hormigas lograron generar una sensación de vacío, de incertidumbre, de miedo.

Ignoro dónde acabará la figura de Assange: si tendrá su sitio en el templo de la Nueva Economía o será ocultado en el desván de las imágenes que no merecen recuerdo. Lo que sí tengo claro es que si hay alguien que pueda derrumbar el templo, que pueda desmantelar este pifostio, es gente del alcance y la visión de Assange. A él no creo que lo veamos nunca dictando una ponencia sobre superación personal en la Universidad de Standford.

24 noviembre 2011

El mal viaja


Yo confieso

Jaume Cabré

Destino, 2011. Colección "Áncora & Delfín"

ISBN: 978-84-233-4508-3

859 páginas

27 €

Traducción de Rosa Alapont



Alejandro Luque

La novela total, aquella que ambiciona sintetizar el mundo, la vida entera entre dos tapas de cuero, es tan antigua como el género. Que nuevos autores mantengan esa noble aspiración y sigan abandonándose a esfuerzos hercúleos, rozando la cifra legendaria del millar de páginas, demuestra que algo queda todavía por ensayar en ese campo, y que en el modo de hacerlo nadie ha dicho aún la última palabra.

Se rumorea, y doy todo mi crédito a tales rumores, que había ganas de que saliera una novela total en catalán para el siglo XXI. Las tenían los políticos que llevan esta noble lengua como estandarte; las tenía lógicamente la editorial, que la está vendiendo como si fueran castañas; las tenía tal vez el público lector; y también, claro, Jaume Cabré, un autor veterano –aunque todavía por descubrir en el mercado español– que acaso se sentía el más capacitado del panorama para afrontar un reto de esta magnitud. Quiero decir que, cuando tanta gente desea que algo funcione, es muy difícil que no lo haga. Y subrayo la palabra funcionamiento, o sea, operatividad de un mecanismo (en este caso de mercado) para poder hablar a continuación de lo que nos interesa más, que es la literatura.

El eje de Yo confieso es la vida de Adrià Ardèvol, desde su niñez hasta el ocaso de sus días. Una vida que se ve acompañada por un valioso violín, un storioni con nombre propio envuelto en una compleja historia de ambición y muerte, el mismo que hace sonar el niño Adrià en sus sufridas clases de música y el que le irá llevando, sin advertirlo, por turbios e insospechados caminos, para acabar haciéndole entender quién es él mismo y quienes le rodean.

No es la primera vez que un violín hilvana historias a través del tiempo –François Girard probó algo parecido en su filme El violín rojo (1998)–, pero el mérito añadido de Yo confieso es su construcción. Si algunas novelas cortas nos cautivan por su habilidad para componer puzles que encajen a la perfección, donde no sobra ni falta una pieza, cuando lo consigue una obra de largo aliento el asombro está garantizado. Cabré empieza volcando sobre el tablero de papel una ingente cantidad de elementos, y página tras página asistimos al moroso ejercicio de ubicarlos en su hueco preciso. Lo mismo puede decirse del dibujo de personajes: a diferencia de esos trazos virtuosos que definen un carácter en apenas dos líneas, aquí el autor parece dejar que se desarrollen naturalmente, y es una gozada ver cómo cobran vida la criada Lola Xica, el fiel amigo Bernat o Sara, el gran amor del protagonista.

Narración engañosamente convencional a primera vista, Yo confieso alcanza tal vez sus mejores momentos cuando arriesga, ya sea proponiendo diálogos de conciencia en los que intervienen un 'sherif' y un indio de tebeo, o una conversación del hijo con la madre muerta, y hasta un coloquio entre el asesino de Oklahoma y Ramón Llull, Vico e Isaiah Berlin. Y tal vez halla su mayor debilidad en dos puntos: uno es la subtrama amorosa, cuyo ritmo amenaza estancarse por momentos; y otro es la sensación de que, en la representación del mal absoluto, no haya nada mejor que acudir por enésima vez al espacio, trillado hasta las heces, de los nazis y sus campos de concentración. Sólo en el subgénero “nazis con violín”, ya teníamos El violín de Auschwitz (1994), de Maria Angels Anglada o El violinista de Mauthausen (2009) de Andrés Pérez Domínguez. Otro día podemos hablar de la modalidad “nazis con piano”...

Ironías aparte, si esta obra tiene una cualidad sobresaliente, es el modo en que mete al lector en la máquina del tiempo y lo transporta, a veces de un modo vertiginoso, a escenarios y épocas diferentes. Tanto, que el público que se despiste corre el riesgo de perder el hilo y verse de pronto arrojado a la desolación de Auschwitz, encerrado entre monjes en tiempos del rey Pedro o en un hospital del Congo sin saber qué pinta allí. Cabré, dotado de experiencia en cine y televisión, mueve la cámara y cambia de plano en esta novela con una agilidad que Ridley Scott envidiaría.

Precisamente esta estructura de saltos en el tiempo y en el espacio da pleno sentido al fondo de la novela, esa idea de que todo, los objetos y las personas, están conectados a través de insondables pasadizos que condicionan la vida y la Historia. Y que el mal, la obsesión última de Ardèvol, aquello a lo que quiere dedicarle su más ambicioso ensayo, viaja por esos túneles a la misma velocidad que su fuerza contraria, el arte, la música, el pensamiento, la comunicación: ese viejo humanismo al que Jaume Cabré rinde un implícito y hermoso tributo.


[Publicado en Mercurio, ampliación]

23 noviembre 2011

Contrato finiquitado



La mano invisible

Isaac Rosa

Seix Barral, 2011. Colección "Biblioteca breve"

ISBN: 978-84-322-0933-8

384 páginas

19,50 €




Carolina León

Cada día me sorprende más encontrarme lectores serios que reniegan por sistema de los argumentos políticos en las novelas. “Honestidad es decir desde dónde habla uno”, me dijo el otro día alguien, así que empezaré por decir que hablo desde el convencimiento de que todo acto literario es político con o sin intención.

Larga y penosa es la historia de desentendimiento entre literatura y política, pero más penoso aún es encontrar que se llama “política” únicamente a la literatura que se escribe desde el lugar no-normativo, no-dominante, no-altavoz del discurso oficial. En primer lugar, aléjense de este libro los lectores mencionados (ver arriba). En segundo, aléjense los que buscan escapismo sin compromiso en las novelas (digo, para ahorraros un mal rato). Y en tercero, los que desean libros como tranquilas palmaditas en la espalda. Si te has atrevido a la lectura de La mano invisible, última novela de Isaac Rosa, nos tuteamos: ¿nos gustan o no nos gustan los libros que rascan nuestra conciencia?

No soy fanática de las novelas de Rosa. Me he encontrado con libros que me han dejado una semana dándoles vueltas y otros que me costaba terminar. En La mano invisible vuelve a aparecer esa forma exquisita, esa estructura sin tacha, que encontramos en, por ejemplo, El vano ayer, pero siendo su baza principal, también es su lastre, como en El país del miedo (esa necesidad de permanecer adjunto a la forma elegida, aun a riesgo de que por el camino se revele innecesaria). Capítulo a capítulo, las voces despersonalizadas de los personajes van tomando el discurso para dibujar una panorámica circular, siempre incompleta, siempre parcial, como en un Vidas cruzadas. Por ello, durante las primeras cincuenta o sesenta páginas el lector no va a saber muy bien a qué atenerse, y no podrá empezar a encajar piezas en un todo hasta, al menos, el tercer capítulo.

No es necesariamente lastre aquí, aunque cuesta enganchar. Dicho esto, puede que el lector también encuentre, como yo, que la tensión y la desazón van creciendo a medida que se suceden los oficios: el carnicero, el mozo, la costurera, la telefonista… Puede que se sienta más íntimamente tocado con uno u otro. Reclamará su atención si sabe previamente de las condiciones de trabajo en una obra, o si es muy aficionado a comprar ropa de saldo en las tiendas chinas. Prácticamente nadie puede dejar de sentirse aludido con esta lectura, de una manera que genera culpabilidad y a la vez pensamiento, rabia, reflexión, carga semántica e impotencia política.

