31 agosto 2009

¿Estilográfica o camisa de fuerza?

Pájaro a pájaro.


Anne Lamott.

Editorial Ilustrae, 2009.

ISBN: 978-84-936148-4-3

19,50 Euros


Javier Mije

La afición a los libros que analizan los procesos creativos puede convertirse en un extravío pernicioso y un arma de doble filo. Derribado el mito romántico que encumbraba al artista a la categoría de genio, nos queda sólo la parte del látigo, si aceptamos la consigna de Flaubert que ponderaba que un escritor –de esa raza de artistas estoy hablando- es sobre todo alguien que se azota con él. Legítimamente, el trabajo ha sustituido al don, y la lumbalgia y la vista cansada se han demostrado las enfermedades profesionales de las Musas. Admitamos que el dolor más frecuente del creador es el dolor de cabeza. La envidia y los celos de Renard, el camismo de Juan Carlos Onetti, el asma sospechosa de Proust, la ansiedad de Kafka, el tormento, la inseguridad, los bloqueos, las biografías ofrecen a los aspirantes a escritor todo un catálogo de comportamientos neuróticos en los que contemplarse. Quizá uno pueda reconocer entre sus patologías obsesiones similares a las que sufrieron los autores a los que admira. ¿Significa esto que nos encaminamos hacia el Parnaso o hacia el vulgar frenopático?
Pájaro a pájaro es un ensayo escrito con el propósito de animar a escribir, un libro –best seller en Estados Unidos- con abundantes dosis de disparate pero, en última instancia, recomendable. Resumo sus instrucciones de uso. ¿Cómo se escribe? Te sientas. Apuntas una pistola imaginaria contra tu cabeza para forzarte a permanecer frente al escritorio. Acallas las voces que te impulsan a hacer cualquier otra cosa –conviene tener rituales que fortalezcan el proceso-. Pegas un tirón al cable de “Radio Malaonda”, una emisora que transmite las 24 horas y que por el altavoz derecho te devuelve el flujo de engreimiento que emiten tus neuronas -¿quién no ha ido elaborando mentalmente el discurso de recepción del Nobel mientras tenía una buena tarde de escritura?-, mientras que por el izquierdo nos recuerda que somos un fraude como no ha habido otro en la historia. Te propones no escalar toda una montaña sino alguna tarea breve –ni grandes orgías ni copiosos banquetes, aconsejaba Flaubert, sino un régimen moderado y continuo-. Si no te has levantado de la silla durante un tiempo razonable algo saldrá. Lo lees y asumes que es una mierda (sic), no porque seas mal escritor –aunque estadísticamente es lo más probable-, sino porque la mayoría de los primeros borradores lo son. Son el paso de un segundo y tercer borrador espléndidos. A pesar de todo, te sientes perdido. Entonces recuerdas que escribir es como conducir de noche –la cita es de E.L. Doctorow- “no puedes ver más allá de lo que iluminan los faros pero así puedes hacer todo el viaje: ni siquiera necesitas saber a dónde vas, basta con que veas un tramo delante de ti”. “¿Cómo lo hago?” –preguntó una joven Anne Lemmot a su padre frente a la tarea de redactar un trabajo de ornitología para la clase de ciencias naturales del instituto-. “Pájaro a pájaro, hazlo pájaro a pájaro”. Radicalmente razonable.
El ensayo aborda también algunas cuestiones técnicas como la elaboración de personajes, la trama, los peligros de la abstracción –“si tienes un mensaje, pon un telegrama”-, el diálogo y todo ese farragoso proceso para escribir ficciones que es el esqueleto imprescindible de cualquier manual. No son lecciones desdeñables ni están mal tratadas, aunque palidecen ante el enfoque filosófico que termina prevaleciendo en el libro. Interesan a la autora sobre todo la épica y la ética. La épica de ese ser obstinado –“de una paciencia revolucionaria”- que emborrona cuartillas para encontrar su lugar en el mundo. Escribir es darle un sentido a la vida –es dar un paso adelante o levantar la voz, porque necesitamos ser vistos y oídos-, y un intento de salvar algo del naufragio –construir un castillo de arena contra la evidencia de que la marea lo borrará-. Pero la escritura – se nos dice- es sobre todo un compromiso con la verdad. Un cuento, un poema, una obra de teatro, aspiran siempre a revelar quienes somos, cómo nos comportamos mientras “los vientos de la soledad rugen al borde del infinito”. ¿Actuamos con dignidad o todo es un sálvese quien pueda? ¿La vida es una mala novela de gangsters o hay algún tipo de brújula cuyo norte puede mostrarnos la literatura? En estos tiempos en que todas las salsas se han reducido a la categoría de mercancía, es de agradecer que la autora encoraje a los escritores a asumir el riesgo de no gustar. La verdad es más subversiva que rentable.
Contra la costumbre de Anne Lamott, que suele rezar cuando sufre un bloqueo o las dudas sobre su capacidad literaria la atormentan, y ya que supongo a Dios ocupado con ella, encuentro más razonable para tales casos de inseguridad la lectura de libros como este.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Wonderful.

ilya u. topper dijo...

Debe de estar bien el libro, pero si alguien se anima, recomiendo escribir un manual bastante más importante que la mayoría de los que enseñan a escribir: uno que enseñe cómo quemar todo aquello que no vale, en lugar de empeñarse en convertirlo en carne de imprenta. ¿No os parece?

Jesús Cotta Lobato dijo...

Pero ¡qué libro más simpático! Es todo como ella lo pinta. Lo leeré.

Alejandro Luque dijo...

Definitivamente: el mejor amigo del escritor es la tijera.