Seas quien seas, mientras no tengas acciones del Santander, este libro te interpela.

¿Hacía falta una novela para hablar del trabajo, para evidenciar sus estructuras internas de sometimiento y presión, para entonar un salmo de culpabilidad del consumidor y agente opresor de cada uno de los personajes aquí retratados? ¿Es necesaria la novela mientras que el discurso podría ser dicho, quizá, como ensayo, o como audiovisual 'verité'? ¿Es una buena novela? No oculto mi entusiasmo. He leído reseñas que ponían en entredicho que en La mano invisible hubiera Literatura, así, con mayúculas. Puedo reírme a placer con ello. Algunas de las decisiones tomadas por el autor no son cien por cien conseguidas: por ejemplo, se hace cansina la prosa interior, el monólogo en estilo indirecto que recorre en cada caso una sucesión de humillaciones, ultrajes, recuerdos y reflexiones; la narración resulta a ratos algo lenta y con un nivel de detalle que, quizá, se podría haber ahorrado; pero si continúas adelante, la sensación de conjunto aparece sólida y la prolijidad contribuye a introducir un número infinito de subtemas, de tramas ocultas, de motivaciones coloreadas en muchos grados del marrón caca.

Lo que no hay en esta novela es comodidad. Ni pizca. En todas partes te saltan a la cara las grandes esclavitudes a las que nos brindamos a diario y en cada página hay un elemento de desgarro, un 'scratch', un ruido desagradable o un mal olor. También hay mucha soledad, y prácticamente hasta la mitad del libro los personajes hablan consigo mismo, muy poco entre ellos. Si Rosa ha querido recrear en la ficción las mil miserias del mundo del trabajo, la explotación, el sometimiento y las relaciones de poder en el interior de las empresas, eso está conseguido, aunque jorobe leerlo. Sin embargo hay algo que me parece más acuciante y primordial en este libro -sin saber si es o no su intención, tanto da-: a medida que avanza, esas relaciones de poder que se creían verticales brotan y se reproducen entre los mismos personajes, empleados todos, y ninguno se escapa, o casi, a ser sometedor de un sometido.

Cuando sitúa a todos sus empleados en una nave para trabajar a la vista del público, además, no hace más que exacerbar el propio escenario del trabajo, jugar a la espectacularización debordiana y aplastar ciertos supuestos bajo su propio peso. Así que sí: para mí es una novela lúcida (nunca lúdica), valiente, jodida, casi impecable. ¿El trabajo es un territorio inexplorado en la ficción? ¿No lo es también el verdadero ajetreo del 'broker' o la estúpida vida del ricachón?

Al vuelo de la lectura he tenido fogonazos de argumentos de Zola, y he vuelto a la retahíla significante de Manhattan Transfer. La temática social y el compromiso político no han estado siempre divorciadas de la literatura, ni mucho menos. Casi me atrevo a decir que es en los últimos cincuenta años cuando se produce (por motivos que pueden ir desde la omnipresencia de la sociedad de mercado hasta la capitalización del ocio) ese divorcio.

Lo que ha desaparecido de las ficciones de un tiempo a esta parte son las consideraciones económicas que son, a pesar de todo, los verdaderos hilos de nuestras vidas, aunque, si nos vamos a novelas como Paseador de perros (Sergio Galarza) o Mi gran novela sobre la Vaguada (Fernando San Basilio), ambas recientes, encontraremos algunos intentos de dibujar la precariedad y mostrar los entramados de subsistencia en el territorio, por así decirlo, marginal del primermundismo. Para relatar, si es nuestra intención, el aquí y el ahora, no podemos pasar por alto las desiguldades y las carencias.

Rosa, además de contar con un discurso, cuenta con herramientas literarias de sobra. Vuelvo al principio, no consigo comprender del todo a los que se quejan de La mano invisible como novela política. Quizá prefieren seguir acudiendo cada día a su puesto de trabajo y explotando, a su modo y sin mala conciencia, al subordinado, becario, limpiadora o camarera que le sirve los gin-tonics después de la jornada. Pero, si no estás entre ellos, este libro es lectura recomendada para aclimatarse a la próxima orgía consumista navideña.

22 noviembre 2011

Una hermosa perla cargada de veneno

La Fanfarlo

Charles Baudelaire

Planeta, 2011

ISBN: 978-84-08-10332-5

75 páginas

11,99 €

Traducción de Alejandrina Falcón

Prólogo de Carmen Camero Pérez


José M. López

Un Charles Baudelaire (1821-1867) con apenas 25 años se adentra en el género del relato / novela corta ('nouvelle') para ofrecernos una deliciosa perla cargada de humor e ironía. Es sabida la inclinación del autor de Las flores del mal por maestros de la narración breve como E. A. Poe o T. Gautier; del primero admiraba -además de su afición al amontillado jerezano- su precisión técnica en la construcción narrativa; del segundo su deleite en la descripción de corte simbolista.

Uno de los puntos fuertes de La Fanfarlo es la creación, a pesar de la brevedad que exige el formato, de una serie de personajes -tres, para ser más exactos- perfectamente trazados. La historia es la de un joven y desfasado poeta que planea ayudar a una amante de juventud en su intento de volver a traer a su alcoba a su marido, que se ha enamorado de una popular 'vedette' llamada “La Fanfarlo”. Así la esposa promete al joven bohemio que si este consigue enamorar a la bailarina de modo que esta deje a su marido, también le concederá a este placeres sexuales. A pesar de que el personaje de la bailarina da título a la obra, toda la historia orbita alrededor del Samuel Cramer, un vulgar y histriónico artista que sirve al autor como excusa para parodiar – parodiarse- los motivos y tópicos propios del denominado poeta romántico: holgazán aunque obstinado en sus ideas, ingenioso aunque temiblemente pedante y aburrido, en boca del propio narrador, “un ambicioso triste y un ilustre desdichado, pues en toda su vida no ha tenido sino mitades de ideas (…) Hombre de bien por su origen y un poco sinvergüenza por pasatiempo (…) el tierno, el caprichoso, el perezoso, el terrible, el sabio, el ignorante, el desaliñado, el coqueto Samuel Cramer”. De este modo, la crítica mordaz y desenfadada se prodiga durante todo el texto, bien hacia este personaje en particular – “con este diablo de hombre, el problema es saber dónde comienza el comediante”- bien hacia la aquellos cuya profesión él representa- “solo los poetas son lo suficientemente cándidos para inventar semejantes atrocidades”.

"La Fanfarlo” se revela como el otro gran personaje del relato. A pesar de que se oye hablar de ella desde el comienzo, el lector la va conociendo a la par que Samuel Cramer, y, como él, termina enamorándose irracionalmente de ella. El joven bohemio ve en ella su alma gemela: a la manera de Des Esseintes, decadente protagonista de Á rebours (1884), esta diva de las tablas se prodiga en una irrefrenable pasión por los placeres artificiales, véase el refinamiento gastronómico, el maquillaje excesivo, o la arquitectura de corte exótico y sensorial.

Sin embargo, la voz que aparece con más fuerza y personalidad en el texto es la del propio narrador. Este se muestra como testigo directo de la historia contada, y afirma incluso conocer personalmente al personaje de Samuel, de modo que la trama adquiera una mayor credibilidad a ojos del lector. Crítico y excesivo, estamos ante un narrador con intención pretendida y explícita de mostrar su vasta personalidad en el relato: pedante en ocasiones, mordaz e irónico siempre, soberbio, transparente y osado, sus hilarantes y polémicos juicios de valor acerca de las mujeres, los vicios o el amor lo convierten, quizás, en el personaje más atractivo del libro.

Sinceramente, no creo que La Fanfarlo se encuentre al nivel de las 'nouvelles' de los grandes creadores de la época, pero supone una deliciosa e inteligente obra que hará las delicias del seguidor del Baudelaire más majestuoso y mordaz. El más célebre autor de la llamada escuela simbolista sabe reírse aquí de sí mismo, de modo que su trasunto paródico en la obra, Samuel Cramer, terminará engañado por todas las mujeres a las que él mismo creía burlar, dando a entender que la única salida de este risible poeta maldito es la de todos nosotros: la inevitable normalidad del burgués.

21 noviembre 2011

¿Qué hay dentro de una chica?


La reina del burdel

Macky Chuca

Sloper, 2011. Colección "La noche polar"

ISBN: 978-84-938278-3-0

119 páginas

14 €

VIII Premio Café Mon



Fran G. Matute

Con la canción "What's inside a girl" (1986) de The Cramps comienza "Las chicas son huecas", el que a mi juicio es el relato más poderoso de cuantos ha incluido Macky Chuca en La reina del burdel, un libro 'punky' como pocos no sólo en actitud sino en espíritu. Y es que en la literatura de Chuca hemos encontrado una extraña musicalidad enraizada en la tradición del 'do it yourself'. Macky ofrece al final de este libro una guía de audición de los temas que inspiraron la escritura de cada uno de los relatos de esta colección, pero el lector bien puede elegir otros más afines a sus gustos (al final les revelaré mi elección). Eso sí, la selección que hagan ustedes, lectores, deberá ser igual de contundente que la que ofrece Macky Chuca (de Jane's Addiction pasando por Neil Young, de Tom Waits a Caetano Veloso, de The Rolling Stones a Bauhaus), pues estos relatos, ya se lo adelanto, les van a dejar sin aliento.

Podríamos afirmar que la literatura de Macky Chuca es altamente feminista, pero yo no me quedaría muy a gusto diciéndoles esto. Desconfío, con prejuicios y todo, de la literatura feminista que ofrecen muchos de los iconos literarios de hoy día, que termina siendo, en el mejor de los casos, un triste ejercicio de falocentrismo esquizoide. Algo de lo anterior hay en estos relatos de Chuca pero, curiosamente, no hemos sentido extrañeza, sino todo lo contrario. Hemos comprendido. Hemos sufrido la visión femenina (que no feminista) porque Chuca se ha preocupado de introducirse en cada uno de los actores posibles para analizar la cuestión de fondo que no es otra que comprender qué hay dentro de una chica. Pero dentro de verdad. Y para ello, Chuca no sólo no deja fuera al lector masculino sino que lo invita a entender. Y vaya si hemos entendido.

Así, entre los 16 relatos que forman La reina del burdel, hemos asistido a la respuesta que da a nuestra pregunta una chiquita tarada, una bollera, un hombre con un secreto de alcoba, una prostituta segura de sí misma... Historias que transcurren en distintas edades, clases sociales, económicas e intelectuales, todo regado por la fuerza telúrica del sexo y una prosa ciertamente poética que viste la angustia existencial con la que escribe Macky Chuca como si estuviera escupiendo ideas hermosas y tristes al mismo tiempo. Y es que en las palabras de Chuca notamos un anhelo importante que puede venir de la familia, de las relaciones de pareja, de la falta de cariño, en última instancia. Del desapego social hablaba el 'punk' y de eso habla Macky Chuca en La reina del burdel, un texto del que podemos extraer, al azar, miles de frases lapidarias, máximas del entendimiento, axiomas de las relaciones humanas, sentencias como las que encontramos en las letras de las canciones, pues estos relatos tienen mucho de canción 'pop', en su sentido más amplio.

No hemos podido evitar, a medida que nos sumergíamos en los mundos de esta argentina afincada en Palma de Mallorca, sentir pena por ella. Seguro que ha sido de manera inconsciente a la par que condescendiente, pero mientras leíamos estos relatos tan poéticos, tan tristes, tan agresivos, no hemos parado de tararear una melodía desgarradora por hermosa, escrita en la época más opuesta al 'punk'. Una tonada 'doo-wop' que popularizó Brian Wilson, una de las grandes mentes atormentadas de nuestro tiempo. Un niño grande al que nunca quisieron demasiado y que se preguntaba en su inocente juventud "¿De qué están hechas las chicas jóvenes?", llegando a la conclusión de que, en su mayoría, no son más que sueños de jovenzuelos. Sueños que, gracias a Macky Chuca, se han hecho tristemente realidad. Lean La reina del burdel y encontrarán la llave mágica para entrar en los eternos confines literarios de Macky Chuca.

18 noviembre 2011

El primer gótico japonés

El santo del monte Koya y otros relatos

Izumi Kyoka

Satori, 2011

ISBN: 978-84-9138204-6-6

289 páginas

19 €

Traducción de Susana Hayashi



Rafael Suárez Plácido

Ya es hora de hablar de la editorial, especializada en cultura japonesa, Satori, afincada en Gijón, y, más concretamente, de la primera colección especializada en literatura japonesa que se ha creado en España: “Maestros de la Literatura Japonesa”. Que la dirija Carlos Rubio es ya una buena señal. Que podamos encontrar sus hermosas ediciones en muchas librerías españolas nos lleva a pensar que el proyecto, aún incipiente, es viable o va tomando visos de serlo.

Hasta el momento ha publicado cuatro títulos: El caminante, de Natsume Soseki, es el primer libro de esta colección. Se trata de un autor del que cada año encontramos dos o tres títulos nuevos y constantes reediciones. La apuesta inicial de Trotta (Yo, el gato, 1999, dos ediciones) y Gredos (Kokoro, 2003, quizá su mejor novela, traducida por el propio Carlos Rubio y con varias ediciones, la última muy reciente en la filial RBA) fue recogida con un éxito estimable por Impedimenta, que obtuvo un enorme éxito de crítica y ventas con Botchán (2008) y Sanshiro (2009), y que recientemente ha vuelto a traducir Soy un gato (sic, 2010). Completan la presencia del gran autor japonés los dos libros que ha publicado la editorial Sígueme: Kusamakura (2009) y Shumi no iden (2010).

La segunda referencia es Namiko, de Tokutomi Roka, un éxito de ventas en su tiempo que hará las delicias de todos los amantes de los dramas lacrimógenos o de todos aquellos que quieran profundizar en el conocimiento de los usos y costumbres de la sociedad japonesa de principios del siglo XX. Aunque quizás no estemos hablando de gran literatura, como en el caso anterior, o como en el caso del libro de relatos que nos ocupa ahora.

Y así llegamos a El santo del monte Koya y otros relatos, la primera referencia que tenemos en nuestro país de Izumi Kyoka, un autor prácticamente desconocido en nuestra lengua, pero que es considerado el maestro del relato breve japonés. Así lo consideraron el más conocido Ryunosuke Akutagawa o Junichiro Tanizaki, contemporáneos suyos, o el mismísimo y omnipresente Yukio Mishima.

Como vemos en el título, se trata de una colección de relatos, en concreto son cuatro, que recogen algunos de sus títulos más representativos. Son dos relatos breves y dos más extensos. En todos ellos observamos algunas características comunes que marcaron el universo creador del autor. En primer lugar es el iniciador de la Literatura Fantástica en Japón. No es exactamente así, pues la tradición popular japonesa y las piezas de teatro breve están llenas de estos elementos, pero sí fue el primer autor culto que desarrolló este ingrediente en su obra personal. Hay quien habla de Literatura Gótica o Post-Romanticismo; hay quien lo sitúa a la altura de Poe. No es justo. Decir Poe es decir mucho. Además, hablamos de épocas diferentes y de fuentes también muy diversas. Kyoka bebe en la tradición propia de su país. Es muy posible que albergara deseos de emular a Poe y a M. G. Lewis, sí, especialmente a este. De Poe toma los elementos de la intriga que estructuran sus relatos, pero como hizo Lewis usa el entorno religioso, los misterios del mundo espiritual, para crear sus personajes y sus ambientes. Es recurrente la figura del monje, que en la filosofía zen es aún un personaje reverenciado por el pueblo. Nos muestra lugares en decadencia, que gozaron de días mejores, pero que mantienen todo el influjo de ese otro mundo que un hombre de su tiempo (los albores del siglo XX, con todo lo que tuvo de choque frontal y vital de culturas en Japón) no puede explicar usando el razonamiento lógico.

Esa lucha entre culturas que caracterizó el periodo Meijí es otra de las características de sus relatos. No tan visible en todos, pero sí subyace. Sus personajes masculinos son universitarios o licenciados que en algún momento de sus vidas han de tomar decisiones sobre este tema.

Quizás el elemento común más evidente de estos relatos sea la presencia de la belleza femenina. Las mujeres protagonistas de Kyoka son siempre muy hermosas y juegan con esa belleza aparentemente sin darse cuenta. Los hombres que las conocen caen en esa sensación que al principio llaman amor o romanticismo, pero que a lo largo del relato se identifica con el término “lujuria”. Ello provoca desasosiego y empezar a dudar de sus planteamientos iniciales. ¿La amo o la deseo? Gran parte de la trama consiste en desentrañar ese enigma. No son relatos en los que el sexo sea explícito, pero sí el deseo que sienten los personajes. La labor de la traductora Susana Hayashi es encomiable en ese sentido, pues todo el tiempo hay que matizar lo que los protagonistas dicen, sienten o sus reflexiones íntimas. Y la lengua japonesa es muy rica y diferente en todos estos matices.

De los cuatro relatos, prefiero el segundo, que da título a la colección y que recrea todo el proceso de un hombre bueno que, por tratar de salvar a un desconocido, escoge un camino que sabe que le va a llevar a tener problemas insondables e inesperados. El clima oscuro e inexplicable se contagia al lector que desconoce lo que realmente está pasando y espera con ansia la resolución de la historia. Debemos seguir conociendo a Kyoka: esperemos nuevas ediciones de su obra en castellano. Y, ¿cómo no? ¡Larga vida a la editorial Satori!

17 noviembre 2011

Premio Nacional de Poesía para Francisca Aguirre


Estado Crítico descorcha el mejor champán de sus bodegas y celebra con júbilo la concesión del premio Nacional de Poesía a la escritora Francisca Aguirre por su libro Historia de una anatomía. Recordamos que este mismo título fue reconocido como Mejor poemario del año en la última edición de los premios EC. Si quieres leer la reseña que publicamos en su día, pincha aquí.

'Read Wodehouse and Carry On'

Ómnibus Jeeves, Tomo II (De acuerdo, Jeeves; Júbilo matinal; Adelante, Jeeves)

P. G. Wodehouse

Anagrama, 2011. Colección "Otra vuelta de tuerca"

ISBN: 978-84-339-7603-1

608 páginas

24,90 €

Traducciones de Emilia Bartel, Manuel Bosch Barrett y Luis Jordá Cardona


José María Moraga

Hace un año ya que Anagrama se decidió a editar en España las colecciones de historias de P. G. Wodehouse conocidas como The Jeeves Omnibus. Estos libros, que compilan las novelas y relatos protagonizados por Bertie Wooster (el señorito botarate) y Reggie Jeeves (su brillante ayuda de cámara), recogen algunas de las más memorables historias del humor inglés del siglo XX. Así de simple. Aparece ahora el Tomo II, que incluye las novelas De acuerdo, Jeeves (1934), Júbilo matinal (1946) y la colección de cuentos Adelante, Jeeves (1925).

En la reseña del Tomo I ya dediqué bastantes líneas a presentar a un autor y a unos personajes cuyo contexto sociocultural -tan preciso- parecía destinarlos necesariamente a quedar olvidados en una estantería, como una curiosidad de época. Todo se recupera, empero, obsérvese si no el caso de Jardiel Poncela en España (por citar a otro culto escritor humorista), pero la principal diferencia entre la obra de P. G. Wodehouse y la de otros autores “de época” rescatados o reivindicados con el paso de las décadas es que a Wodehouse no ha hecho falta desempolvarlo. En otras palabras, sus obras no han dejado de publicarse, reeditarse en diversos formatos (están disponibles en inglés en varias editoriales simultáneamente, a ambos lados del Atlántico) y leerse en el mundo angloparlante desde que aparecieron por primera vez: tal ha sido siempre la vigencia de la obra wodehousiana.

Para otras coordenadas, me remito a los primeros párrafos de la reseña del Tomo I de este Ómnibus Jeeves, pues no es cuestión de repetir lo ya dicho. Baste añadir que si Jeeves y Wooster, la mejor pareja cómica salida de las mientes de Wodehouse, es también la más memorable, esto se debe sin duda a la química que se establece entre ambos, llegando a redefinirse la relación amo-criado. Algo que hemos visto ya muchas veces (de El conde Lucanor a El sirviente de Harold Pinter y Joseph Losey), pero lo que convierte en excepcional al dúo que nos ocupa es su manejo de la comicidad.

Hay comicidad de situaciones y también de personajes, qué duda cabe, pero la estrella aquí es el lenguaje. Incluso en traducción, el imposiblemente fácil lenguaje de Bertie (obtuso pero con un barniz de cultura y fondo de buena persona) y el enciclopédico caudal de Jeeves (el sirviente erudito, que habla con citas de Shakespeare y lee a Spinoza en sus ratos libres) es la mayor fuente de deleite para los lectores, dada la cantidad de ironía, sofisticación y ‘understatement’ puramente británico que despliega. Dijo Sam Leith (editor de The Telegraph) que la pareja Wooster-Jeeves se alinea junto a los grandes dúos cómicos de la historia, como Bouvard y Pécuchet, Don Quijote y Sancho, Laurel y Hardy, Blackadder y Baldrick. Parece difícil negar esta aseveración, pero no debe perderse de vista que si esto es así, lo es en un 75% (me atrevería a decir) gracias a lo que estos personajes llegan a soltar por esas boquitas.

Ignoro cuál ha sido el criterio para agrupar y ordenar las obras seleccionadas en estos tomos, como no sea seguir a la editorial Hutchinson, que los editó así por primera vez hace más de veinte años. En cualquier caso, una vez más recomiendo la lectura de las piezas que componen el tomo en orden cronológico, lo que facilitará el disfrute (ya que la comprensión no se ve comprometida) y permitirá al lector hacerse una mejor idea del canon de Jeeves y Wooster.

Adelante, Jeeves es una colección de diez relatos aparecidos antes de 1925 (y reciclados, en algunos casos) que cuenta con la ventaja de presentarnos la primera aparición de Jeeves en la vida de su señorito Bertie. Este, desolado por la resaca y sufridor de un ayuda de cámara inepto, saluda como una bendición la llegada de este resolutivo sirviente, quien de un plumazo le quita la resaca con un cóctel secreto y -contratado inmediatamente- le resuelve una papeleta gorda: librarle de un molesto compromiso matrimonial con la formidable Florence Craye, en la historia “Jeeves se hace cargo”. Otros relatos memorables incluyen “La carrera artística de Corky” (comedia de costumbres y sátira del arte moderno) y “Bertie cambia de opinión”, donde se explica el origen al miedo a hablar en público que aqueja a Bertie.

De acuerdo, Jeeves es tal vez, la más graciosa novela de Wooster y Jeeves, y rivaliza con El código de los Wooster (1938, incluida en el Tomo I) como la más conseguida literariamente. Contiene el que quizá sea el pasaje más antologado de Wodehouse: un discurso de entrega de premios en un colegio, a cargo del inefable Gussie Fink-Knottle, un pusilánime personaje que para la ocasión lleva una curda de campeonato. Tímido patológico, Fink-Knottle es un viejo amigo de Wooster, más ducho en criar salamandras que en ligar con chicas, y enrola a Bertie cual Cyrano para conseguir que su pretendida se enamore de él, con el desastroso resultado de que ella se cree que el enamorado es el propio Wooster.

Júbilo matinal, aparecida antes en los EEUU que en Gran Bretaña, es testimonio de que la fama de Wodehouse fue y es fenomenal en América. El autor vivió allí durante muchos años, y muchas de sus obras se ambientan en Nueva York (varios cuentos de Adelante, Jeeves, sin ir más lejos). Esta novela muestra cómo, una vez pasada la 2ª Guerra Mundial, el universo ficticio de Jeeves y Wooster permanece ajeno al tiempo, más de tres décadas después de crear a estos personajes su mundo sigue intacto. Aquí Bertie Wooster es objeto de las intrigas de su terrible Tía Agatha, quien trata de juntarlo de nuevo con la arriba mencionada Florence Craye, para irritación de su actual prometido -“Stilton” Cheesewright-, quien amenaza la integridad física de Bertie. Una vez más, solo el cerebro de Jeeves será capaz de desenredar la trama y repartir -como en todas las obras- un poco de justicia poética de entreguerras.

A la espera de la aparición de los siguientes volúmenes de este hilarante Ómnibus, solo me resta recomendar la lectura de P. G. Wodehouse a todo aquel incauto que no la haya probado nunca. Aunque… pensándolo bien, os envidio: ¡quién pudiera volver a leerse estos libros por primera vez!

16 noviembre 2011

Feliz (que no idiota)



Los incógnitos

Carlos Ardohain

Caballo de Troya, 2011

ISBN: 978-8496-594-87-6

218 páginas

9,99 €




Daniel Ruiz García

La sombra de Borges es alargadísima, pero hay muchas maneras de resguardarse en ella. Cuando son demasiado evidentes, las deudas producen cierta dentera. Pero cuando se plantean hábilmente, sin perder la propia voz, es más, cuando el juego borgiano está enfocado con gracia, sin asfixiar a la voz narrativa, sin aplastarle la personalidad, este juego se recibe con alborozo, con enorme simpatía. Simpatía, sí, esa sería una buena palabra para describir Los incógnitos, el libro de Carlos Ardohain publicado por Caballo de Troya (bien por la editorial de Constantino Bértolo: ajena al ruido de la mercadotecnia, indiferente a las tendencias que marcan los vates de la cosa crítica, haciendo gala de su plante frente a todo eso que se lleva, sigue regalando a la imprenta títulos que de vez en cuando nos deslumbran con su silenciosa, solitaria luminosidad), que sorprendentemente tiene rango de ópera prima.

La historia, en sí misma, tiene mucho de chiste, de burla, de juego. Dos publicistas bonaerenses bastante quemados y con ínfulas literarias, a los que el narrador -y ellos mismos- denomina equis e igriega, deciden un buen día embarcarse en una aventura: crear una agencia de detectives. Se trata de una excusa para dar rienda suelta a su vocación literaria y su atracción por la novela criminal, pero el hecho es que esa excusa, en principio planteada como simpática fabulación, acabará convirtiéndose en algo real, hasta engullir a los propios personajes y enfangarlos con su arriesgada y vibrante dinámica de juego. La vida detectivesca acabará transformándolos y, al tiempo que los llenará de vivencias reales, los contaminará de ficción, hasta un punto de no retorno en el que ellos mismos acabarán convertidos en una historia, en una novela. Novela dentro de novela, realidad confundida con ficción, la importancia de la voz narrativa en la construcción de la trama, reflexión sobre los géneros, todos esos aspectos de teoría literaria confluyen en la historia, pero no aparecen de forma forzada: uno los va encontrando por las esquinas, balanceándose entre líneas, porque la forma de contar de Ardohain es eso, un balanceo.

Decía antes que sorprende que estemos ante una obra de un autor neófito en el terreno de la novela, porque lo que engancha, lo que te absorbe no es sólo la historia, que también, sino sobre todo la forma en que está contada y su capacidad de mantener la tensión hasta el final. Ardohain cuenta las cosas como de pasada, sin conceder demasiada importancia a casi nada, de hecho los propios personajes centrales se esconden detrás de siglas neutras; sin embargo, al mismo tiempo, la sencillez de la prosa resulta contundente, tiene mucha pegada. Hay ambición estilística en el empleo reiterado de subordinadas y de construcciones copulativas, sin que en ningún modo resulte excesivamente barroco o denso, antes bien todo lo contrario: la sensación es de una lectura fluida, extremadamente sencilla; dijéramos agradable.

Los incógnitos es uno de esos libros que uno empieza a leer con escepticismo, pero con los que, sin darte cuenta, acabas dejándote llevar. El narrador es inteligente y quiere que prestemos atención a la historia, al verbo, ahorrándose las virguerías estilísticas gratuitas y conduciéndonos cuesta abajo por el tobogán de la trama. Es por esta falta de exhibicionismo que hay pocas cosas en la historia que chirríen, como mucho un gusto recurrente por las escenas pornográficas gratuitas, que uno acaba entendiendo como un guiño burlesco dentro de una historia que se lee, sí, como dice Constantino Bértolo, su editor, como una novela feliz. Que no idiota.

15 noviembre 2011

Un escritor brillante, una prosa poderosa y una objeción


Cúpulas y capiteles. [Entradas del blog La columna toscana]

José María Jurado

La Isla de Siltolá, 2011. Colección "Álogos"

ISBN: 978-84-15039-59-4

103 páginas

12 €



Juan Carlos Sierra

Si no en años, sí en número -el 18-, se puede afirmar que la Colección "Álogos" de la Isla de Siltolá se ha hecho mayor de edad con el libro de José María Jurado Cúpulas y capiteles. Pero no solo por cuestiones cuantitativas, sino esencialmente por la calidad que manifiesta esta entrega.

Confeccionar una sólida colección de libros a partir de ese material heterogéneo e irregular desde el prisma de lo literario que es el blog resulta una misión extremadamente complicada. Unas veces se acierta y otras no tanto. Sin embargo, con la selección de entradas de José María Jurado el tiro ha dado exactamente en la diana de la exigencia literaria.

Independientemente de otras consideraciones, se puede afirmar que Cúpulas y capiteles nos sitúa ante un escritor brillante. No es tanto el sustrato cultural –del cine a la música pasando por la historia y los viajes- del que hace gala José María Jurado ni el aprovechamiento exhaustivo de sus lecturas; no se trata solamente de sus juegos literarios ni de sus quiebros oportunamente divertidos; no es por su manejo, aunque sea a pequeña escala, de diversos géneros literarios en esta miscelánea digital; ni siquiera por la ternura a años luz de sus peligros cursilones de algunas de las entradas de estas Cúpulas y capiteles. No es solo por todo esto, aunque también.

Lo que demuestra en principio Cúpulas y capiteles es que estamos ante un escritor versátil que ensaya en el laboratorio de su blog La columna toscana diferentes fórmulas creativas y que, por consiguiente, se pone a prueba constantemente. Nos dejamos seducir por un autor de registros variados que va aprendiendo en cada experimento el oficio de juntar palabras que sacudan al lector -en lo emocional y en lo estético-.

Pero además de esto, fundamentalmente leemos y experimentamos en la selección que ha entregado José María Jurado a la Isla de Siltolá el placer de una prosa poderosa, compacta, orgánica, rica, sugerente, viva,… Si en un buen poema cualquier palabra es exactamente la necesaria e imprescindible, si los vocablos han de ajustarse y ceñirse como añillo al dedo del verso, podemos decir que en Cúpulas y capiteles estas condiciones líricas se cumplen en un tanto por ciento muy elevado pero para la prosa; otro asunto, sin embargo, sería el análisis de los poemas incluidos como entradas en el blog, que, salvo el titulado "Calendario perpetuo" -que recuerda al Ángel González preocupado por el paso del tiempo, los días de la semana y su hastío-, se hallan más próximos a la humorada -brillante en todos los casos, eso sí-.

Cúpulas y capiteles está organizado en cuatro partes más un prólogo del propio José María Jurado, que funciona como una suerte de ‘captatio benevolentiae’ y ‘sermo humilis’ juntos. Citando al propio autor en su blog, diremos que la primera parte "Divagaciones" son artículos y humoradas, la segunda "Dramatis personae" monólogos dramáticos e históricos, la tercera "Las Mil y Una Noches" cuentos y la cuarta "Música de Capilla" textos de Cuaresma y Semana Santa.

Y aquí precisamente, en esta cuarta parte, se encuentra la única objeción al libro. Este habría quedado redondo sin esta última sección que huele demasiado a incienso y, lo más grave, rompe el tono del conjunto, porque de la universalidad se pasa sin transición al localismo y de la literatura en mayúsculas al cartel turístico aderezado con la retórica sentimental del pregonero de Semana Santa. Lástima.

14 noviembre 2011

La dolorosa necesidad del enemigo


Delirio

David Grossman

Lumen, 2011

ISBN: 978-84-264-198-4

230 páginas

17,90 €

Traducción de Ana María Bejarano



José M. López

Uno de los temas que David Grossman (Jerusalén, 1954) toca en parte de su obra ensayística, sobre todo en aquellos textos que intentan ofrecer algo de luz sobre el conflicto de Oriente Próximo, es la necesidad de los pueblos de crearse un enemigo para definir su propia identidad. Pero esta tendencia fatal a la que, según Grossman, se ven irremediablemente abocadas ciertas comunidades también afecta de manera personal a cada individuo, sobre todo al individuo enamorado, como intenta ilustrarnos en esta imprescindible obra de ficción.

Delirio es una novela de carretera, y, como toda buena historia que transcurre durante un viaje, este no será más que una excusa para conducir a los personajes a través de un itinerario interior mucho más profundo. En este tipo de narraciones lo normal es que aquellos tipos a los que conocimos al principio de la historia vayan sufriendo un cambio durante el trayecto, y que, una vez acabado este, una vez devueltos a su Ítaca natal, no sean los mismos que lo empezaron. Aquí nos encontramos ante un viaje que se pliega sobre sí mismo, claustrofóbico, donde dos personajes se ven obligados a compartir durante unas horas el interior de un coche que recorre, nocturno, la carretera hacia un destino temido para uno, ignoto para el otro.

En el asiento del conductor se encuentra Esti, un ama de casa abnegada y dedicada con fervor a su hogar, a sus hijos y a su marido, Mija. Este ha pedido a su mujer que haga el favor de llevar a no se sabe dónde y de manera urgente a su hermano Shaul, que se encuentra impedido debido a un extraño accidente que le ha dejado con el pie escayolado. La relación entre los cuñados siempre ha sido fría y desconfiada, ya que ella nunca ha comprendido la fervorosa admiración de su marido hacia un hermano vanidoso, excéntrico y caprichoso, como bien se puede entrever a partir de esta extraña petición. Sin embargo, y transcurridos los minutos iniciales del viaje, Esti se da cuenta de que el deterioro de Shaul no es solo físico. Este se encuentra emocionalmente torturado, debido a sus sospechas sobre una supuesta infidelidad de su mujer, Elisheva, que, según él, comparte su vida con otro hombre desde hace diez años, durante cincuenta y cinco minutos al día, momento en el que ella dice estar en clase de natación.

De este modo, el pequeño habitáculo que forma el interior del Volvo en el que viajan se torna en una especie de confesionario rodante donde Shaul se atreve, dubitativo al principio, a volcar sobre Esti esta tortura que lleva sufriendo durante todos esos años en los que nada ha contado a su mujer. Desde el asiento trasero, se dispone a transmitirle la desesperación que le corroe a diario al notar que su esposa le está siendo arrebatada por otro hombre con el que se imagina que esta ríe de manera más sincera, hace el amor de manera más ardiente, vive, aunque solo sea durante cincuenta y cinco minutos al día, de manera más intensa. Porque el celoso siempre considera que el otro, al que no conoce, lo hace todo mejor que él, y que la relación que supone que se le esconde es más completa y satisfactoria que la que él ofrece a su pareja. El personaje de Shaul se torna, por tanto, en un nuevo narrador que, dentro de la novela, y en un segundo nivel de ficción, relata a su cuñada, durante tal periplo nocturno, sus pesquisas infructuosas para pillar a la supuesta infiel, su delirio, en definitiva, que no es más que la sospecha infundada de una infidelidad ficticia orquestada por el infierno de los celos. El personaje de Shaul se convierte, por tanto, en un narrador poco fiable “de esos que tanto nos gustan” -Moraga 'dixit'-, que es capaz de inventar las historias más incongruentes con tal de seguir alimentando esa sospecha que termina dando sentido a su vida. De este modo, el marido puede sospechar de su esposa incluso cuando no hay pruebas de su infidelidad, ya que esta falta de indicios justifica, precisamente, la habilidad de esta a la hora de programar sus citas. En la novela, por tanto, suelen confundirse el narrador principal y el narrador personaje, como en esta ocasión en la que, a través de un estilo indirecto libre utilizado con pericia, se dice que “Eliseheva era siempre una persona muy inocente, muy transparente y clara, hasta el punto en que Shaul había empezado a preguntarse qué es lo que ocultaba con ese comportamiento tan perfecto”.

Estamos, en definitiva, ante un subyugante, apasionado y casi científico tratado sobre los celos, sobre todo de aquellos que se nos aparecen de manera obsesiva e injustificada. Sin embargo, y como aportación original de Grossman con respecto a otros escritores que han excavado en las oscuras profundidades de este sentimiento -léase Proust o el, en mi opinión con menor fortuna, Sábato de El Túnel- debemos destacar la idea sobre cómo los celos pueden funcionar como un motor que potencia la creatividad humana, en la medida en que el celoso, y cito palabras del propio autor en el epílogo de esta edición, “actúa -por supuesto sin saberlo- como una especie de artista”, que inventa una historia cruel recreada hasta en los mínimos detalles, de manera que estos “se acoplen a sus delirantes fantasías, hasta conformar una especie enrome mosaico”. Así, nos parece una de las más valiosas aportaciones del libro esta idea del celoso como dramaturgo involuntario y obsesivo que, dentro de su doloroso torbellino de dolor, solo encuentra salida en la recreación de esas situaciones en las que el amor entre su mujer y su supuesto amante siempre será más pasional, más elegante, más divertido y sereno que el amor lícito de los casados. Hasta tal punto, continúa el autor, “que los celos pueden llegar a crear, con todo el poder de nuestra imaginación y de nuestro deseo, un paraíso del que nosotros mismo nos vamos a desenterrar” ('sic').

Esti, cuñada del celoso Shaul, es, en un primer momento, tan solo la persona utilizada por este para hacerle llegar a su destino, un Caronte insignificante al que debe pagar con su relato para que le adentre sin muchas preguntas en su Leteo particular de ensoñaciones y miserias, en su infierno personal de celos y dudas. Sin embargo, y mientras los kilómetros van transcurriendo, esta se convierte en oyente imprescindible de esta alocada y dolorosa tragedia, inventada por aquel al que observa desconfiada desde el espejo retrovisor. Ella, única espectadora de tan angustiosa farsa, ve aumentada su empatía hacia aquel hombre al que creía engreído y prepotente, ya que su delirio le hace humano y cercano ante ella. Del mismo modo, el efecto catártico de la historia sirve a esa ama de casa ordenada y perfecta para atreverse a excavar en un pasado propio y doloroso que la persigue, y al que nunca se había atrevido a mirar de frente. De modo que, y como dijimos al principio, las dos personas que aparecen al final de la novela no son las mismas que la empezaron, al menos por la especial relación, de complicidad, de comprensión y de entendimiento, que se ha forjado inesperadamente entre ellos.

Un estilo desenfrenado y paranoico predomina en los parlamentos de Shaul, donde la yuxtaposición armónica de la frase se sucede con las descripciones, a veces sensuales, a veces desagradablemente realistas, de los detalles que adornan la supuesta relación de su mujer con él mismo y con su supuesto amante. En cambio, el estilo del narrador principal y externo es pulido y elegante. Dentro de su sintaxis sencilla y precisa se deslizan, sin apenas darnos cuenta, plásticas comparaciones, metáforas y sinestesias que facilitan al lector la comprensión de los oscuras heridas que albergan las almas de esos dos animales encerrados en un utilitario camino a ninguna parte, de esas dos criaturas a las que solo les unen sus llagas, ya sean reales o inventadas. En estos fragmentos las percepciones físicas y emocionales se confunden, consiguiéndose así transmitir al lector una compleja teoría acerca del dolor humano.

Delirio es una enorme novela que nos invita a emprender un viaje donde descubrimos que el ser humano necesita para definirse, para dar sentido a su vida, de la existencia de un engaño, de un enemigo que ponga en riesgo la armonía de su existencia, hasta el punto de que es capaz incluso de inventarlo en el caso de que este no llegue a existir. Como dijimos al principio, este es uno de los aspectos que utiliza Grossman para explicar, de manera bastante lúcida, el conflicto Palestino-Israelí, que tan de cerca le toca. Y es que si Borges decía que solo existimos si alguien nos piensa, de los textos de Grossman parece deducirse que solo existimos si alguien nos engaña o nos ataca.

11 noviembre 2011

Pánico en la escena


Un dedo con un anillo de cuero

José Ramón Fernández

Eugenio Cano Editor, 2011. Colección "Caminos del bosque"

ISBN: 978-84-936709-6-2

144 páginas

18,99 €



Fran G. Matute

Ávidos, como estamos en Estado Crítico, de dar a conocer nuevas editoriales y nuevos autores, nos topamos casi de casualidad con Un dedo con un anillo de cuero de José Ramón Fernández, de la que habíamos leído bondades en otros medios. Pero sorpresa mayúscula fue descubrir que su responsable no era para nada novel, pues José Ramón Fernández está bien bregado en el mundo del teatro, del que es un autor reputado desde hace muchos años (hasta el punto de que ayer mismo recibió el Premio Nacional de Literatura Dramática por su obra El café de Negrín). Tampoco es que sea un 'rookie' en el campo de la novela negra -género al que pertenece la obra que aquí traemos a colación- pues Fernández ya fue galardonado por uno de sus relatos en la Semana Negra de Gijón (allá por 1989) y había publicado para Calambur No olvides a tus muertos (1991). Pero desde entonces, cero crímenes, cero pistolas. Al menos en el campo de la novela.

Por lo tanto, la publicación de Un dedo con un anillo de cuero sirve para volver a poner en el mapa del 'noir' ibérico a un autor sobradamente dotado para el género, pues José Ramón Fernández tiene un estilo personalísimo, con alta voluntad de prosa, y se maneja de forma más que solvente por los lugares comunes del 'whodunit' y del 'mcguffin'. Un estilo, el de Fernández, que nos ha recordado tanto a Montero Glez como a Carlos Salem. Así que valga la anterior comparación para poner en situación la categoría de la técnica narrativa de José Ramón Fernández.

Por su parte, en Un dedo con un anillo de cuero, novela breve pero intensa -un tanto fragmentaria, todo hay que decirlo-, se van unificando personajes, a medida que avanza la novela, alrededor del pequeño teatro de la localidad (sin duda un guiño al pasado como dramaturgo del autor) en la que transcurre la historia y de un sangriento crimen sin resolver que destapa todo un entramado de sospechas y desconfianzas en el seno de una aparentemente tranquila comunidad. Sí, lo mismo nos remite al Cela de La colmena, por su viñetismo vecinal, que a Tarantino, por qué no, ya no sólo en la estructura caleidoscópica sino, sobre todo, en los pasajes más grotescos de la novela, entre los que nos regala una ocurrencia como la del "toro suicida", que nos ha fascinado.

No es que nos encontremos ante una obra impoluta. Y no es que la trama sea el no va más de la originalidad (alguna que otra similitud hemos encontrado con los Diez negritos de Agatha Christie, por ejemplo). De hecho, Un dedo con un anillo de cuero, quizás por culpa de ese exceso de fragmentación al que hacíamos referencia antes, tiende a dificultar el seguimiento de la historia durante los primeros capítulos del libro, en los que el lector puede llegar a sentirse un poco perdido entre tanto personaje, con independencia de que en los últimos instantes de la novela todo quede atado y bien atado.

Pero ya hemos apuntado que Fernández sabe moverse en los lugares comunes del género y es precisamente ahí donde la lectura de Un dedo con un anillo de cuero nos reconcilia con un escritor al que queremos seguir leyendo porque nos ha gustado su visión del 'noir' y su estilo. Sería, por tanto, interesante que alguien recuperara la anterior obra novelística de José Ramón Fernández (creo que Eugenio Cano está en ello). Sería interesante que el autor siguiera explotando esta línea narrativa. Porque tras leer esta novela nos hemos quedado con ganas de más.

10 noviembre 2011

Ni miedo ni piedad

El asiento del conductor

Muriel Spark

Contraseña, 2011

ISBN: 978-84-937818-6-6

127 páginas

14,60 €

Traducción de Pepa Linares

Prólogo de Eduardo Lago



Coradino Vega

Uno de los efectos más comunes del cine sobre la lectura es ponerles cara a los personajes, ¿no? Pues bien, en este caso yo me he imaginado a Lise, la extravagante protagonista de esta fascinante novela corta, no sólo con el rostro de la madre de la teleserie A dos metros bajo tierra, sino con su mismo modo de hablar, con la misma manera ―entre surrealista, insólita y disociativa― de percibir la realidad e incluso con la misma forma estrafalaria de actuar, vestirse y convertir cada hecho en un acontecimiento inesperado. Todo resulta cómico desde la primera página, estrambótico, inaudito, tan psicodélico como el abrigo de Lise: de una arrolladora libertad. Pero con poco que se avance en la lectura ―lo cual no resulta difícil, pues Muriel Spark (Edimburgo, 1918-Civitella della Chiana, 2006) narra y dialoga con una fuerza salvaje que te sumerge rápidamente en ella con una desenfadada ligereza―, ese mismo humor se tiñe de negro. No en vano, estamos ante una historia policiaca, ante la reconstrucción de un crimen, por más que su estructura desmonte cualesquiera convenciones del género y adopte un punto de vista temporal a la inversa, es decir, se mueva del futuro-presente al presente-pasado subvirtiendo la cronología lineal con la misma desvergüenza, en el mejor sentido de la palabra, que rezuma todo en esta novela.

Como dice Eduardo Lago en su magnífico prólogo para introducirnos en esta autora casi desconocida (también son excelentes la traducción y la ilustración de la cubierta), la inclasificable obra de Muriel Spark se caracteriza por la mezcla de lo trágico con lo cómico y lo grotesco: narradores de ultratumba, miembros de la Cámara de los Lores incapaces de perpetrar un parricidio a derechas, abuelas contrabandistas que ocultan un alijo de diamantes en la miga de una baguete, platillos volantes que se muestran interesados por la suerte de los personajes, etcétera. La intención de Muriel Spark al escribir esta novela fue además la de “aterrorizar deleitando”. Así que uno asiste entre divertido y espeluznado a unos diálogos en los que siempre se pierde de vista el contexto referencial y la gente se grita o aprieta los labios; avanza en el viaje que emprende la nórdica Lise a una ciudad del sur mientras la acompaña en su deambular contra todo raciocinio; va descubriendo poco a poco que nada es lo que parece ser y que, por más ‘flashforwards’ que nos quieran reconducir, se nos oculta lo más importante. La prosa de la Spark es natural, fresca, afilada como una navaja; su magistral economía de medios narrativos, la exacta para contar la crueldad de la manera más indiferente posible. El resultado es un cóctel tan perturbador como inflamable: metan en una batidora a Natalia Ginzburg, a Aurora Venturini y a Patricia Highsmith, y obtendrán la mirada oblicua, extraordinaria y sorprendentemente genuina de esta escritora que llevó una vida tan excéntrica como la de sus personajes. Muriel Spark se fija frívola, casi obsesivamente, en los detalles pequeños ―un tejido, una mancha, unos labios, un concepto― y nos describe los temas grandes bajo el tamiz de la sátira, pues es por medio de su macabro humor que nos muestra el lado más absurdo y oscuro del comportamiento humano. Los motivos que llevan a la muerte a Lise son tan tristes como lunáticos o, lo que es lo mismo, la consecuencia muchas veces inevitable de vivir en un mundo sin consuelo, desquiciado. Todo parte y desemboca en el desconcierto. La sensación de genialidad es constante. Al terminar, uno se queda maravillado ante esta pequeña obra maestra, pero también desasosegado porque intuye que de lo que de verdad nos ha querido hablar Spark es de algo todavía más tremendo: de la obscena impostura de las demostraciones del miedo y la piedad o, quizás, de la ausencia de ellos.

09 noviembre 2011

El camino de baldosas amarillas lleva a Brasil


Lecciones para un niño que llega tarde

Carlos Yushimito

Duomo, 2011. Colección "Nefelibata"

ISBN: 978-8492-723-91-1

256 páginas

16,00 €




José Martínez Ros

Ha dado mucho que hablar (y cotillear) una selección de jóvenes narradores de España y Latinoamérica realizada por la revista Granta. El mayor beneficio que puede encontrar un lector en una antología forzosamente incompleta, esquemática y tal vez injusta como la de Granta es la de encontrar algún escritor del que nada sepa, una voz desconocida, por la que el hipotético lector se sienta atraído (es posible que “atraído” no sea el verbo más adecuado, sino “vinculado” o “identificado”, es muy difícil explicar lo que siente un lector más o menos fantasmal cuando halla ese escritor que parece que ha escrito para él desde siempre). Desde luego, es pronto para esperar el sucesor de un fenómeno literario global como Bolaño; pero si puede ser interesante para descubrir, al menos, un nuevo Fresán o un nuevo Ray Loriga o un nuevo Rey Rosa.

Carlos Yushimito es un joven (1977) escritor peruano, de origen japonés (y afincado en Estados Unidos), que hasta la fecha ha editado dos colecciones de relatos, ninguna de las cuales nos había llegado y, sin duda, gracias a su selección por el jurado de Granta, la misma editorial que se encarga de la revista en España, Duomo, ha tomado la iniciativa de publicarle en España. Los cuentos de Yushimito, singularmente, se ambientan en Brasil, lo que añade una dosis extra de extrañamiento al conjunto; incluso en los más realistas, hay un cierto aire onírico, artificial, sin resultar chirriante, y que es probable que se deba a que el Brasil de Yushimito procede tanto de la “realidad” como de las lecturas y el cine. Tenemos esa impresión hasta en un relato como "Seltz", una impecable historia en la que una banal seducción nocturna se vuelve una afirmación personal, en la que no hay rastro de elementos fantásticos. En cierto modo, como lector, he llegado a la conclusión de que todos, sin excepción son cuentos de hadas y que el país de el "Ordem e Progresso" es el Nunca Jamás de Yushimito. La localización es uno de los nexos de unión de este heterogéneo libro de relatos, en el que se mezclan distintas temáticas, el otro es la prosa, una prosa rica y detallista al servicio de un estilo muy clásico. Yushimito se toma todo el tiempo (las páginas) que considera necesarias para plantear la situación y describir a los personajes, lo que en algún caso juega en su contra, ya que sus cuentos llegan a volverse morosos, pequeñas micronovelas (que es algo distinto a un cuento), excepto en los más logrados, el citado "Seltz" y una pequeña joya gótica, el relato que da título al libro, una cruel y muy bella fábula de aprendizaje infantil con un final memorable. Precisamente los protagonizados por niños, en los que el autor da más rienda a su fantasía (pienso en Oz o Madureira) se cuentan entre lo mejor de Lecciones para un niño que llega tarde.

¿Es lo que estábamos buscando? La respuesta a esta pregunta es necesariamente personal. Hay textos excelentes en Lecciones para un niño que llega tarde y lo que si queda claro es que Yushimito es un fabulador con un nada ordinario talento para cambiar de escenario y tono, con una especial sensibilidad hacia la infancia. Tendremos que seguirle la pista.

08 noviembre 2011

Mapa de una ciudad convexa


Un incendio invisible

Sara Mesa

Fundación José Manuel Lara, 2011

ISBN: 978-84-96824-80-5

256 páginas

19,90 €

Premio Málaga de Novela 2011


Daniel Ruiz García

Cada realidad modela su propia extrañeza”. Esta reflexión del protagonista, que la autora deja caer como quien no quiere la cosa en medio de una de las tantas raras e inquietantes situaciones que se suceden en Un incendio invisible, resume con claridad el concepto y el territorio de la novela que hoy nos ocupa. Una novela en la que la narración parece desarrollarse sobre una realidad convexa, taladrada de cedazos y de accidentes, y donde todo parece a la vez cierto e inasible; maleable y rotundo. El gran acierto de esta novela tan atinada es, a mi juicio, la capacidad de Sara Mesa de construir un paisaje deformado, y ser capaz de poner en liza a personajes sobre ese paisaje, contaminándolos de toda su deformidad y su rareza.

'Grosso modo', la historia es la siguiente: un geriatra acude a la ciudad de Vado para asumir la gestión de un gran geriátrico, New Live. Pero Vado es una ciudad que se descompone a pasos agigantados y que se está despoblando, de forma que está muy cerca de convertirse en una gran ciudad fantasma. El geriatra Tejada también huye de algo, su espíritu se debate entre la melancolía y el hartazgo. Como todo en Vado, New Live se desmorona, y con él todo su microcosmos de humanidad inservible, vil y miserable.

En toda la novela se respira la soledad, el silencio, y aunque es una ciudad abrasada por el calor, es muy difícil como lector no sentir frío. El propio Tejada es frío de temperamento, abúlico, indiferente, incapaz de tomar grandes decisiones. Se siente atenazado por la conciencia, y su historia personal está marcada por alguna suerte de desgracia o infortunio. El hallazgo y la relación con una niña que pasa muchas horas junto a su perro deambulando por la calle será la única licencia de expansión sentimental pura y sincera de su estancia en Vado, donde todas las relaciones que establece (y muy especialmente la que mantiene con la recepcionista de su hotel) están marcadas por la sordidez, la indiferencia y el cinismo.

En ese talento de Sara Mesa como paisajista de territorios deformes juega un papel fundamental el estilo. Porque Sara Mesa escribe con un estilo aparentemente sencillo, pero sabe dibujar muy bien, y tiene facilidad para la metáfora certera. La voz narrativa participa afinadamente en la estrategia de contar asumiendo que se está hablando de un territorio extraño, de manera que sabe estimular al lector, conduciéndolo como un lazarillo guía a un ciego: marcando el camino pero escatimando detalles del recorrido.

Algo que asimismo destaca de la prosa de Sara Mesa es su tino en el dibujo de los personajes. Con pocas pinceladas, muchas veces a través del diálogo, compone tipos que muy rápidamente cobran cuerpo en la imaginación. Su pulso es expresionista, con dibujos en algunos casos cercanos a la caricatura. Algunos de ellos, como la vieja Clueca, parecen extraídos de un lienzo de Ensor. Hay al menos media docena de personajes memorables, y algunos de ellos tienen una presencia casi testimonial en la trama, lo que evidencia la desenvoltura de Mesa para crear personajes sólidos y solventes.

No sabría decir si estamos ante una novela futurista, fantástica, social o de suspense. Diríamos más bien que estamos ante una novela que se interna por el rugoso territorio de la extrañeza, donde los códigos convencionales no funcionan y donde para mirar hacen falta unos lentes especiales. Son los lentes para poder leer y disfrutar de la mirada de su autora, Sara Mesa, en una novela que inquieta tanto como gusta y que anima a pensar que todavía puede venir mucho más, y seguro que muy bueno.